Esa noche después de pasar un rato acostada en mi cama me propuse a mí misma que como todos los años debía seguir la tradición de salir del castillo por quedar una semana hasta las vacaciones.
Me puse algo de abrigo, cogí la capa de invisibilidad y salí montada en mi silenciosa escoba.
Me recosté en un haya que se encontraba alrededor del árbol y poco a poco se me fueron cerrando los ojos. Cuando los abrí los ojos solo vi una tela negra y escuché a alguien farfullar algo.
-Lo que me haces hacer cada año, menos mal que sé cómo piensas – era la voz de Severus –… y ahora ¿qué hago yo contigo? – me apretó más contra su pecho.
-Tengo sueño… - susurré acomodándome entre sus brazos.
-¿Ya has despertado, idiota?
-No – inflé mis mofletes en un intento de hacer algo cómico.
-Ahora mismo te vas a poner la capa y vas a ir derechita a tu cuarto, como si te tengo yo que meter a la fuerza en la cama.
-Yo prefiero ir a tu cama.
-Insolente – me bajo con cuidado.
-Hace frío – me quejé.
-No haber salido a estas horas. Ahora vamos.
-Amargado.
-Cabezona insufrible.
-Sé que en el fondo me quieres.
-No sabes cuánto.
No me esperaba esa respuesta, me sonrojé de inmediatamente y le di la espalda para que no me viera. Él me abrazó por la espalda y besó mi coronilla.
-¿Qué te pasa? – se rio de mí.
-Déjame.
Me tapé la cara con las manos y escapé de él.
-Vuelve de una vez a tu habitación, por favor.
-Está bien – me resigné –, pero solo porque tengo sueño debido a que “alguien” – enfaticé – no me dejó dormir anoche.
-¿Ahora vas por ahí echando las culpas y descargando tus responsabilidades en los demás? – alzó una ceja como solo él sabe.
No le respondí. Solo me puse la capa de invisibilidad, cogí a Severus de la mano y comencé a andar arrastrándolo a él conmigo.
-El año que viene no dejaré que me destroces el plan.
-Gracias por auto delatarte – sonrió.
-Pero si tú lo ibas a averiguar de todas maneras – rodé mis ojos.
-Eso nunca se sa… Ponte detrás de mí ahora – susurró.
Extrañada hice lo que me pidió.
Filch, el conserje, apareció por la esquina del pasillo.
-Buenas noches profesor, ¿está de ronda?
-Buenas noches, y sí, ¿algún problema? – soltó lo más seco posible.
-No, solo que se me había hecho escuchar la voz de alguien y pensaba que sería un alumno levantado.
-Será su imaginación puesto que por estos pasillos no hay ni un alma, quizás haya sido Peeves haciendo de las suyas.
-Puede ser, ¡ya verá ese fantoche cuando lo coja! – dijo para sí mismo – Muchas gracias profesor.
Snape comenzó a andar y yo intenté ponerme a su lado y hacerlo a su par.
Cuando el squib desapareció de nuestra vista me aferré al brazo del pelinegro. Apoyé la cabeza también en el brazo y mientras caminaba mis parpados iban pesando cada vez más y más.
-Tss – movió el brazo un poco y por consecuente a mí – no te duermas que solo queda un pasillo.
-Mmmm – mascullé un poco espabilada.
-Si llegas bien te prometo planear algo para las vacaciones.
-Andando que es gerundio – me animé –. Venga tortuga, no te quedes ahí parado.
-No pensé que eso te fuera hacer tanta ilusión – llegamos a la entrada de las habitaciones de las serpientes.
-Es porque de verdad me importas.
Me quité la capa y dije en voz baja la contraseña, “sangre pura”. Antes de desaparecer entre las rocas de la entrada me puse de puntillas para darle un beso en la punta de la nariz.
Ese año mis padres en vez de celebrar una fiesta de Noche Buena decidieron pasarla a Año Nuevo por cuestiones desconocidas para mí.
Esa mañana del 26 de diciembre me levanté y arreglé para salir con Copeland por el Londres muggle. Sinceramente era una cosa muy curiosa, sobre todo por mi gusto por su música y lectura.
Bajé corriendo y con rapidez me tomé el desayuno, consistente en un gofre belga con chocolate caliente por encima y un zumo de naranja.
