El Cachorro

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Con la cabeza en alto pese a lo pesada que era la bolsita llena de comida que cargaba en su boca, Rey se abrió paso a través del callejón que sería su tumba sino se comportaba correctamente frente a todos esos gatos de filosas e inquisitivas miradas. Estaba allí otra vez para cumplir su parte del trato con el líder de esos rabiosos callejeros, Unkar Plutt.

Unkar Plutt podía parecer a simple vista un gato viejo y gordo con delirios de grandeza al tener a muchos bajo su poder, pero lo cierto era que también había sido muy astuto al forzarla a hacer un trato cuando ella obtuvo un hogar entre los humanos y sus lujosas casas y jugosas comidas.

Era la tercera en una larga fila felina. Al igual que ella, el resto también cargaba con comida de diferentes aromas y tamaños. Los secuaces de Plutt los vigilaban y cuidaban que no se pasaran de listos con el jefe. A juzgar por sus rostros y aspectos lamentables, ellos no eran los que recibían precisamente la mejor parte de las ofrendas.

Rey todavía se preguntaba, por qué esos gatos le eran leal si era más que claro que él no los trataba para nada bien. No parecía ni importarle si alguno enfermaba o caía desmayado en las calles llenas de perros o pistas peligrosas con varios vehículos fuera de control.

—Bienvenida, gatita. Qué alegría tenerte por aquí otra vez —escuchó el ronroneo y su rostro se frunció en disgusto. Su turno había llegado y Plutt la estaba recibiendo de la única manera que sabía que la fastidiaría.

—Lástima que no puedo decir los mismo de ti, Plutt.

No se molestó en ocultar su desagrado, pero sí se cuidó a medias de lo que decía. Veía de lejos a sus seguidores desenvainar las garras, listos para saltar y atacar. Para su sorpresa, Plutt se bajó de su “trono” y caminó hacia ella con cierto sigilo.

—¿Qué me has traído hoy?

Sin dejar que acercara ni un poco sus desaliñados bigotes a su nariz y rostro, soltó la bolsita sobre sus zarpas delante suyo. El jefe olisqueó la comida y se apartó rápidamente asqueado. La miró a los ojos y luego le pasó la cola por la mejilla mientras regresaba nuevamente a su lugar. Rey resistió el impulso de morderlo y despellejarlo ahí mismo frente a la multitud.

—¿Qué basura es eso? —arrugó la nariz.

—Comida de gato, obviamente —aclaró con naturalidad. Él se acicaló una zarpa antes de pegar sus orejas contra su cabeza, ofendido por su insolencia.

—¿Eso te dan de comer tus humanos? ¡Eso ni siquiera parece comida!

Claro que no, no era un pescado o un pedazo de carne preparada, eran simplemente bolitas insípidas y feas incluso para la vista. Ella, a diferencia de Plutt, no podía quejarse. Al menos le daban de comer.

—Bueno, supongo que ya puedo irme.

—¿Cómo a una dulce y linda gatita como tú le pueden dar eso en lugar de comida de verdad? Que desperdicio de belleza.

Detestaba sus bromas, sus apodos, sus insultos; si tan solo pudiera clavarle las garras le demostraría que ella era mucho más que solo dulce y linda.

—Ya te di lo que tenía, Plutt. Que no lo aceptaras no es mi problema —el pelaje castaño de su lomo se erizó y los gatos a sus lados le sisearon. Debía calmarse, no era inteligente pelear sola contra un ejército leal.

—Está bien, tú ganas —maulló al cabo de unos minutos de tenso silencio —. Puedes irte, minina.

—Yo no soy ninguna minina, sucio saco de pulgas hablador —insultó. Los callejeros por poco y se le abalanzaban de no ser porque Plutt levantó una zarpa para detenerlos.

Star Paws: A New WarriorWhere stories live. Discover now