Pasó el resto de la tarde dándome lecciones. Tenía que admitir que todo era mucho mejor cuando no estaba rodeada de ineptos. Conmigo estaba calmado, nunca alzaba la voz y realmente aprendía, lo que no ocurría en el aula.
A la semana siguiente volvió a ocurrir lo mismo, lo que era un castigo se convirtieron en clases privadas. Estaba muy agradecida con él por aquella oportunidad.
En la víspera de Noche Buena volvimos a casa en el Expreso. Al bajar puede divisar la rubia cabellera de mi padre en el extremo más recóndito y alejado del bullicio de progenitores. Me despedí de mis amigos y fui hacia donde el patriarca de la casa Malfoy esperaba.
- ¿Quién es esta belleza? – susurró mi padre al abrazarme.
- La misma que se fue hace tres meses – me separé de él –. No he cambiado en nada, papá.
Agarré del brazo su brazo y no aparecimos en la mansión, justo delante de mi madre.
- Lyra – me arrancó de los brazos de mi padre –, qué bien tenerte de vuelta – me estrujó con fuerza.
- Yo también os he echado de menos. Voy a deshacer la maleta, ¿está Draco en su habitación?
- Sí, creo que está jugando con ese cacharro muggle de juegos - su cara denotaba asco cada vez que pronunciaba la palabra "muggle".
Subí hasta mi cuarto y acomodé las pocas cosas que llevaba conmigo. Lo primero que hice tras terminar fue zambullirme en la cama. Una inmensa sensación de confort y familiaridad me abrazó. ¡Cómo la había echado de menos!
Poco después, me acerqué hasta el cuarto de mi hermano. Golpeé dos veces la puerta con los nudillos y entré inmediatamente, sin esperar contestación.
- ¡Ly! Al fin has llegado – se levantó y corrió, pasando por lo alto de la cama en el camino, para abrazarme.
- ¿Me has echado de menos, rubio? – apreté a mi hermano contra mi pecho.
- Por supuesto, rubia – se apartó con una sonrisa.
Pasé esa tarde con Draco paseando por el frondoso bosque de la propiedad y haciendo alguna que otra carrera con la escoba donde, a veces, le dejaba ganar.
Las cenas en familia eran de lo que más extrañaba cuando estaba en Hogwarts. Ese momento dónde solo estamos cuatro, sentados alrededor de la mesa del comedor y hablando de cualquier cosa que se nos pasara por la cabeza.
Al contrario de las apariencias de perfección, éramos una familia cálida, a pesar de lo cínicos y prepotentes que eran mis padres, siempre criticando a los demás a las espaldas. De Lucius destacaban sus rígidos ideales y su egocentrismo y de su mujer... Bueno, era una víbora de cuidado, todo lo que quería lo conseguía de un modo u otro.
- ¿Mi padrino vendrá mañana? – preguntó Draco, sacándome de mis pensamientos.
- Creo recordar que me dijo que vendría. Aunque dudo que sea por mero gusto – respondió mi padre.
- ¿Padrino? – intervine desconcertada a la vez que tomaba un gran trozo de filete de atún.
- Severus es el padrino de tu hermano – respondió mi madre.
Me atraganté al escuchar esas palabras y empecé a toser hasta que el intruso volvió a seguir su camino hacia mi estómago. ¿Cómo era posible que yo nunca me hubiera enterado de aquello?
- ¿Estás bien? – había cierto tono de preocupación en la voz de mi madre.
- El último nombre que esperaba escuchar era ese. ¡¿Cómo es que me entero ahora?!
- Nunca lo has preguntado – intervino mi padre restándole importancia -. Snape es... - pareció meditarlo - un viejo compañero - eso era lo más cercano quizás que mi padre podía referirse a un amigo.
Aquella revelación por algún motivo no me sentó nada bien. Esa noche, me fui a la cama con cierta preocupación y a penas pude pegar ojo.
Al día siguiente todo estuvo enfocado en la preparación de la fiesta. Se esperaba de mí que ayudara a dar ordenes a los elfos, pero pasé el día mirando por la ventana como pequeños copos de nieve se precipitaban desde la atmósfera hasta el suelo.
Al anochecer me vestí, después de un largo y relajante baño donde los dedos se me quedaron como pasas.
Mi vestido era esmeralda y sencillo. El pelo estaba recogido en una bonita trenza y el flequillo caía grácilmente sobre el lado derecho de mi frente, donde solía estar. Suspiré al mirarme al espejo, nada de esto me hacía feliz.
Disfrutaría la comida y luego me la pasaría en algún sofá intentando leer hasta que pudiera irme a dormir.
Ese año el salón estaba más lleno que de costumbre, o puede que fueran simples imaginaciones mías. Al ver la rubia cabellera de mi padre me acerqué a él rápidamente, no quería estar sola. Me detuve un poco al ver que estaba acompañado.
Un chico muy atractivo de unos 20 años hablaba despreocupadamente con mi padre, como si se conocieran de toda la vida. Entre ellos y un poco más atrás se encontraba Severus con un traje de chaqueta y completamente de negro.
