- ¿Y Nik? – pregunté a la par que entraba al salón, deshaciendo el cordón de la bata.
Aquel lugar estaba caldeado por la gran chimenea que adornaba la pared frente a los sofás. Desde los grandes ventanales se podía observar como en el exterior la nieve se había acumulado un par de centímetros sobre las losetas blancas que llevaban al comienzo del principal camino que dirigía al riachuelo y al bosque.
Era Año Nuevo, el último día de las vacaciones, como también lo sería en aquella casa durante unos meses, al menos como residencia fija principal.
- Trabajando – se limitó a contestar Severus, quien perdía su mirada en los diminutos copos de nieve que surcaban aún el cielo.
El día anterior nos acostamos muy tarde, Nik había invitado a Helen y estuvimos hasta las tres de la madrugada allí en el salón, simplemente hablando. Severus se había levantado como cada día a las siete en punto y, tras media hora rogándole que se quedara en la cama, ambos bajamos. No me gustaba quedarme sola en aquella cama tan grande.
Conseguí que me prestará atención poniéndome de rodillas frente a él.
- ¿Qué pretendes hacer? – dejó su taza de café sobre la mesa y cerró la puerta del salón con un hechizo no verbal.
- Creo que lo sabes perfectamente – comenté sin vergüenza, a la par que bajaba sus pantalones deportivos hasta la mitad del muslo – Vaya, parece que alguien se ha levantado de buen humor - murmuré muy cerca de su entrepierna, expectante de ver si reaccionaba positivamente ante la calidez de mi húmedo aliento.
- ¿A que se debe este saludo de buenos días?
- A que me apetece – bajé la tela de sus calzoncillos negros.
- No te ha apetecido durante todas las vacaciones.
- Pues ahora sí – atrapé su pene con mi boca y comencé a hacerle una mamada.
Sentí como me apartaba el pelo del rostro y lo sujetaba a media altura de mi cabeza. Con la mano tras mi cabeza marcaba un ritmo cada vez más rápido, que aflojaba si yo mostraba resistencia.
A cada rato me separara un poco de él, para tomar aire y aprovechaba para frotar su totalmente erecto miembro en mi mejilla derecha.
- Eres un pervertido – agarré con decisión su erección.
- Habló – cerró los ojos cuando volví a abrazar el miembro con mis labios -. Yo no he empezado.
En aquella ocasión usé una mano como ayuda, sujetándolo con firmeza y aferrándome con mi mano libre a su pierna, en busca de estabilidad.
No pasó mucho tiempo antes de que Severus hiciera que parara y me levantase. Bajó del tirón mis pantalones y bragas y me subió en la mesa. Ambos nos estremecimos cuando ocupó el lumen de mi vagina.
No era una postura demasiado cómoda, pero poco importaba en ese momento. Recargada sobre mis codos observaba a Severus, quien parecía concentrado en su tarea. Cuando este levantó la vista se inclinó decidido a besarme, sin embargo, mis pantalones se lo impidieron.
Fui la primera en reír, pero pronto se unió una primera carcajada de su parte. Detuvo sus embestidas y, aún dentro de mí, comenzó a retirar mis pantalones y bragas mientras negaba con la cabeza.
Apoyó las manos sobre mis piernas y comenzó de nuevo su vaivén, con aún más ímpetu. Su boca buscó la mía con ímpetu, pidiendo beber de ella.
El placer comenzaba a ser abrumador y me dejé caer del todo sobre la mesa.
- Uy, que buen espectáculo – la voz de Helen resonó por el salón. Severus se paró de golpe.
- Mierda – comentó el pelinegro, saliendo y colocándose delante de mí para darme privacidad, sin embargo, yo aún no podía moverme, simplemente dejé caer mis adoloridas piernas.
Severus volvió a colocarse la ropa con total naturalidad, tomándose su tiempo para colocar su miembro dentro del bóxer.
- ¿No que Nik te había llevado anoche a casa? – cuestionó molesto.
- Bueno, de camino a la puerta hubo un pequeño cambio de planes. Solo venía a despedirme, podéis seguir con lo vuestro – dicho esto se marchó sin más.
- Nik debería avisar de sus cambios de planes – me incorporé, quedando sentada en la mesa.
