Capitulo 30

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POV de Draco

Estaba muy estresado, esa era mi justificación ante todo. Y es que verdaderamente lo estaba.
Me sentía presionado, y sentía que todo recaía en mí. El miedo y la ansiedad se apoderaban de mi.

Además de encargarme de Dumbledore, tenía que reparar el armario evanescente, cosa que no le había contado a Atenea. Ni podía contarle. Estaba consciente de que si fallaba, Voldemort me mataría; y de que cada día era un día menos, un día perdido. El tiempo pasaba rápido, pero al mismo tiempo todo era tan lento.

En la biblioteca, después de discutir con Atenea, la miré a los ojos. No sabía lo que se había apoderado de mi. Pero miré sus cristalinos ojos azules, y escuché su voz entrecortada, y entonces supe que había hecho mal.

Nunca me había importado herir los sentimientos de alguien. Nunca me había preocupado tanto por alguien, no como lo hacía con ella. Me costaba tanto aceptar lo que sentía, que a pesar de estar por casi medio año juntos, no sabía cómo controlar mis emociones cuando se trataba de ella. Ella me había ayudado en tantas ocasiones, más de lo que nadie más había hecho. Se había preocupado por mi incluso más que mi propio padre. Y aún así, me permití gritarle todas esas cosas que yo ni siquiera sentía o pensaba, al contrario. Sólo las dije en medio de mi desesperación, porque así me sentía yo, como un inútil.

Cuando la vi irse, quería ir detrás de ella. Pero no pude. Quería ir y abrazarla, decirle que no sabía lo que había pasado conmigo; pero no podía. Algo me detenía. Tal vez era el estúpido sentimiento de debilidad que me impedía ir tras ella. Y cuando al fin vencí el pensamiento, ella ya se había ido.

Puse mi mano en la cabeza y grité de enojo, pero como estaba en la biblioteca, todos a mi alrededor me callaron. ¿Por qué no entendían que estaba mal? Pero a nadie le importa Draco Malfoy. Aunque no importaba, porque me daban igual los demás. Sólo quería ver a Atenea y abrazarla. Sus abrazos eran los mejores, con solo un abrazo todos mis problemas se iban. Su perfume me recordaba a cuando mi madre me abrazaba después de caerme de la escoba y rasparme las rodillas.
Cuando me acerqué a la amortentia, lo que percibí fue madera de fogata, vino tinto y un olor dulce, entre jazmines, rosas, cítricos y vainilla, que enseguida reconocí, era el olor del perfume que Atenea tenía en su tocador.

¿Por qué no podía dejar de pensar en ella?

De repente me encontré en el baño de las chicas del segundo piso. Me recargué del lavabo y me miré al espejo. Por primera vez en mi vida estaba en desacuerdo con lo que veía. No reconocía mi reflejo. Comencé a llorar. ¿Qué pasaba dentro de mi?

La desesperación salía de mi ser en lágrimas y llanto. No entendía nada de lo que pasaba, todo era borroso. Encima, tenía el peso de las misiones que Lord Voldemort había dejado para mi. Todo estaba mal, nada estaba bien.

De repente, escuché un ruido en los baños. Volteé rápidamente.

—¿Quién está ahí?— grité, pero nadie respondía.

Escuché unos llantos y miré con confusión el cubículo del que provenían los llantos. De repente, un fantasma salió. Claro que sabía quien era. Era Myrtle la llorona. Me saludó tímida y con lágrimas en los ojos.

Al cabo de una hora, seguía en el baño desahogándome con Myrtle, cuando escuché un ruido, esta vez en la entrada del baño. Eran pasos. Vi una silueta acercarse. Y cuando todo era más claro, vi esos cabellos rubios, esa piel pálida y esos ojos azules que tanto me encantaba mirar.

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FIX MEWhere stories live. Discover now