Tenía un hambre voraz, devoré en unos pocos minutos el gran plato de Sunday Roast y no dejé ni un poco de salsa. Luego ataqué el trozo de pastel de crema de limón y merengue.
- Ay, ya estoy repuesta - dije recostándome en el cabecero y sobándome la barriga.
- Eres increíble - repuso Severus apartando la bandeja con los platos ya vacíos y los cubiertos -. Ahora, os dejaré solas, debéis hablar y yo no pinto nada aquí.
- ¿Hablar? - le sugestioné extrañada, pero él simplemente se fue sin contestar.
Estaba muy confunsa
- Lyra - comenzó a decir mi amiga -, ¿puedes explicarme que es eso que tienes en el brazo?
Mire hacia abajo y mi garganta se secó de inmediato, la marca tenebrosa estaba al descubierto y era bastante notoria. Normalmente aunque no la tapara a penas se distinguía con mi clara piel, pero estaba con bastante rubor.
- N- no es lo que parece - intenté justificarlo.
- Pues explícate entonces.
- Creo que, como todo el mundo sabe, tienes conocimiento de que mi padre fue un mortífago.
- Creo recordar algo, pero alegó que estaba bajo la Maldición Imperdonable Imperius.
- Exactamente, pero la verdad es que él no estaba bajo ningún maleficio. El fue y es un mortífago fiel a los ideales del Señor Oscuro.
- ¿Y qué tienes que ver tú en eso?
- Cuando mi madre se quedó embarazada mi padre fue a proclamarle a su señor que tendría una nueva devota que se uniría a su causa. Aunque creo que ya te imaginas que eso es lo último que yo querría, solo con ver con quienes me suelo rodear, aunque Severus también fuese un mortífago.
- ¡¿Qué?! - gritó ella incrédula - No me puedo creer que un mortífago enseñe en Hogwarts.
- Severus se dió cuenta de que lo que hizo no estaba bien y aún a día de hoy sigue pagando por sus errores. El caso, Voldemort pensó que sería conveniente unirse con una sangrepura, pues después de que acabara con los hijos de muggles el número de magos se reduciría notablemente.
- Entonces...
- Sí - no la deje acabar -, Voldemort me eligió como su futura esposa cuando aún no había nacido y como recordatorio eterno antes de yo nacer de una forma que nadie conoce consiguió grabar en mi antebrazo su marca.
- Todo esto es... increible.
- Así que, cuando vuelva Voldemort, Dumbledore me ordenará seguramente actuar como una fiel seguidora suya.
- ¿Cómo que cuando vuelva?
- Créeme, ese monstruo volverá algún día y algo me dice, por desgracia, que no queda mucho para que eso pase.
- ¿Es cierto todo esto?
- Que me muera si es mentira algo de lo que he dicho - dije seria.
En el momento menos esperado Copeland se incorporó un poco y saltó a mis brazos.
- Sabía que no debía de dudar de ti. He sido una tonta.
- Claro que no.
- Ahora entiendo que tu situación es más complicada de lo que puede cualquiera llegar a imaginarse.
- De momento soy capaz de vivir bien con ello. Ya te diré en unos años.
- Lyra - me llamó.
- Dime.
- Durmamos juntas esta noche.
- ¿En tu casa? Porque supongo que después de lo que has escuchado no te hará mucha gracia ver a mi padre.
- En mi casa dudo que sea posible, ¿podríamos quedarnos aquí?
- Supongo que sí, pero sin permiso de alguno de los dueños no hay nada que hacer. Ya me encuentro mucho mejor, ¿bajamos?
- Está bien.
Salimos de la puerta y Severus estaba apoyado en la pared de en frente. Me miraba con una ceja alzada, como reprochando el hecho de que hubiera salido de la cama.
Bajamos al salón y de mientras fui hablando con Severus, a quien no le parecía en absoluto mala idea que me quedara. Según él así me podría vigilar más de cerca, por si tuviera alguna recaída.
Yo dormiría en la habitación principal con Copeland y él se quedaría en la habitación de al lado por si acaso.
