Me levanté media hora más tarde de lo normal, así que me levanté de golpe con cuidado de no despertar a mi Kneazle, me vestí como un rayo y luego salí corriendo hacia el comedor para desayunar.
Cuando estaba por entrar por la puerta me choqué con alguien. Por la fuerza del golpe fui hacia atrás, sin poder abrir los ojos como causa del golpe.
- Perdón - me disculpé -, debería de haber mirado antes de pasar - me froté la frente, que estaba dolorida -, pero estoy verdaderamente hambrienta - reí para luego abrir los ojos y encontrarme al nuevo profesor de DCAO divertido -. Lo siento muchísimo, de verdad, señor.
- No pasa nada, yo también estoy hambriento e iba distraído, señorita...
- Malfoy - completé y a él se le quitó la sonrisa.
Fue un momento bastante tenso que no sé cómo hubiera terminado si no hubiera intervenido Snape.
- Señorita Malfoy - me llamó con su voz pesada, yo sabía que él odiaba llamarme por mi apellido - aquí tiene su horario - me dio con él en la cabeza antes de dármelo en mano. Luego notó la presencia del otro profesor - Lupin - escupió con odio.
- Severus - respondió cortés.
- ¿Vas a volver a tus andadas y esta vez abusarás de tu poder para favorecer a tu casa y poner en mala posición a la mía? - ambos dirigieron su mirada hacia mí.
- Solo nos hemos chocado al entrar al comedor y le he preguntado quién era, relájate.
- A mí no me engañas.
- No tengo motivo alguno para engañarte.
- Sí, seguro...
Entre una lucha de miradas, sonó mi estómago y ambos me miraron.
- Lyra, - comenzó el pelinegro - ve a comer ya algo y te quiero después de la cena en mi despacho, ¿entendido?
- Totalmente. Profesores - me despedí cortésmente para entrar rápido a sentarme y coger un croissant.
Me puse a mirar el horario y no pude evitar soltar un suspiro al pensar en ese día: Historia, Pociones, Aritmáncia y doble hora de Defensa.
El tema principal sobre el que iba a desarrollarse todo el curso iba a ser Las Guerras de Gigantes, por lo que tuvimos una retahíla de hora y media del Profesor Binns. Snape nos echó un discurso sobre los Éxtasis de final de curso y su importancia, y Vector nos hizo una pequeña prueba para saber cuánto recordábamos del curso anterior.
La primera clase con el profesor Lupin resultó bastante entretenida y didáctica. Remus Lupin resultó ser una persona bastante interesante, desde mi punto de vista, se ganó en un solo minuto la aprobación y cariño de sus alumnos, cosa no muy difícil teniendo en cuenta sus predecesores.
Él empezó con hechizos muy básicos de autodefensa, que yo hacía sin siquiera mirar directamente y sin pronunciarlos, por lo que el profesor se asombró mucho al ver mi nivel, notoriamente superior al resto.
Al salir me fui a la sala común a quitarme de en medio la tarea que tenía de ese día, para luego subir al Gran Comedor con James, quien se encontraba alrededor mía intentando que dejara los deberes para prestarle completa atención.
Terminada la cena salí con discreción para perderme entre los corredores de las mazmorras hasta que me encontré de frente con Severus.
- Albus nos está esperando en su despacho.
- Pero si acaba de empezar el curso y hablamos con él los últimos días del anterior.
- Pues otra vez.
- Si te digo la verdad es que me da pereza subir tantos escalones a esta hora.
- Mientras antes empecemos antes terminamos, así que andando.
Paso a mi lado caminando hacia la salida de las mazmorras y lo seguí.
- El viejo querías que fueras prefecta - dijo después de un rato -, pero yo le aconsejé que no.
- ¿Y eso?
- Quitando que eres la primera en romper las normas, te quitaría un tiempo valiosísimo. Sé que, de nuevo, fui muy egoísta, ¿tu querías?
- Nunca lo he pensado, pero creo que no. En vez de dar vueltas tontas por los pasillos prefiero pasar el tiempo con la persona que te imaginas - rocé mi manó discretamente con la suya.
- No sé de quién habla - bromeó.
- ¿Ah no?
Me aseguré de que no había nadie alrededor y luego, puse una mano en su trasero y lo apreté un poco. Él dio tal brinco que cuando llegamos al despacho del director en la segunda planta yo aún seguía riéndome por su reacción.
El director abrió la puerta justo cuando nosotros llegamos.
- Parecéis ambos muy divertidos - comentó el mayor.
- Para nada - refunfuñó el pelinegro entrando de prisa.