- Voy a ver si consigo pescar algo para esta noche – dijo el joven yéndose mientras yo me acercaba.
- Este chico es mortal – se reía mi padre y Severus también una mueca burlesca en el rostro.
- Lo que me toca aguantar – soltó Snape ya un poco más tosco.
- No te quejes, tú al menos no eres un padre de familia con una montaña de responsabilidades encima.
- Soy profesor, me paso el día rodeado de niños insoportables – entonces me vio –. Buenas noches – inclinó la cabeza en gesto de saludo.
- Buenas noches, señor – me referí a él formalmente.
- Cuanta formalidad – se rio el hombre de ojos grises.
Sentía la fría mirada de Snape sobre mí.
Tras comer y pasar un rato con James, ante el dolor de cabeza de los salí a los jardines con la intención de leer tranquila.
Vi una figura negra deslizándose entre los árboles en la oscuridad de la noche y dejando sus huellas sobre una fina capa de nieve. Mi instinto no fue otro que seguirlo. Este se quedó parado en un claro del bosque y al ver de quien se trataba decidí aparecer como quien no quiere la cosa.
- Pensaba que todo el mundo estaba dentro – fingí sorpresa.
- Ahórrate el numerito – soltó con su típica voz fría y siseante Snape –, me llevas siguiendo un rato.
- Diez puntos para Slytherin – bromeé –. Me aburrí de la fiesta y pensé que no habría nada más divertido que perseguir a un hombre bosque a través.
- Pues me parece que la diversión ha terminado, volvamos dentro.
- ¿Por qué no damos una vuelta? Al menos tú eres más entretenido que cualquiera de los falsos que hay allí dentro.
- Te equivocas. No seré entretenido para ti.
- Eso lo decidiré yo – por su cara, no le agradó mi respuesta.
Me giré y comencé a andar. Al poco escuché el sonido de sus pisadas sobre la nieve unos pasos por detrás de mí. Lo llevé a un lugar donde solo los miembros de la familia podían llegar, cualquier otra persona se perdería por un maleficio confundus.
Cuando estábamos a punto de llegar, me tropecé tontamente en una rama y esperé un golpe. Este no llegó. En su lugar, una fuerte mano me sujetó de la muñeca y tiró de mí hasta ponerme en pie.
- Gracias, ya me veía con un moratón en algún lado – bromeé.
- ¿Se puede saber a dónde me llevas?
- Tu solo confía en mí.
Él soltó lentamente mi muñeca. No parecía muy seguro, pero finalmente me siguió. A los pocos minutos llegamos a un gran claro con un lago en su interior. Lo miré a él y vi un destello brillante en sus ojos y una mueca de sorpresa.
- Es hermoso, ¿verdad?
- Mucho – se sentó sobre la hierba cubierta por una fina capa de nieve.
- Echo de menos los momentos de tranquilidad aquí, se respira paz – me senté a su lado.
- ¿Y por eso te escapas de noche al Lago Oscuro? – preguntó con sorna.
- Eso es algo diferente... - aparté la mirada avergonzada.
- ¿Por qué me has traído aquí?
- Fue una corazonada. Sé que debajo de ese hombre malhumorado hay una persona agradable.
- Tú no sabes nada de mí – dijo molesto.
- A mí me agradas, no como esos estirados que están ahí dentro.
- Cabezona insufrible – me dio un ligero golpe en la cabeza con el nudillo de su índice.
- Sé que te diviertes conmigo.
- En tus sueños Malfoy – contestó burlesco.
Me levanté, caminé hasta quedar en frente suya y bajé la mirada hacia su rostro. Él se veía nervioso y desconcertado.
- Lo veo en tus ojos – dije seria.
- Puede que mis ojos mientan – volvió a su típica mirada triste y se levantó –. Volvamos dentro, hace demasiado frío para que estemos aquí.
Con un suave gesto colocó su chaqueta sobre mis hombros. La camisa negra de Severus marcaba su delgado torso.
- No me gusta verte triste – le dije.
- No me gusta que se preocupen por mí.
Comenzamos el camino de vuelta a la casa a través del bosque.
- ¿Sabes? Era cierto, Snape – me miró mientras caminábamos –. Lo de que me agrada tu compañía – aclaré.
- Llámame por mi nombre, no me agrada mi apellido – confesó.
- Está bien, Severus – se me hacía raro llamarle así, pero me gustaba.
En algún momento del camino de regreso me encontré sujetando su brazo y charlando como si él no fuera mi estricto profesor. En un instante se escuchó ruido de fondo y al mirar el reloj de mi muñeca me di cuenta de que acababa de entrar la Navidad.
- Feliz navidad, Severus.
- Feliz navidad, Lyra – un blanquecino humo salió de su boca al pronunciar aquellas palabras.
Desde ese día ya nada fue igual, en vez de librarme de los castigos ahora me metía en ellos sin excepción alguna.
Me pasaba tardes enteras hablando con Severus y había cogido confianza con él, más que con ninguna otra persona que hubiera conocido. Aunque seguía siendo el tipo frío y fácil de enfadar del aula de pociones, yo luchaba, en vano, por ver que había bajo la piel de piedra de Severus Snape.