La balanza del destino

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  --¡Escudos! --Gritó el general, en simultáneo que escuchaba la lluvia de flechas impactar en la madera y en algunos desafortunados-- ¡Formación defensiva, muralla! ¡Granjeros, a la retaguardia!

La línea frontal del ejército se medio arrodilló, golpeando con sus escudos el suelo, al tiempo que sus compañeros a sus espaldas protegían  la parte superior de sus cuerpos con las mismas armas defensivas, mientras la tercera hasta la última línea levantaban los mismos objetos protectores, sellando las fisuras para que ningún proyectil pudiera dañarlos. Así se formaron quince murallas.

Lucian volvió a mirar a los desafortunados, esos desgraciados que habían sido obligados a compartir sangre y gloria con él, sabía lo que iba a pasar, pues esos hombres no contaban con escudos, o armaduras, estaban a la intemperie en una zona de proyectiles, siendo las mejores dianas hasta para el peor arquero. Deseó poder agruparlos dentro de la formación, en verdad lo deseaba, pero esa estrategia no haría otra cosa que elevar las probabilidades de muerte de sus buenos soldados, un precio bastante alto para vidas que no lo valían.

  --De nuevo y fuego en las puntas --Ordenó--. Apunten a los escudos. --Quiso matar a los miserables que temblaban en la retaguardia, lo deseó, pero entonces entendió algo, esos no eran guerreros, no tenían la postura, las armas, ni la apariencia, y aunque se equivocara, no quería desperdiciar sus flechas en tan miserables hombres.

Las puntas de las flechas se iluminaron. Uno de los arcanos individuos, intuyendo lo que estaba por venir preparó un rápido cántico, esperanzando en qué podría ser de ayuda, sin embargo, sobrestimó su rapidez. Antes de siquiera decir la última palabra, la oleada salvaje de flechas impactó en los escudos, provocando pequeñas fogatas en sectores varios de las formaciones.

  --¡Retomen formación! --Gritó Lucian al interior de una muralla, avanzando un paso a la vez para no dejar aberturas en sus defensas.

  --De nuevo. --Ordenó Orion.

Tal vez por su orgullo dañado, venganza por su compañera caída, o solo por vanagloriar su arte, uno de los magos conjuró un hechizo, creando en el aire cinco carámbanos de hielo, de dos brazos de largo y una cabeza de grosor, los cuales rozaron el aire antes de impactar en la gran puerta de madera, creando un estruendoso sonido.

  *No tienen defensas mágicas. --Concluyó Lucian al ver el mágico acto, sintiéndose un idiota por haberlo omitido en sus preparativos, tal vez con ese dato hubiera cambiado su estrategia, afortunadamente no era demasiado tarde.

  --Así que quieres jugar con --Pensó por un segundo--... cómo lo dicen ustedes... Magia. Cierto --Se respondió con la frialdad dibujada en su rostro--. Juguemos entonces.

  [Espadas danzantes]

Ante él aparecieron cinco espadas ilusorias, tan delgadas y largas que se asemejaban a las jabalinas. No cantó, ni hizo movimientos extravagantes, solo activó su habilidad de una manera tan intuitiva como lo era respirar. Apuntó y disparó. Las cinco espadas volaron tan rápido como un relámpago, siéndole imposible a los cinco individuos que tenían como objetivos la posibilidad de defenderse (si es que había oportunidad contra tales proyectiles). Impactaron, atravesaron y volvieron a impactar en la tierra antes de desaparecer por completo, dejando un pequeño cráter como huella de sus actos. Fue brutal el ataque, tal vez porque habían sido demasiado poderosas, o porque los magos habían sido demasiado débiles, nadie lo sabía, y no se atrevían a sacar una conclusión, cualquiera que fuese.

  --¡Imposible!

  --¡¿Qué fue eso?!

Los magos estaban anonadados, no habían sido influenciados por las tierras malditas, ni por los chillidos y lamentos que los acompañó en el viaje, todo ello gracias a sus artefactos mágicos. Estaban orgullosos de poseerlos, bueno ¿Qué mago no estaría orgulloso de poseer artefactos mágicos? La respuesta era clara e inequívoca: ninguno, era su estatus, a veces hasta por encima de sus títulos, pues los artículos mágicos ofensivos y defensivos eran raros, tanto por su difícil fabricación, como por los materiales, por lo que, al observar que el enemigo había efectuado un rápido hechizo mágico, sin perturbación energética y tan poderoso que los artefactos de sus compañeros no lograron detenerlo, no dejaba nada más que terror y confusión en sus mentes y rostros. Se quedaron estáticos, observando a la oscurecida silueta encima de los muros, sin atreverse a efectuar otro encantamiento.