Al entrar en la amplia estancia Nik me arropó con sus fuertes brazos en un gran abrazo.
Estaba viendo a un hombre, en una casa bastante pequeña. Parecía molesto por algo y comenzó a andar con paso acelerado a la vez que cojeaba.
Yo lo seguía sin problemas. En frente de nosotros había un gran edificio de piedra, una mansión bastante descuidada, con una única habitación iluminada por una luz azul, la que daba muy mala espina, estaba segura de que ella provenía de un hechizo.
El hombre subía las escaleras refunfuñando algo y al llegar a una puerta entreabierta se quedo observando el interior. Al poco una enorme serpiente, que se me hacía muy familiar, pasó por delante de mí y se quedó parado tras el hombre.
Empezó una conversación en Parsel y escuché una voz conocida. Una voz que no me gustó nada recordar.
La serpiente pasó de largo y un hombre regordete, con harapos como ropa y grandes incisivos abrió la puerta y comenzó a hablar con el muggle. Poco después del interior de la habitación salió una luz verdosa que impactó directamente sobre el pecho del anciano.
Atemorizada me asomé a la habitación, parecía que ellos no podían notar que estaba allí. En un sillón estaba una especie de homúnculo, muy delgado, con la tez tan blanca que se notaban claramente las venas más superficiales. Lo más característico era su nariz casi inexistente, solo con dos orificios parecidos a una serpiente, y unos ojos rojos.
Parpadeé y al abrir los ojos me encontraba en un cuarto oscuro. Me incorporé enseguida. Estaba bastante inquieta.
- Mmmm...Lyra, ¿qué pasa? Es todavía de noche... - la voz de mi amiga provenía del otro lado de la cama.
- Tengo que hablar con Severus – dije a la vez que mi voz sonaba algo alterada.
- ¿No puedes esperar a mañana? – dijo aún medio dormida.
- No – dije rotundamente.
- ¿Qué es tan importante?
- Voldemort – dije en voz baja.
Al decirle eso ella se despertó del todo y se incorporó también.
- Quiero enterarme – me propuso mi amiga.
- Cope, no creo que sea indicado que lo escuches. Quizás sería preocuparte para nada.
En eso llamaron a la puerta y yo saqué mi varita y la abrí con un simple giro de muñeca.
- ¿Se puede saber qué hacéis despiertas a estas horas? – Severus encendió con la varita un par de velas en la habitación, a la vez que entraba.
Él entró llevando unos pantalones largos y una camiseta de manga corta, ambas prendas negras.
- Lo mismo te digo – le respondí con la misma mala gana con la que él había hablado -, no es muy adecuado llamar a la puerta de dos jóvenes de madrugada – sinceramente no sabía la hora que era, pero por como hablaban todos era muy tarde.
- Pero si has sido tú la que has dicho que querías hablar conmigo. En el silencio de la noche cualquier cosa se escucha.
- ¿Qué hacías despierto?
- Estaba leyendo, sabes muy bien que tengo insomnio.
- Dejad ya de hablar e ir al grano – dijo Copeland expectante.
Entonces me fijé mejor en Severus.
- Sev... Tu marca... Está más oscura – dije mirando a su antebrazo
- Sí, poco a poco se va volviendo más oscura – contestó él.
- ¿Debería preocuparme? – dijo Cope.
- Sí, un poco. Aunque a ti no te tocará sufrir mientras no hagas ninguna tontería. Cuéntame - se sentó a los pies de la cama y entonces comencé a relatar todo con el máximo detalle que me permitía mi memoria.
- Suena aterrador – dijo la castaña.
- Es horrible – añadí.
- ¿Cómo era cuando la Primera Guerra?
- Era un hombre alto – comenzó a describir Severus –, con la piel muy muy blanca, ojos rojos y facciones más de serpientes que de humano. Era frío y por sus poros se desprendía un enorme poder. Solo su presencia podía llegar a ser estrangulante.
- Increíble.
- Que pena, de joven era toda una belleza – añadí para quitar algo de tensión al ambiente.
