El principio de un esperado fin

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—¡No!

Despertando acalorado de una horrible pesadilla, de un sueño que rezaba fervientemente no se convirtiera en realidad, Luke se encaminó al exterior de su guarida en busca de su aprendiza y sobrino para advertirles lo que había visto tan solo en su imaginación.

El alba ya había llegado al bosque, al campamento un tanto abarrotado por todos lo guerreros que ahora lo compartían, pero el cielo seguía igual de gris que el día anterior, sin una pizca de luz que los iluminara, sin una pizca de brillo que despertara la esperanza en cualquiera que alzara la cabeza y lo mirara en busca de consuelo por lo que se acercaba, los acechaba sin tregua y amenazaba con consumirlos si no actuaban según lo correcto, según lo que la poderosa Fuerza Estelar designaba.

Luke asomó la cabeza por la guarida de los guerreros, encontrando rápidamente luego de un par de cortos segundos a Ben y Rey ovillados juntos y murmurando cosas que solo ellos podían entender y escuchar.

Con cautela, intentó entrar, avisar siquiera que necesitaba hablar con ambos de algo de suma urgencia; sin embargo, unos colmillos jalándole de la nuca lo detuvieron y alejaron de lograr su cometido.

Se tranquilizó al reparar que se trataba de su padre, pero se volvió a erizar violentamente al sentir que este lo golpeaba sin consideración sobre la cabeza y le reprendía.

—¿Se puede saber qué estás haciendo, cachorro? Todavía es muy temprano para despertarlos, para alterarlos con tus temores infundados.

—¿Infundados? Padre, ¡la visión, aquella que me ha mostrado un posible y terrible futuro, ha regresado! —exclamó temeroso, incrédulo de que él hubiera recibido ese sueño, pero su Líder no.

El rostro de Anakin se deformó en disgusto, en miedo por lo oído. Sabía de qué sueño hablaba, del cual se refería con tanto pavor y dolor.

Con la mirada, le pidió que lo siguiera hacia un lugar más apartado, uno donde nadie pudiera escucharlos y asustarse. Una vez solos completamente, se acercó a abrazarlo con su cola, a decirle que se calmara y le contara, pero el curandero le dio la espalda, ignorando su gesto, o bien el intento de uno.

Después de caminar en círculos, recién lo miró fijamente a los ojos, a esos que se parecían bastante a los de él, por no decir que eran prácticamente idénticos.

—¿Luke?

—No creo que sea seguro dejar que Ben y Rey se enfrenten solos, cara a cara, a Palpatine —confesó, desviando la vista al suelo momentáneamente.

—No estarán solos, Luke. Se tienen el uno al otro, a nosotros, a todo un numeroso ejército por detrás cuidándoles el lomo —explicó con aparente calma, sin querer fastidiarse con los nuevos temores de su hijo. ¿Acaso otra vez dudaba de la autenticidad de la Diada? ¿qué no había aprendido ya que ellos tenían un lazo eterno que por nada del mundo se debía quebrar? Le sorprendía en demasía lo cabeza dura que podía ser.

—Te equivocas, padre. Mi miedo no yace en eso. Ya estoy más que convencido que mi sobrino y aprendiza son una Diada.

—Sabes que Rey ya no es tu aprendiza, ¿cierto? Ahora es una guerrera, una que aún puede seguir entrenando y mejorando, sí, pero bajo el cuidado de otros guerreros como ella, como Ben, por ejemplo —se burló de la seriedad de sus facciones, aquellas que solo se fruncían y delataban su molestia y vergüenza.

—¡Padre! —siseó, mirando por completo ahora sí hacia otro lado que no fuera el macho frente a él. Anakin ronroneó nuevamente, enroscando su cola sobre sus patas y agitando la punta.

—Entonces, si esa ya no es tu duda, ¿cuál es? ¿a qué le temes ahora? Con la Diada junta, reunida al fin tras generaciones llenas de desesperanza y dolor, no hay enemigo que nos venza, que nos vuelva a someter bajo su garra de hierro despiada y Oscura.

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