La balanza del poder

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  [El empalador]

  [El empalador]

  [El empalador]

  [El empalador]

  [El empalador]

  Los cuerpos salieron volando, con armas todavía en mano y escudos destrozados, mientras otros pocos quedaron ensartados en las altas estacas de piedra y tierra solidificada, manchando de rojo la superficie verdosa que los rodeaba.

Miedo, confusión, cansancio, ahora eran los hilos que los controlaban, indefensos como para siquiera reaccionar que el enemigo se aproximaba, tal vez tan sorprendidos como ellos, pero que por los cascos era imposible detectar sus expresiones.

  [Inspiración]

  --¡Acérquense! ¡No sé dispersen! --Gritó Lucian con la ayuda de su habilidad, logrando el éxito buscado al despertar a sus buenos subordinados.

La caballería llegó, impactando con sus lanzas a los soldados en los flancos, a la par que destrozaban sus formaciones. Retrocedieron, enjaulando a sus enemigos en un cerco bien posicionado para combatir la inevitable huida. Se equiparon con sus pequeños arcos, atacando a los arqueros que astutamente habían dirigido sus flechas hacia ellos.

  --Háganme sentir orgulloso.

  --Sí, Trela D'icaya --Sonrió con malicia, tan inspirada en lo que estaba por hacer que casi olvidó de antes dar su orden-- ¡Hermanos! ¡Por Trela D'icaya!

El acto terminó, los escudos cayeron, al igual que las armas, armas a las que no le tenían mucho aprecio por ser de repuesto, y no las verdaderas que su señor había fabricado para ellos. Gritaron, y ese sonido pronto se convirtió en rugido, sus cuerpos fueron creciendo en tamaño, la piel comenzó a desmoronarse, dando paso a un denso pelaje, sus uñas se transformaron en garras, sus bocas en hocicos, dejaron de ser personas para transformarse en bestias, criaturas sobrenaturales y aterradoras que dejaron no solo al ejército enemigo sin aliento, sino también a sus propios compañeros.

  --Por los Sagrados...

  --Que los Dioses nos guarden...

Impactaron con sus grandes cuerpos como un torbellino enloquecido, deshaciéndose de los primeros soldados, mismos que por la sorpresa y confusión ignoraron sus propias muertes. Quisieron detenerlos, bloquearlos y hasta matarlos, pero no estaban preparados para la fuerza monstruosa de los islos, de sus embestidas, zarpazos y mordeduras, de sus garras contra sus pechos, destrozando sus armaduras de cuero, o dañando las de acero. Eran bestias, tan feroces y salvajes como en los cuentos de la antigüedad. Eran depredadores sedientos de muerte, y por fortuna, frente a ellos estaba servido el festín.

Los Sabuesos, Las Espadas Hermanas, y demás escuadrones llegaron a la batalla, haciendo retroceder a los valerosos con sus propios escudos, en simultáneo que los atravesaban con sus espadas o lanzas. Avanzaron paso a paso, sin perder las posturas ni la formación. Hubo un intento de flanquear a un escuadrón de humanos aliados de Tanyer, pero, para la gran sorpresa, la reacción y respuesta fue inmediata, permitiéndoles continuar con una sólida defensa y un mortal contrataque. Sus mentes divagaron por un fugaz momento, situación completamente compresible y de mucha lógica, pues, algo que habían ignorado, ahora se volvía tan visible como la luz del día atravesando las montañas. Estaban atónitos, ni en sus más locos sueños se habrían imaginado que en pocos meses de entrenamiento lograrían superar a sus excompatriotas por una sustancial brecha de habilidad y poder de ataque, y sus mismos ahora enemigos mostrarían la misma sorpresa si tan solo los pudieran reconocer debajo de los cascos y las valiosas armaduras de cuero endurecido con acompañamientos de acero en los puntos vitales.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now