- Al menos ha sido un buen polvo.
- Sí, yo pensaba que ya estarías fuera de forma.
- Jamás, querida – contestó con fanfarronería, pasándome mi ropa.
- ¿Tienes pensado salir hoy?
Durante todo el tiempo que duraba aquel periodo no lectivo, algo más de una semana, fue raro el día en el que alguno de los dos, o incluso ambos, no tuviéramos pendientes o compromisos. A penas pasábamos tiempo juntos, a excepción de un pequeño rato antes de dormir que aprovechábamos para hacer cualquier cosa a excepción de cualquier actividad física.
- No, y espero que tú tampoco.
Pasé casi todo el camino en el expreso dormida. Severus a penas me había dejado dormir un par de horas la noche anterior.
- Parece que alguien no durmió anoche – escuche decir a alguien.
Me incorporé desorientada e, instintivamente, me limpié la comisura de los labios, húmeda por la saliva. Cuando logré enfocar bien mi vista distinguí a Cope frente a mí.
Miré el sitio dónde había estado descansando, había tenido una buena almohada. A mi lado estaba hecha una bola una chaqueta del antiguo armario de Severus, habían pasado años desde la última vez que se la había puesto, pero eso no quitaba que oliera a él.
- Tienes unas ojeras increíbles – comentó mi amiga con preocupación.
- No es nada – le resté importancia -, simplemente tenía demasiadas cosas en la cabeza. Esta noche dormiré mejor.
La última vez que me había acostado en la cama no pude conciliar el sueño y, tras un par de horas dando vueltas en la cama las sabanas comenzaban a arder.
En uno de mis bruscos y desesperados cambios de posición desperté a Severus, quien algo descansado propuso una divertida forma de acompañarme en mi desvelo y de paso, provocar en mí cansancio.
- Lyra, ¿sabes algo sobre los chicos? – la voz de la castaña me sacó de los recuerdos de la noche anterior.
- Estarán luego en el banquete, eso es todo lo que sé.
- ¿Sabes que saliste en el profeta?
- ¿Cómo? – pregunté algo anonadada por su declaración.
- En una de las secciones sobre sociedad había una pequeña memoria sobre la fiesta de tus padres y, en una pequeña foto, se te veía a ti acompañando a un hombre bastante alto. ¿Quién era ese? ¡¿Con quién estás engañando al hombre de negro?! – bromeó.
- Yo no estoy engañando a nadie – me defendí con fingida indignación -. No te debería ser difícil adivinar quien era ese hombre.
- En la foto ponía algo como Señora Zeneli. Sin duda algunas eras tú.
- Vaya desastre de Ministro - me llevé las manos a la cabeza -. ¿Tienes algo que hacer este fin de semana?
- Pues... No lo sé, supongo que lo pasaré con George, como de costumbre, me tienes que poner al día en lo que pueda – la miré con ojos suplicantes -. ¿Por? – preguntó con desconfianza.
- ¿No te apetece dar una vueltecita un rato fuera del castillo? Tengo que ir de compras – ella me miró indecisa -. Por favor, Cope.
- ¿Qué necesitas?
- Un regalo de cumpleaños para Sev - su cara se transformó en un claro desagrado.
- Te prometo que no pasearemos por el callejón Knockturn, ni siquiera tiendas raras.
- ¿Qué tienes pensado?
- He encargado un par de cosas en una sastrería a las afueras de Hogsmeade.
- ¿Qué le has pedido? – cuestionó con curiosidad.
- Si quieres saberlo deberás verlo tu misma allí – la chantajeé. Sabía que su curiosidad era su talón de Aquiles.
- Está bien, tu ganas, iré. Sin embargo, debes decírmelo ya.
- Un juego de capas, unos guantes de Lethifold de corto pelaje, un cinturón a medida y un detallito sorpresa que he encargado solo por ver su cara.
- En resumidas cuentas, te has dejado el valor del conjunto de órganos de medio cuerpo. ¿De donde sacas todo ese dinero?
- ¿De verdad quieres saberlo? – la joven de ojos azules asintió con vehemencia – De la bóveda del marido mi tía.
- ¿Y él te deja?