Severus me miró con mala cara.
- Bueno, no os preocupéis ahora, cuando sea el momento ya tendremos tiempo de preocuparnos. Intentad dormir.
Él se fue y ambas nos quedamos solas en esa gran habitación. Nos recostamos en la cama, mirando la una hacia la otra.
Poco a poco nuestros ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad.
- Oye – comenzó Cope en un susurro, ya había aprendido que si no hablaba bajo el que estaba en la habitación de al lado lo escucharía.
- Dime.
- Snape es más bueno y amable de lo que yo me pensaba. Se le nota mucho que se preocupa bastante por ti.
- Y tú que no te lo terminabas de creer.
- Es que para cualquiera sería imposible si quiera imaginar que tiene corazón, un lado bueno y todo eso.
- Exagerada. Oye, ¿ha pasado algo con Rory?
- Pues... si te soy sincera... Sí.
- ¿Cómo? – cuestioné un poco alto – Cuéntame – bajé la voz.
- Resulta que el otro día fui a la Madriguera y una cosa llegó a la otra y... Bueno, eso.
- No... - dije fingiendo que no me lo creía.
- Sí... - dijo ella escondiendo la cara contra la almohada.
- Cuenta, cuenta, ¿cómo fue?
- Lyra, tengo sueño.
- Anda, ahora no me lo quieres contar cuando tu sabes todo lo mío.
- No es eso, es que tengo sueño.
- ¿Y ahora me vas a dejar con toda la intriga? No voy a poder dormir con esta intriga que me come ahora por dentro.
- Bueno está bien – dijo rendida a la vez que en mi cara surgía una sonrisa de victoria y satisfacción -. ¿Sabes que eres una cotilla?
- Sí – dije acompañado de una risilla,
- Fue...Torpe. Muy torpe.
- Pero bien, ¿no?
- Bueeeno... Dependiendo del momento. Al principio para nada, luego meh y al final pasable.
- Ya irás cambiando de opinión – dije volviendo – Irá mejorando y no solo para ti.
- Eso espero.
- Al probar algo nuevo no puedes quedarte solo con la primera impresión.
- ¿Cómo fue tu experiencia?
- Creo que nada mal. También es cierto que aprendí con un todo un profesional, supongo que eso influye mucho.
- Seguramente. Bueno durmamos y mañana seguimos hablando.
- Está bien, hasta mañana, Cope.
- Hasta mañana, Lyra.
Me desperté primera y comprobé la hora con el reloj que se encontraba en la mesita de noche del otro lado de la cama, las ocho. Ya iba siendo hora de levantarse, así que sacudí un poco a Copeland, quien se despertó sobresaltada.
- Tu me quieres matar del susto – dijo llevándose las manos a la cabeza para frotarse los ojos, luego se desperezó.
- Que va, solo exageras. Venga, arriba, que ya son las ocho.
- Un ratito más...
- No.
- Por favor... - se volvió a acomodar en la almohada.
- Arriba, dormilona – la castaña no contestaba -. Bueno, yo me voy a cambiar, allá tú.
Me acerqué al armario y saqué de él unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta de los Beatles.
- Yo no sé tú, pero yo me voy a comer una deliciosísima comida – dije mientras dejaba la camiseta de Severus doblada sobre la mesilla de noche.
- Ay... tengo hambre.
- Pues levántate.
- Está bien, ya voy. Espérame.
- Pues date prisa porque te juro que me estoy muriendo de hambre.
- Dame cinco minutos – dijo la castaña entrando corriendo en el baño.
Me senté en la cama de mientras y me puse a mirar aquella habitación que me conocía tan bien.
En un momento me llamó la atención el cajón de la mesita de noche de mi lado. Sev siempre me decía que podía dejar cualquier cosa que quisiera allí, pero nunca ha me había dado por abrir ese cajón.
Alcé la mano, agarré del pomo y tiré de él. Dentro había una foto bocabajo, una mujer de cabello negro y ojos oscuros. Se veía muy elegante y sonriente en lo que reconocí como el jardín de la casa Prince.