-¿A dónde vas, si puede saberse? – preguntó el cabeza de familia sin despegar la mirada del periódico.
-A Londres, he quedado con Copeland.
-¿Y te aparecerás? – preguntó mi madre con curiosidad.
-Claro, no por nada me he sacado la licencia. Adiós.
Antes de salir le revolví el pelo a un medio-dormido Draco Malfoy.
Me aparecí en un callejón cercano a la casa de mi amiga en un barrio muggle de Londres, concretamente Westminster, y fui andando hasta la puerta de su casa donde ella justamente estaba saliendo.
Comenzamos a dar vueltas, incluso salimos del distrito en metro, teniéndome que tragar todas las tiendas que a ella le gustaban de ropa, aunque extrañamente encontré una prenda que me gustó. Finalmente, le pedí a Cope poder ir a una librería para ver algunos libros, así que me tuvo que llevar a la que encontró más cercana, Foyles, en Soho.
-Yo me voy directa a la sección de romance – dijo Copeland.
-¿Romance o erótica? – le de broma.
-Ro- romance, guarra – había conseguido que se pusiera totalmente roja.
-Perfecto – dije sin poder evitar reírme –, yo esteré mirando cualquier sección menos esa.
No es que no me gustara ese género, solo que no me llamaba mucho cómo argumento principal. Lo prefería en un plano diferente a la trama principal.
Comencé a merodear por la sección de ficción, luego por la sección histórica muggle y de aventura y finalmente llegué a la de novela negra.
Estaba totalmente concentrada mirando detalladamente cada uno de los libros que me llamaban la atención hasta que en un momento al reflexionar sobre lo que estaba leyendo levanté la cabeza.
Inmediatamente se esfumó todo lo que acababa de leer. Delante de mí estaba cierto pelinegro perdido en su mundo y observando libros. Su nariz gaducha era única y la reconocería al instante.
Con cierta precaución llevé mi mano hasta la manga de su chaqueta y tiré ligeramente de ella, llamando su atención. Él se sobresaltó un poco para luego dirigirse a mí con una fría y dura mirada asesina que pronto cambió por un semblante más relajado, aflojó la mandíbula y sus ojos mostraban sorpresa.
-¿Qué haces aquí? – me preguntó.
-Supongo que lo mismo que tú – con un gesto de cabeza señalé los libros.
-No sabía que te interesara la literatura muggle.
-Pues ya lo sabes.
-¿Algo más que debiera saber?
-También me gusta su música por si no te lo habías imaginado.
-Me lo olía. ¿Salimos fuera? Quiero hablar mejor contigo.
-Está bien.
Nos quedamos enfrente de la puerta de la librería, Copeland saldría en cualquier momento.
-¿Tienes planes para el 30? – preguntó un poco nervioso y apartando la mirada.
-No, ¿por?
-Bueno… te di mi palabra de quedar un día – dio una suave patada a una piedrecita que había en la acera –. ¿Te parece bien a las doce en la entrada Norte de Hyde? Es el único sitio de fácil localización que se me ha ocurrido.
-Sin problema – no pude contener una sonrisa.
En ese momento salió Copeland de la librería con una cara radiante de felicidad, pero se paró en seco al reconocer a Snape a mi lado.
-Buenas tardes profesor – saludó ella.
-Buenas tardes, señorita. Tengo un asunto pendiente, que disfruten de las vacaciones.
Sin decir nada más se marchó con paso rápido, dejándome un poco confusa, pero alegre por el futuro compromiso.
-¿Cómo es qué estaba hablando contigo?
-Me lo he encontrado dentro de la librería.
-¿Sabes que he dado una vuelta entera buscándote allí dentro?
-Lo siento, él quería hablar conmigo de una cosa.
-Claro, “hablar” – enfatizó la ironía simulando las comillas con los dedos –. Seguro que no quería otra cosa.
-¿Qué estás insinuando? – dije molesta.
-Que no le parecía correcto comerte la boca allí dentro.
-Para tu información no me ha besado.
-Me parece que lo vuestro no va durar mucho, no veo que vaya por buen camin…
-Me ha pedido una cita – la dejé callada.
-Que hombre más raro – miró la dirección por donde se había ido.
-Y tanto.
Ambas nos reímos.