  --Conténganlos --Emprendió su caminata hacia la derecha, observando como los arqueros cumplían con su orden--. Tono largo, orden de preparación a la caballería. --Vio asentir al encargado del cuerno, así como sus nerviosas manos al llevarse el objeto de sonido a la boca.

Continuó con su camino, vislumbrando en la lejanía a su estratega, quién por estar inmersa en la batalla no percibió su presencia. Escuchó la orden dada del cuerno, en simultáneo que bajaba por los oscuros escalones de piedra. Saltó, sintiendo la vibración recorrer todo su cuerpo al tocar la superficie de tierra, inspiró, con una sonrisa en su cara que reflejaba el poderío absoluto y la confianza que se tenía. Su armadura azabache tragó la débil luz de las antorchas cercanas, volviéndolo aún más aterrador de lo que ya era, sin embargo, para los más de 350 individuos reunidos en el interior de la fortaleza, la silueta negra representó el final de la espera, teniendo que respirar profundo para calmar sus acelerados corazones.

Siete rompieron filas, sus medias capas ondearon, acercándose con el mayor respeto al soberano de Tanyer.

  --Trela D'icaya. --Saludó Mujina con sumo respeto, al tiempo que el resto de la guardia personal efectuaba un saludo similar.

Orion observó las líneas blancas que decoraban sus rostros, pero el tiempo apremiaba, precisando contener su curiosidad para otro momento.

  --Detrás de mí --Les Ordenó, llevando su mirada a su bien armado ejército--. Prepárense, y avancen a mi orden --Volteó, escuchando la liberación de la postura de firmes--. Abran las puertas. --Extrajo de su inventario un hermoso casco negro, opaco, con un detallado árbol de largas raíces en su nuca. Lo equipó, volviéndose al instante en un segador de almas, de esos que tanto le complicaron la vida en el laberinto.

Dos de los cuatro custodios de la puerta levantaron las pesadas vigas, mientras los otros dos jalaban hacia atrás, permitiendo a los presentes vislumbrar al enemigo fuera de los muros. Algunos sonrieron, Habían vomitado, les salieron ampollas, sus piernas cedieron, fueron golpeados por retrasar a sus compañeros, derramaron sangre y sudor, y después de todo eso, aquí estaban, por fin el día había llegado, estando más que dispuestos de mostrar la furia que acumularon y descargarse con esos pobres miserables. Otros solo se limitaron a respirar, el sentimiento era complicado, pues ahí fuera se encontraban sus compatriotas, hombres de Jitbar y subordinados de la casa Lettman, sin embargo, eso no significaba que no estuvieran dispuestos a matar, era solo que no estaban tan ansiosos por hacerlo.

  --Avancen.

El ejército de Tanyer aulló, golpeó el suelo y marchó. La entrada era lo suficientemente ancha para permitir la entrada o salida de diez hombres en línea. Salieron, congregándose nuevamente en una sola unidad. Aullaron al cielo como animales salvajes, entonando una sonata bélica con la ayuda del metal de sus escudos.

  --¡Vanguardia, conmigo!

Se acercaron, sin dejar de entonar la melodía de guerra. Mujina se colocó en su flanco izquierdo, Yerena por el derecho, mientras los islos tomaban formación por ambos lados.

  --Recuerden, primero sus defensas, después los masacramos.

  --Sí, Trela D'icaya.

Asintieron, dejando escapar de sus cuerpos la más brutal y feroz energía de combatiente.

Orion levantó la mano, haciendo una seña con los dedos, un ademán en particular que solo alguien en el ejército entendió, y así lo supo el soberano de Tanyer porque un segundo después sonó de vuelta el cuerno, dos tonos cortos, pausado entre uno y otro por un respiro. Luego volvió a levantar la mano, haciendo una seña distinta, pero que fue igualmente entendida por el poseedor del cuerno, que al ser sonado hizo que los más de trescientos individuos tomaran formación detrás de los islos, un acto tan perfecto que asustaba el tiempo que les había llevado practicarlo.

  --A mi orden --Dijo, sacando de su inventario dos espadas cortas que empuñó con calma. La tierra retumbó con el sonido de la cabalgata, el golpeteo que hacían las patas de los equinos al acercarse por ambos flancos, cargando con jinetes en indumentaria militar y lanzas largas en sus manos, apuntando al ejército enemigo-- ¡¡No hay más que una orden, vayan y maten a esos desgraciados!! --Ordenó con un rugido estruendoso.

  *Tu discurso ha maximizado la moral de tu ejército*

  *Tu ejército goza de un incremento del 10% en el poder de combate, resistencia, valor y energía mágica*


El diario de un tirano Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora