Entre ronroneos y zarpazos

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—Por última vez, Ben —volvió a pedir, sin darse cuenta aún que era inútil pues él se negaba a quitarle la zarpa de encima que le impedía levantarse. Su ronroneo burló le hizo abrir los ojos y rodarlos, no del fastidio, sino de la diversión y dicha absoluta —, ¡deja mis orejas en paz!

Mientras dormía, indefensa bajo su abrazo posesivo y protector, Ben había aprovechado la oportunidad para revisarle tras la oreja esa marca que le había hecho esa vez que creyeron sería la última vez que se verían. Su lengua y sus maullidos fueron los que la despertaron, además de sus colmillos mordiendo suevamente otra vez esa zona para, según él, “repasarla”.

—Conejito, pececito, mi dulce avecilla —respingó ante el susurro e intentó de nuevo liberarse cuando lo sintió querer morderle la otra oreja y marcarla.

—¡Ben! —chilló una vez escapó de su agarre y se levantó de un brinco brusco y veloz.

Él la veía desde el suelo, recostándose enteramente sobre su lomo y exponiendo su vientre blanco y suave para tentarla a nuevamente refugiarse en él del frío ligero del amanecer que los envolvía. Rey no resistió la tentación y volvió, solo para alzarse un poco y morderle la oreja sin consideración en venganza. Ben gruñó y la abrazó más contra sí antes de rodar con ella un par de cola de distancia del sitio original y terminar igual, con ella arriba y bien sujeta por sus garras envainadas y gruesas.

—Auch, está bien, supongo que me lo merecía —ronroneó y la hembra le atinó un golpe en el hombro que él ni lo notó.

—¡Supones bien! —se erizó, solo para que Ben le pasara la cola sobre la espalda para alisar su precioso pelaje atigrado claro —Debería arrancarte las orejas.

El Lugarteniente rió en alto, encantando a la aprendiza que se olvidó de su enfado al escucharlo. Era una melodía bellísima, una que no le importaría siempre provocar para siempre oírla. Él acercó su rostro al suyo y lamió la punta de su nariz con ternura. Ella maulló, respondiendo a su mimo y entrechocando su nariz casi al instante que él acabara.

—No podrías, cariño —con la almohadilla de su zarpa, acarició lentamente su flanco esponjoso, sacándole uno que otro suspiro que lo embelesó en su totalidad —. Sé lo mucho que te gustan mis orejas. Si me las quitaras, ya no tendrías donde morderme.

—Podría morderte la cola —Ben frunció el gesto y Rey se burló en voz baja.

—Eso sería doloroso, dulzura.

—Esa es la idea —siguió ronroneando, cayendo en su pecho y permitiendo que él reforzara su agarre y la lamiera en las orejas.

—¿Tanto me deseas el mal, conejito? —se hizo el ofendido, mostrándole un gesto lastimero y los ojos brillándole por lágrimas falsas —Y yo que te amaba tanto y pensaba incluso traerte más conejos para que desayunaras.

—Oh, Ben, mi corazón —hundió la nariz en su mejilla y jugó con sus dedos con el mechón suelto y blanco de su pelaje —. Los conejos de ayer estuvieron deliciosos, pero ya no necesito más. Solo te quiero a ti y nada más.

Anoche no había visto a Ben probar bocado, por lo que esa preocupación implícita aún yacía en su mente cada que recordaba como él solo la había visto comer sin picar algo para sí.

Notando su repentina tristeza, el Lugarteniente le ronroneó y meció entre sus zarpas. Sabía por qué estaba así. Leer su mente era algo que simplemente no podía evitar por la curiosidad que siempre le embargaba sobre lo que ella podría pensar y sentir a su alrededor.

—¿No quieres cazar algo antes de irnos, Ben? ¿Un conejo o un campañol? —ante su creciente angustia, la pegó a su pecho hasta tal punto de esconderla en él y abrigarla en su totalidad. Rey intentó moverse y llegar a su rostro, o bien alzarse y verlo a los ojos, pero se lo impidió al sujetarla con más fuerza —¿Ben?

Star Paws: A New WarriorWhere stories live. Discover now