Propuesta

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  Fira aspiró profundo, Astra observó sin un cambio en su expresión, Mujina se mantuvo estoica, con la mano rápida por si un atrevido deseaba conocer a los Dioses, mientras que Lork comía un retazo de pan, sin un verdadero interés por lo que transcurría frente a sus ojos.

  --De pie. --Ordenó.

Obedecieron, levantándose en simultáneo, pero aún con la mirada gacha.

Los veteranos continuaban indecisos sobre que hacer, era una oportunidad única como había manifestado el joven, pero era una decisión difícil de tomar, demasiado para hacerlo en un tiempo tan corto.

  --Astra, puedes hacerlo. --Dijo al perder el interés, mientras sostenía su mentón con el puño y recargaba su codo sobre el descansabrazos del asiento. Parecía que su intuición había errado un poco en la cantidad de voluntarios que querían continuar como hombres libres, algo que lo dejó con un humor no muy conveniente para sus enemigos.

  --Sí, señor Orion. --Dijo, floreciendo en su calmada expresión una gran sonrisa.

Fira miró la espalda de su hermano, un poco intrigada sobre la petición hecha a su señor. Astra admiró el panorama, carraspeó, engrosando su voz, sus ojos centellaron con astucia calculadora, despejando su mente para dar inicio a su plan.

  --Ubíquense a un lado --Dijo con un tono calmo, pero autoritario, al tiempo que bajaba los tres escalones de la tarima de madera. Los ochenta novatos observaron por puro instinto al señor de Tanyer, queriendo conocer su opinión y, al ver su aprobación, nadie se atrevió a desobedecer al joven de cabello negro--. Tú, ven aquí --Le ordenó a un soldado cercano, quién asintió, obedeciendo--. Muchos de ustedes han conocido esclavos, o han poseído alguno, sin embargo --Apagó el brillo de sus ojos--... Desátalo.

El soldado ejecutó la orden, quitándole la soga de las muñecas al alto hombre vencido, quién comenzó a acelerar su respiración.

  --Extiende tu mano --Le ordenó. El hombre fue reacio a obedecer, parecía que todavía su orgullo no se había destrozado por completo. El soldado no esperó por la orden, él mismo forzó al alto hombre a ejecutar la acción, terminando con la victoria por la diferencia en fuerzas--. Tu espada por favor. Gracias --Dijo al aceptar la hoja plateada--. Deja de temblar, eres un esclavo ahora, la obediencia debe ser absoluta. Suéltalo, quiero que se haga responsable de su decisión.

Levantó la espada al ver desaparecer las manos del soldado. El esclavo tembló aún más, indeciso sobre si actuar hostil o complacer al sádico joven. La hoja hizo un susurro al caer, cortando menos de la mitad del brazo por la repentina intervención del propietario, quién al final decidió que era más importante su brazo que obedecer.

El vencido gritó, poseído por el tormento al observar su hueso cortado con intenciones de caer y sus dedos gotear de rojo la tierra. El ejército de hombres detrás de él tembló de ira, quisieron desatarse para darle su merecido al joven de cabello negro, quisieron hacer más que eso, pero no lo hicieron, no por falta de ganas, eso era seguro, sino por miedo, pues, en el preciso instante en que ellos se movieron un solo centímetro, el ejército del Barlok desenvainó sus armas, golpeando el suelo con sus pies en simultáneo y creando una atmósfera asfixiante que cortó de tajo cualquier intención de alboroto.

Astra atravesó el pecho del hombre alto, asesinándolo en el acto. Le devolvió el arma al soldado luego de extraerla, se limpió las manos con un paño blanco, dirigiendo una vez más su mirada a todos los vencidos presentes.

  --No obedeció y, un esclavo que no obedece se le castiga. --Dijo con calma, guardando el paño en un espacio de su túnica.

Silencio, absoluto silencio. Algunos tragaron saliva, otros inspiraron, llevando a sus pulmones lo último de fortaleza que aún poseían. La fuerza se desvaneció de sus cuerpos a los pocos segundos, lo habían entendido hace mucho, pero todavía tenían una diminuta esperanza, todavía creían que alguien los salvaría, que tendrían tiempo para cambiar sus destinos, pero la sorpresiva realidad los devolvió al fondo del pozo, profundo y oscuro, ahora lo entendían, no había escapatoria, no ante la solemne e imponente mirada del señor de Tanyer y, la presencia de todos sus monstruosos subordinados.

  --Yo fui un esclavo no hace mucho --Enseñó la marca de su brazo derecho al permitir que su manga se levantase, una marca tachada que simbolizaba su anterior estatus--, pero al igual que ustedes se me permitió recuperar mi libertad, ahora sirvo a un Señor y, no me arrepiento de mi decisión...

  --Señor --Dijo uno de los vencidos, de cabello largo, ondulado y desordenado--. Pido misericordia por interrumpirle --Su tono no era muy grave, pero la entonación estaba bien entrenada. Un hombre educado, pensó Astra al escucharle--, pero quiero hacerle saber que la mayoría posee aún familia, todos ellos viven en el territorio de la familia Lettman. Jurar lealtad a su señor sería lo mismo que condenar a muerte a nuestros familiares y, no creo que haya alguien aquí que no prefiera la muerte a qué eso suceda.

Los vencidos asintieron con calma, sin arrogancia en sus rostros.

Astra bajó la mirada, meditando las palabras del melenudo, por instinto observó a su señor, quién al igual que él reflexionaba la ignorada cuestión. 

  --Bien. Aceptaré la lealtad de doscientos de ustedes --Se levantó una vez más, hablando con un tono alto y autoritario, en simultáneo que destruía el silencio y atraía a todos con su voz-- y, si me sirven con fidelidad, prometo traer a sus familias, todas ellas gozarán del mismo trato que las familias de mis tropas. Comida, cobijo, seguridad y educación para su descendencia. Solo doscientos de ustedes.

Los vencidos se lanzaron miradas, de lejos habían conocido la aldea, un lugar simple, pero armonioso, unido y seguro, en algunos casos mucho mejor que los lugares donde sus familias habitaban, donde se valían de sus salarios como soldados, uno no muy estable por las disputas en el Norte por la guerra con los salvajes, donde la cosecha escaseaba por esos llamados impuestos de guerra y, aumentos de precios en algunas necesidades básicas, eran momentos difíciles, pero aquí, en las tierras del joven Barlok la situación parecía un poco mejor y, aquello los tentaba como una seductora sombra del bosque, rematando con la posibilidad de educar a sus retoños, una opción en Jitbar reservada para los hijos de aristócratas, mercaderes con buena riqueza, o algún bienaventurado con talento.

  --Solo doscientos, los demás serán esclavos. --Recalcó.

El primer valiente dio un paso al frente, luego el siguiente y así consecutivamente, dispuesto a aceptar la tentadora oferta. No fue el único, los más despiertos comenzaron a avanzar y con ello todos lo hicieron, peleándose por ser el primero. Astra sonrió al quitarse del camino, regresando al lado de su señor y admirar a los arrodillados con una sonrisa satisfecha.

  --¿Quiénes fueron los primeros? --Le lanzó una mirada a ambas damas colocadas en flancos contrarios.

  --No lo sé, señor Orion.

  --No lo sé, Trela D'icaya.

Respondieron al unísono, entendiendo el tono de su pregunta.

  --¿Astra?

  --No lo sé, señor Orion.

  --Supongo que deberé ponerles una prueba. --Sonrió, curioso por conocer quienes de sus nuevas adquisiciones destacarían. 

  --Una decisión muy sabia, señor Orion.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now