- Mentiroso - añadí.
- Centrémonos en el tema, pero primero sentaos - señaló las dos sillas de delante del su escritorio -. Bien creo que en estos años has aprendido a defenderte bien - me miró -, pero quiero que ahora aprendas maleficios de toda clase y si es necesario algo de magia negra.
- No veo adecuado lo de la magia negra - intervino Snape -, es muy peligrosa.
- Pero ella es poderosa, podría manejarla sin problema, eso sí, debería mejorar la condición física.
- ¿Y eso por qué? - pregunté sin gustarme la idea de dejar mi vida "sedentaria".
- La magia negra, aparte de requerir gran cantidad de energía y potencial mágico, - explicó el joven de nariz gaducha - puede producir la perdida de tejido muscular, es decir, atrofia los músculos, por eso se debe tener una buena condición y no perder la costumbre.
- Exacto - siguió el mayor -, pero ahora quiero tratar un tema algo delicado. Ha llegado hasta mí que eres la supuesta prometida de Voldemort - mi cuerpo se tensó ante aquella frase-, y antes de que pienses cualquier cosa, no me lo ha dicho Severus.
- ¿Es omnipresente? - pregunté sin poder evitarlo.
- Me lo han dicho mucho - respondió divertido -, pero no, aunque no pongo en duda el hecho de que sería una experiencia de lo más curiosa. Volviendo al tema, ¿tú qué opinas?
- Que ni en broma estaría en mi vida con ese despreciable ser - sentencié.
Severus se veía algo incómodo con ese tema, cosa que hizo el ambiente más pesado.
- Lo que me imaginaba, Severus tienes una compañera de vida increíblemente razonable y astuta y, claro está, indudablemente muy bella, pero eso es tema aparte.
Por un momento no hubo respuesta, Severus se veía impresionado, aunque no tardó mucho en cambiar su rostro por uno más sereno y responder.
- Lo sé - dijo conciso - y ahora, si ya ha acabado, me gustaría pasar algo de tiempo con ella antes de que vaya a su sala común.
Yo solo sentía como las mejillas ardían las mejillas y mis instintos me obligaban a mirar hacia otro lado.
Severus se puso de pié y yo lo seguí, viendo de reojo un guiño del director. Al salir por la puerta venía el profesor Lupin de frente, por lo que Severus resopló y pasó a su lado sin inmutarse, mientras que yo lo saludé con un cortés y educado movimiento de cabeza, para luego seguir a Severus.
Llegamos a su cuarto y cuando estuvimos dentro él se dejó caer sobre el sofá.
- Cómo lo odio - claramente se refería a Lupin -, con su cara de no haber roto un plato, y encima Albus me tiene obligado a hacerle Poción Mata-Lobos - se quejó.
- Espera, entonces lo de que era un licántropo ... ¿era literal ?
- Claro, es un maldito y asqueroso hombre lobo, no te acerques mucho a él - sonó como una prohibición.
- Yo me acercaré a quien me dé la gana - dije con suavidad, sentándome junto a él.
- Perdona, no lo quería decir con ese tono.
Cuando estaba despistada mirando el libro que había encima de la mesa, Severus me robó un beso.
La cosa siguió subiendo poco a poco hasta que intentó llevar una mano debajo de mi falda y lo detuve. Sólo obtuve una mirada interrogante de su parte.
- Tengo la menstruación - me limité a decir avergonzada.
- Entiendo - me abrazó y besó con delicadeza mi frente -. No tenía que darme explicaciones.
- Tu mirada me lo estaba suplicando - bostecé - Creo que me iré ya a dormir.
Me despedí de él y fui directamente a mi cuarto a dormir.
Desperté por algo áspero sobre mi mejilla para luego cambiar a algo húmedo y suave. Abrí los ojos poco a poco y de reojo vi a Norm con una pata sobre mi mejilla.
Levanté mi mano para acariciarlo y se tumbó en la cama para que lo siguiera mimando.
- Te tengo demasiado mimado - dije aún somnolienta.
Solo recibí un gruñido placentero de su parte.
Con pereza me levanté a vestirme: primero me quité el "pijama" y me puse el sujetador, luego me puse la falda, la camisa y la corbata, por último, un fino jersey sin mangas gris mostraba el escudo de Slytherin. Con la calor que hacía era impensable que alguien llevara túnica, al menos, durante el día.
Bajé a la sala común, donde me encontré con James, y luego me encaminé, acompañada, hasta el gran comedor, donde mientras desayunaba unas tostadas, estaba perdida pensando en el horario de los martes: Encantamientos, Transformaciones, Cuidado de Criaturas mágicas y Herbología; la única que realmente me suponía un problema era la segunda asignatura.
