- No me lo creo, ¿de verdad me quedé dormida? - dije incorporándome rápidamente.
- Como una marmota.
- Y... ¿Terminé de colocar las cosas? - miré hacia abajo donde una manta de pelo y muy calentita aún cubría mis piernas.
- Técnicamente, no – apreté los puños que sujetaban la sábana. Seguro que pensaría que era una incompetente – Descuida, ya están situados los dos viales que restaban. Espero que te haya servido de lección y no te metas en más líos, o al menos en no tantos.
- Intentaré no hacerlo – respondí incómoda.
Por lo que yo sabía, estaba en su dormitorio y para ser más exactos sobre su cama. La cosa no podía ser más tergiversable.
Él no me quitaba ojo de encima, estaba claro que tenía que salir de allí, no era necesario que él dijera nada.
Intentando no mirarle, aparté la suave manta y me levantaba de la cama, lo cual me costó mucho. Alisé mi camisa un poco arrugada, bajé mi falda y subí mis calcetines.
- ¿Por qué no me llevó a la enfermería?
- ¿Y recibir yo una tremenda reprimenda por hacer trabajar hasta el cansancio absoluto a un alumno? Todo ello sin sumar que eran las tres de la mañana.
Aquellas palabras tan obvias no hicieron otra cosa que hacerme sentir estúpida. Tenía que salir de allí lo más rápido posible.
Me sentí mareada al primer paso, en el que segundo ya era consciente de la sensación de peso pluma sobre mi cuerpo y al tercero no pude evitar tambalearme un poco.
Él se acercó a mí, se puso a mi lado y colocó una mano en mi espalda y otra en mi brazo para ayudarme a recuperar el equilibrio.
- ¿Estás segura de que puedes? - me preguntó mirándome directamente a lo ojos a la par que alzaba una ceja.
- Creo que está claro que no mucho - contesté nerviosa.
- Será mejor que te acompañe a la enfermería, no vaya a ser que te caigas.
Se dispuso a andar esperando que fuera a su lado, pero en vez de eso le agarré de la manga para detenerlo antes de que avanzara más.
- Antes ha dicho que no me llevó por una razón. No ha cambiado.
- Ya se me ocurrirá una idea - hizo gesto de ponerse en marcha, pero lo volví a detener –. Estás mal – intentó hacerme entrar en razón.
- Está prohibidoMe importa demasiado que mi expediente esté bien como para echarlo a perder por un pequeño contratiempo. Al fin y al cabo, soy una Malfoy, no se podría esperar menos de mí.
- Me estoy empezando a hartar – advirtió -. Si eres tan cabezona como para negarte a ir a la enfermería - entonces haz el favor de sentarte - gruñó.
- ¿Por qué me tratas tan bien? Digo, ¿por qué le importo? A cualquier otro lo hubieras dejado muriéndose en medio del pasillo.
- Tu padre me pidió que mantuviera un ojo sobre ti y eso hago.
- Eso tiene mucho sentido - me senté sobre la cama -. ¿Esta es tu cama?
- Ajá - asintió inconscientemente.
Un silencio incomodó se formó entre los dos y duró lo que parecieron ser horas y que, probablemente, fueran escasos minutos.
- Duerme un poco, quieras o no mañana a primera hora iras a la enfermería, así como que te tenga que llevar yo a la fuerza - dicho esto salió de la habitación a toda prisa.
Me tumbé en aquella confortable cama y cubrí mi cuerpo con la misma suave y caliente sábana que él había puesto antes sobre mí. Había un aroma en la habitación que no lograba identificar, pero me relajaba. ¿Así olería Snape? Me quedé dormida en escasos minutos.
Al despertarme en la fría pero confortable habitación saqué mi preciosa varita del bolsillo mágico de mi falda, esta era de 12 pulgadas y media, un poco elástica, de madera de sicomoro y núcleo de fibra de corazón de dragón.
Murmuré por lo bajo "Lumos" y alumbré la habitación que estaba más oscura. Dejé la varita en la mesilla de noche de Snape y puse mi mano sobre mi frente. Estaba bastante caliente, además una extraña sensación dentro de mí me decía que no estaba del todo bien.