- ¿Qué estás mirando? – la voz de Copeland me sacó de mis pensamientos.
- Mira – le pasé la foto –, estaba en el cajón.
- ¿Quién es?
- La madre de los Snape.
- ¿En serio? Bueno un aire sí que tienen.
- Creo que Severus no sabe que esto estaba aquí, sino la tendía él guardada. Voy a dejarla donde estaba y se lo recordaré la próxima vez. Bajemos.
En la cocina se encontraba el pelinegro leyendo El Profeta con una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados y unos pantalones de vestir grises.
- ¿Has desayunado ya? – le pregunté al hombre sentado en la silla.
- No, os estaba esperando – apartó la mirada del papel y nos miró - ¿Qué queréis?
- Sorpréndeme – dije retándolo.
-
Está bien. ¿Y para la otra señorita? - alzo una cena al mirarla.
- Yo con cualquier cosa estaré bien - respondió la castaña.
- Está bien - intervino Severus -, una torrija para tí.
- ¿Cómo...
- Sev, no puedes ir por allí mirando así en la mente de los demás.
- No lo he hecho - mintió -. Solo he pensado en lo que suele comer en Hogwats - eso era cierto pues Copeland había pensado que le apetecía unas torrijas como las que desayunaba en la escuela -. Solo soy observador.
- Ahora me siento observada.
- Soy observador con todas las personas, suelo dame cuenta de detalles que otros no notan.
Se sirvió la comida y empezamos a comer mientras hablábamos relajadamente. Poco a poco la conversación fue tomando diversos rumbos.
- Tú tienes suerte - le dije a Cope -. Siempre se ha dicho que si un pelirrojo te toca las tetas estas crecen.
- ¿Suerte? Con lo que pesan y el daño que me hacen en la espalda ya me dirás.
- Eso lo dices porque no eres plana.
- Tu no eres plana - se metió Severus en la conversación -, además si eso fuera cierto sería algo muy problemático.
- ¿Problemático por qué? - le pregunté.
- Porque es lo que puede avisar a un hombre que ha metido la pata.
- ¿Meter la pata? - comentó Copeland sin entender de que hablaba.
- Dejar embarazada a una mujer - le traducí.
- ¿Piensas que eso es algo malo?
- Dependiendo de la situación, aunque con los tiempos que vienen solo puede ser una preocupación más.
- Pensaba que no te gustaban los críos - le dije.
- Y no me gustan, pero la cosa cambiaría si fueran míos.
- Siguiendo a lo de antes, yo quiero más pecho... Pero eso de que me tenga que tocar cualquier cosa un adolescente no me gusta.
- Así que te gustan los viejos.
- Sí, como tú.
- Que graciosa. Te conseguiría una cita con un viejo pelirrojo, pero por desgracia para tí Dumbledore es gay.
- ¿Qué Dumbledore es gay? - gritamos Cope y yo a la vez.
- Claro – dijo Severus como si fuera una cosa más que obvia-, no es ningún secreto. ¿De verdad no lo sabíais?
- No – dijimos otra vez ambas como si fuera algo obvio.
- Ly, ¿nunca te ha contado su gran sueño?
- No - dije como la cosa más obvia del mundo.
- Pues ya te enterarás.
- Pero yo no – añadió Copeland.
- Quiero saberlo ya – le dije.
- Sois unas cotillas, ¿sabéis?
- Sí – le contesté con una sonrisa.
- Lo único que el desea es que al morir poder reencontrarse con su amado.
- ¿Murió? – inquirió la castaña.
- Peor aún, está en Nurmengard.
- ¿Nurmengard? – pregunté extrañada, pues ese sitio me sonaba de algo pero no lograba caer en qué.
- Sí, y es bastante famoso. Seguro que lo conocéis.
- Que no, que no – dijo Copeland.
- Gellert Grindelwald.
- ¡No! – exclamé – No me lo creo.
- Créetelo, por qué es cierto.
- Increíble – soltó Cope impactada.