Durante el tiempo que pasé con Fred y George antes de la cena me estuvieron hablando de una escena muy curiosa que se produjo el día anterior durante la clase de DCAO de tercer año.
Resultaba que el boggart de un joven Gryffindor llamado Neville Longbotton era el temible profesor de Pociones, quizás a veces Snape se pasaba con su fuerte carácter. Pero la parte graciosa llegó cuando el pequeño vistió al boggart-Snape con la estrafalaria ropa de su abuela. Por Circe, habría dado cualquier cosa por ver aquello.
Me intrigaba cual sería la respuesta del pelinegro al enterarse, si es que no lo había hecho ya, así que me propuse sacarle el tema esa misma noche.
Durante la cena intenté probar eso de "comer más sano", así que en vez de comer "fish and chips" (pescado rebozado con patatas fritas), sustituí las patatas por una ensalada de lechuga, tomate, pavo y queso. No había resultado mal es experimento, para cuando terminé el plato no me cabía ni el postre, por lo que solo comí un poco de mousse de limón que estaba servida en la cascará de medio cítrico.
En vez de salir directamente después de comer, me quedé hablando un rato con James y con algunos amigos suyos que estaban escuchando la conversación.
Más tarde salí del Gran Comedor con paso rápido hasta las mazmorras. Severus me esperaba en su despacho dando vueltas.
- Al fin llegas - dijo un poco enfadado.
- Solo no quise meterte prisa como supuestamente siempre hago, aunque tú te niegues a decírmelo.
- Claro que no. Bueno, el caso, vamos a la Sala de los Menesteres.
- ¿La qué?
- Ya lo verás, sígueme.
Llegamos a un corredor desierto del séptimo piso, por el cual pasamos tres veces y en la puerta apareció una enorme puerta de madera.
Seguí a mi guía hasta su interior. Dentro había una espaciosa sala con varios objetos de índole deportiva.
- Quizás esto no te agrade - me comenzó a decir -, pero el director me pidió que te realizara un test físico.
- ¡¿Qué?! Pero si acabamos de subir un montón de escaleras - me quejé -. Estoy exhausta.
- Lo siento, solo cumplo órdenes del jefe.
Empezó con la medición de saltos, tanto verticales como horizontales. Luego, evaluó la auto-carga mediante medio minuto de abdominales. Posteriormente, fue turno de la flexibilidad y de la fuerza, estirando mis manos hasta donde pudiera y tirando un balón medicinal, respectivamente. Por último, tocó lo peor, la velocidad.
Para la presteza primero hice una carrera de velocidad, de unos 20 o 25 metros, después, pivotar entre dos conos situados a una cierta distancia durante un minuto y, para cerrar el ejercicio, una carrera de fondo durante 14 minutos seguidos.
No sentí las piernas y estaba algo deshidratada. No me podía mover del suelo, realmente sonaba más fácil de lo que era.
Sentí un chorro de agua sobre mí que me espabiló un poco. Unas manos frías y delgadas me ayudaron a sentarme y luego mi acompañante me tendió un gran vaso de agua que tomé con rapidez.
- Más despacio - me aconsejó -, no bebas todo del tirón.
- Estoy muerta - resoplé una vez terminado de beber el agua.
- En este estado me parece que no podrás llegar a las Mazmorras, y mucho menos a tu habitación - pensó en voz alta -. Me parece que me va a tocar compartir cama, ¿tú qué dices? - me preguntó.
- Que ojalá tuviera fuerzas para aprovechar al máximo la oportunidad - bromeé.
- Ponte de pie.
- No puedo.
- Claro que sí - tiró de mí hasta que me puse de pie -. Ahora sube a mi espalda - dio media vuelta y se acachó un poco para facilitarme todo -. Agárrate bien.
Cerré los ojos y cuando los abrí ya íbamos bajando las escaleras del séptimo piso. Acomodé mi cabeza entre su cuello y su hombro y ahí esperé hasta llegar a nuestro destino, cosa que supe cuando él se detuvo un momento.
Poco después me dejó caer con cuidado sobre la cama y me tendió una camisera mientras él se iba quitando la ropa del día y la dejaba doblada sobre una cómoda. Cuando se quedó en ropa interior se puso unos pantalones cómodos y se acostó a mi lado, acariciando mis brazos mientras notaba como el "hombre de la arena" echaba cada vez más arena en mis ojos para, finalmente, caer en los brazos de Morfeo.