- Tengo la custodia directa de la bóveda de al ser la ahijada política de su mujer, técnicamente, puedo hacer lo que sea con la bóveda de ambos. Además, con todo lo que ahí allí no se darán cuenta de que faltan unos cuantos galeones.
- No creo que sea correcto.
- Si quisieran resguardar sus pertenencias en primer lugar no deberían haberse hecho mortífagos, simplemente mostrarse neutros, como hicieron otros mortífagos. Aun que nunca haya llegado a tocar nada de mi tía, nunca sabe con ella y dicen que en Azkaban ha perdido la poca cordura que le quedaba.
- ¿Quién es tu tía?
- Bellatrix Lestrange.
- ¡¿La loca?!
- Esa misma. ¿Nunca te lo había comentado?
- ¡No! Me acordaría de ello.
- ¿Cuánto queda para llegar? – cambié de tema.
- Un par de horas aún.
- Aún no creo que sea la última vez que viajamos en el Expreso.
- Lo dirás por ti. A mí aún me queda el camino de regreso tras la graduación.
- Estoy desenado que este curso acabe ya.
- A mi me da miedo el mundo exterior y nadie sabe como estarán las cosas para ese entonces.
- Yo solo espero volver el año que viene, libre de las reglas aplicables a los estudiantes.
- Siempre he querido escaparme de noche por los pasillos, como hacían esos dos.
- Creo que eres la única alumna de Hogwarts que jamás se ha escapado a dar una vuelta alguna noche.
- ¿Lo hacías a menudo?
- Al principio sí, tenía una tradición de ir al lago cada año antes de las vacaciones, pero ahora cuando salgo siempre tengo a mano un permiso de Albus.
- Que suerte tienes.
- Si tu lo dices...
Los minutos empezaron a volar charlando con Cope y después colocando mis pertenencias de regreso en el armario de mi solitario cuarto. Cuando me quise dar cuenta estaba dando una vuelta con crup por los pasillos de las Mazmorras, de regreso hacia las salas comunes.
Al voltear la esquina al despacho de Severus vi como un muchacho alto, de pelo negro, se marchaba casi corriendo de allí, con su mochila al hombro.
Me acerqué al despacho y empujé la puerta con cuidado. Por suerte, aún no había sido cerrada.
Severus estaba de pie frente al pensadero de Dumbledore, iluminado con unas cuantas velas. El hilo plateado que sacó con su varita fue desapareciendo a medida que acercaba la punta de su varita a su sien derecha.
Sus hombros estaban caídos, parecía cansado.
- ¿Cómo ha ido? – pregunté sin alzar demasiado la voz.
Inmediatamente, él se dio la vuelta, con su varita en alto. Tras identificarme bajó la varita.
- Horrible – se dirigió hacia su escritorio -. Pasa.
Abrí un poco más la puerta y Boreal entró corriendo al laboratorio, ladrando alegre.
- No, el chucho no – se lamentó, dejando caer todo el peso de su cabeza sobre ambas manos.
- Sabes que no hará ningún estropicio – argumenté en favor del animal.
Con un movimiento de varita las dos sillas enfrentadas desaparecieron y la sala volvió a su habitual.
- ¿Crees que podrá conseguirlo? – me senté frente a él.
- Más le vale. Si no, será un blanco aún más fácil de lo que ya es. ¿Por qué Albus tuvo que encargarme esto? – se auto cuestionó molesto – Parece un chiste malo.
- Porque sabes que no serás blando con él. Además, ya tienes experiencia – sonreí con añoranza.
Puede que hubiese tenido anteriormente encontronazos con Severus, pero estaba segura de que hasta aquel momento solo era alguien más, sin rostro, que a veces estorbaba en su camino.
Fue después de que lograra conseguir que me enseñara los artes de la mente que pude ir poco a poco conociéndolo.
- ¿Qué está pasando ahora por esa cabeza tuya? – su voz me sacó de mis pensamientos.
En su rostro, una ceja se alzaba a modo de intriga. A diferencia de hace unos momentos, su pose ahora era relajada, recostado sobre el respaldo de su acolchonada silla y con los brazos sobre su regazo, ocultos bajo la mesa.
- Nada – le resté importancia.
- Nada bueno, querrás decir.