Los recién llegados

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Que resplandezca el cielo cuando haya caído, las nubes abran camino, porque yo he de volver con los Sagrados. Mi hogar es ahí. Yo solo estuve aquí de paso.

- Fragmento extraído de la epopeya "El hombre que se convirtió en montaña"

∆∆•∆∆

  Admiró el cielo, gustoso por no observar ese molesto color negruzco del laberinto. Respiró, dominando la calma que amenazaba con irse, lanzó miradas a cada rincón de los alrededores, inspeccionando una última vez a sus valiosos soldados, quienes dispuestos, o no, al final del día demostrarían su valía. Inspiró profundo, encontrando el camino a lo alto de los muros, donde el saludo cotidiano se transformó en uno de absoluto respeto. Llegó a lo alto, donde el horizonte se extendía hasta lo ingobernable de las tierras malditas, ahí, donde los valientes se convertían en leyendas.

Observó las barricadas de troncos, extendida por todo el territorio transitable, con la renovación de mucho de los anteriores ejemplares, los cuales habían terminado destruidos por la última batalla.

  --Mi señor. --El silencio fue interrumpido por un tono solemne y bajo, producido por una esbelta figura custodiada por dos hombres altos de porte guerrera, marcados en sus frentes con un símbolo amorfo, originario del hierro al rojo vivo.

Volteó casi de inmediato, sorprendido, pero calmo en su expresión.

  --Estratega Nadia ¿Qué haces aquí? --Preguntó de forma inquisitiva, pasando su mirada por ambos hombres antes de regresarla a la dama.

  --Deseo observar la batalla y ser espectadora de nuestra estrategia. --Respondió, con la falta del adecuado respeto que Orion presumió ignorar por el momento.

  --Creo que fui claro en hacerte conocedora del valor que posees para mí. Arriesgarte por un capricho no es buena idea.

  --¿No por ello colocó dos esclavos para mi protección? --Preguntó, con un toque sagaz en su voz y expresión.

  --Lo hice, claro, pero... bueno no es importante la razón --Suspiró--. Eres la estratega, talvez sea para bien que observes la batalla. Los libros mencionan que a veces la experiencia es mejor a la reflexión.

  --Lo agradezco, señor. --Se encorvó, bajando el rostro.

  --Procura no estorbar, ni darme excusas para que yo mismo te arrebate la vida. --Advirtió, sin un cambio notable en su expresión.

Nadia asintió, retirándose con la compañía de sus dos esclavos, ambos temerosos del joven individuo.

Orion bufó, haciendo una mueca de clara impaciencia. Levantó la mirada, observando las rotas nubes y el lucero que titilaba débilmente. El sonido distante lo colocó en guardia, enfocando a su flanco izquierdo como un águila, donde un jinete salió disparado de entre la espesura del bosque.

  --¡En posición! --Gritó la orden, observando su perfecta ejecución.

  --¡Ya están aquí! --Gritó el jinete al ponerse frente los muros.

  --Toma tu arma y armadura y custodia a los esclavos. --Ordenó.

El jinete quiso objetar, estaba cansado, pero deseaba pelear, quería compartir la gloria con sus hermanos, sin embargo, al notar la solemne expresión de su soberano, todos sus pensamientos se fueron al garete, la palabra del hombre de armadura azabache era absoluta, comprendiendo que como el buen soldado que era, debía obedecer.

  --Sí, señor Barlok. --Asintió, jalando las riendas para ordenar al fatigado caballo que se dirigiera a la izquierda.

  --Suenen los cuernos. --Ordenó, a la par que activaba la pantalla de su interfaz, con la indecisión en sus dedos temblorosos. Maldijo en su idioma, aceptando que por el momento era la mejor opción y, así hizo suyas tres nuevas habilidades: [Aliento ígneo], [El empalador] y [Espadas danzantes], gastando un total de 340 puntos de prestigio, sus preciosos puntos que había estado guardando para las habilidades que muchas veces le salvaron la vida en el laberinto, y que por el momento solo una de ellas había logrado desbloquear.

El atronador sonido envolvió por completo la vahir, avisando sobre la pronta aparición del enemigo.

  --Que E'la de fuerza a nuestro arco y puntería a nuestras flechas --Expresó una hembra en lo alto de una de las torres de arqueros, dirigiendo su mirada al hombre sentado a su lado-- ¿No es así, señor Ministro?

Astra afirmó con la cabeza, sin dejar de observar el lejano horizonte.

  --Que Pendora me dé la fuerza y Madron perdone mis decisiones. --Se tocó su recién pulido brazalete, exhalando toda su vacilación en un único soplido, recuperando la confianza en su espada y en su caballo--. Comandante, a su orden. --Gritó, mostrando su compromiso con la dama al frente de la fila.

Laut mantuvo su estoica mirada, reflejando los últimos rayos del sol sobre su casco de hierro pulido. Acarició a su semental, haciéndose poseedora de todo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

El frío era insoportable, la paja molesta y la comida no muy buena, teniendo recurrentes pensamientos sobre el exitoso escape, un pensamiento que retomaba fuerza cuando el maldito del Barlok los hacía trabajar en la construcción, o a los guardias se les iba la mano con el látigo, pero ¿Qué pasaría después? Sus antiguos poblados estaban lejos, demasiado para hacerlo sin provisiones y sin un mapa que detallara la zona, no obstante, el verdadero peligro apenas comenzaba, ya que, las bestias, criaturas de la noche, animales ponzoñosos, u otras cosas rondaban aquellas tierras inhóspitas, aquí era terrible, sí, pero la mayoría lo prefería a vagar por el incierto bosque, no solo eso, ya había algunos que albergaban deseos de servir en el palacio, o en el ejército como otros tantos lo habían conseguido.

  --Lo has visto, están distraídos, deberíamos irnos ahora que tenemos oportunidad.

  --Baja la voz --Advirtió, llevando su mirada a los indiferentes guardias de la entrada--. Escucha, ahora somos esclavos, no es algo que deseo ser, pero es lo que es, lo acepto y espero que tú también, Truk.

  --Y una mierda de perro... --Maldijo.

  --Más bajo --Repitió, sonriéndole al guardia que tuvo la inteligencia de observarlos, para después volver a su mirada al exterior del recinto-- ¿Acaso eres imbécil? --Llevó sus manos atadas a su nariz, limpiando con el dorso de la palma el flujo que comenzó a escurrir-- Estamos marcados, atados y mal cuidados, ni siquiera tengo la confianza de salir de este lugar con vida antes que uno de esos bastardos cruce mi pecho con su espada o flecha.

  --Cobarde. --Tronó la boca, decepcionado de su hermano.

  --Mejor cobarde que muerto --Dijo con el enojo reflejado en sus ojos--. Truk, entiendo que no seas inteligente, pero por los Dioses, comprende que aquí somos los vencidos. El Barlok ya mostró mucha misericordia al permitirnos continuar con vida.

  --Esto no es vida.

  --Tal vez no, pero confío en nuestra valía para que eso mejoré...

  --Como sea. --Dijo, acostándose y girando su cuerpo al lado contrario para conciliar el sueño, resultándole un poco engorroso por la atadura de sus manos y tobillos.

  *Bajarás la guardia y aprovecharé para matarte --Pensó--, sé que pasará... maldito Barlok.






El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now