Paz en las Estrellas

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—¿Qué haces, Rey?

Cuando Padmé había desaparecido y los dejó a solas en las estrellas, Rey había visto la oportunidad perfecta para revisar a Ben más a fondo. Ahora estaba sobre su lomo, pasando suavemente sus zarpas por su pelaje negro y largo en busca de alguna herida que pudiera afligirlo. Él no se movía, pero sí permanecía con las orejas totalmente erguidas.

—Gracias a la Fuerza, no tienes nada grave —murmuró más para sí que para él, quien supuestamente era el paciente y debía saber todo lo que le pasara. Sin embargo, confiaba en Rey y su buen criterio. Ella nunca haría nada que lo lastimara.

Ronroneó satisfecho, sintiéndose cómodo bajo el ligero masaje de sus zarpas pequeñas en su espalda. Ciertamente no estaba herido, pues Mitaka ya lo había revisado tras uno de sus tantos entrenamientos con los guerreros de Snoke. Aun así, no podía desaprovechar el que su guerrera quisiera velar tanto por su bienestar.

Se sentía seguro y querido, amado por sus caricias y tiernos lametazos tranquilizadores.

—Bien —dijo, separándose de él un poco. El Lugarteniente contuvo un bufido. Le dolió su lejanía, la falta de calor que lo golpeó sin compasión —. Ahora, rueda sobre tu lomo y muéstrame el vientre.

—¿Q-qué?

Bien, eso no estaba saliendo según lo planeado. Y la mirada aparentemente seria de Rey no le ayudaba con los nervios que amenazaban con consumirlo vivo.

—¿Se te olvida que seguimos en las estrellas, cariño? Los fantasmas son unos chismosos y no quisiera que...

Ben no pudo terminar ya que la aprendiza de curandero había alzado la zarpa para golpearlo en la cabeza. Él ahogó un chillido.

Buscó sus ojos verdes, pero estos ya no lo miraban al estar desviados hacia el suelo. La cola de ella se sacudía muy inquieta, y él ahí comprendió que no era momento ni lugar para bromear.

Ella parecía preocupada en verdad.

—Lo lamento...

Rey negó lentamente con la cabeza y se acercó a darle un lametazo veloz en la mejilla.

—Solo déjame revistarte, ¿sí? Necesito asegurarme de que estés bien.

Sin contradecirla, Ben obedeció y le mostró el vientre. Ella abrió la boca al ver una leve cicatriz justo cerca de su esponjoso flanco.

—¿Cómo...?

—Entrenamiento —respondió con voz neutra, ocultando el disgusto que lo embargaba recordar la situación en la que la marca rojiza se originó.

Entrenaba, sí, pero no con los demás guerreros y sus aprendices, sino con los gatos que custodiaban a Snoke día y noche, su famosa y repudiada Guardia Real.

Eran cuatro los felinos elegidos por el Líder que se convertían en su sombra. Donde él fuera, ellos lo seguían. Combatían por él, mataban por él.

Enfrentarse a la Guardia era una muerte asegurada.

Kylo entrenaba con ellos únicamente porque Snoke se lo ordenaba. Eran toscos y feroces, altos y fornidos igual que él, pero con un pequeño detalle que los diferenciaba.

Ellos no tenían mente y corazón. Una vez se unían a la Guardia, Snoke usaba la Fuerza para controlarlos y hacerlos olvidar lo que eran en realidad, gatos leales y buenos, o blandos, como él los llamaba.

Respingó del terror. Gracias a la Fuerza, nunca lo había siquiera pensado hacer con él. No se imaginaba yendo por la vida sin voluntad, sin poder actuar por su cuenta o sentir otra cosa más que no sea la necesidad de saciar la sed de sangre.

Star Paws: A New WarriorWhere stories live. Discover now