Con un poco de dificultad intenté aclarar mi garganta, tarareando y cantando el primer estribillo de una canción muggle que se llamaba "The Sound of the Silence".Me encantaba su música era lo único bueno de ellos.
Cuando terminé de entonar en voz baja el último verso entró el profesor de pociones en la habitación como si fuera un murciélago.
- Veo que se ha despertado con energía, así que levante el culo de mi cama y vaya a prepararse para sus clases de la mañana.
- Creo que tengo fiebre... - susurré y él se acercó a mí lentamente.
- Puedo... - extendió su mano y la puso cerca de mi cabeza.
- Qué remedio - aclaré con voz ronca.
Acercó su mano y la apoyó sobre mi frente. Tras unos segundos, una luz roja apareció frente a mí. No había que ser muy listo para deducir que estaba intentando medir mi temperatura corporal captando con su varita el calor desprendido por el cuerpo.
- Tienes unos 39ºC. Vamos te acompaño a la enfermería.
- ¿No puedo quedarme en mi cuarto? Solo es fiebre, un par de días en cama y ya.
- La señora Pomfrey te cuidará como es debido.
- No necesito cuidados, ya estoy acostumbrada a esto.
- Veo que no me dejas más opción que mandar una carta a tu padre pidiéndole que te haga entrar en razón- me chantajeó.
- No te atreverás.
- Claro que lo haré.
- No quiero preocuparles – murmuré.
Pasé varios días en la enfermería bajo el cuidado de madame Pomfrey. Sinceramente, quedé sorprendida de lo buena que era haciendo su trabajo y lo amable que era con todo el mundo. Las sanadoras de San Mungo no eran ni la mitad de agradable.
Para el último día de clase ya estaba como nueva y pasé toda la tarde con Fred, George, que nunca se separaba de su hermano, y Copeland, muy emocionada por verme tan bien, ya que cuando vino a verme a la enfermería estaba medio inconsciente.
Fue una tarde de risas, pero también de descubrimientos. Los pelirrojos habían sacado del despacho de Filch un objeto llamado "mapa del merodeador". Este se abría si decías una "contraseña". Mostraba las posiciones de todos los profesores y problemas que te puedes encontrar en el castillo si quieres hacer cualquier travesura.
Mis ojos directamente buscaron un nombre que empezaba por S, al igual que su apellido. El mapa mostraba que, como de costumbre, ese hombre estaba en las mazmorras.
Antes de la cena invité a Cope a mi habitación y le conté todo lo que pasó esa noche desde que salí de mi habitación a media noche hasta que fui chantajeada para ir a la enfermería.
- Tienes un gran problema - sentencio mi amiga -, aunque también una gran ventaja.
- ¿A qué te refieres? - ladeé mi cabeza como gesto de incertidumbre.
- Tienes la protección de Snape si te metes en cualquier lío, además eres su favorita.
- Eso es porque es amigo de mi padre y no quiere quedar mal con él.
- No me creo eso y aun que fuera así eres la única persona de la escuela con a la que no insulta y ese hombre no puede vivir sin insultar a todo el mundo que conozca.
- Puede ser, pero tampoco es tan malo.
- Es el más odiado de la escuela.
- Es el jefe de nuestra casa y nunca nos resta puntos, es más siempre nos da ventaja quitando puntos a otras casas.
- Como tú digas, de todas maneras, no conseguiré que entres en razón.
Hubo un gran banquete esa noche, con muchas decoraciones y dulces Navideños para despedir el primer trimestre del cuso y el comienzo de las vacaciones.
Al día siguiente salimos corriendo del castillo dirección a la estación de Hogsmade, donde cogeríamos el expreso hasta King's Cross.
El tiempo se pasó muy rápido en el tren con mis amigos y la despedida me supo a poco, aunque sabía que los vería en algo así como dos semanas.
Nada más bajar del tren fui corriendo a abrazar a mi padre que me recibió con una gran sonrisa y los brazos abiertos. Una vez en la mansión, saludé a mi madre y por último por poco asfixio al enano de Draco.
Nuestra casa era tan fría como la recordaba, pero no pude evitar sentirme arropada por una cálida y confortable sensación familiar y hogareña.
Las vacaciones pintaban bien, cenas en familia, fiestas a las que nunca llegaría a acostumbrarme, jugar con mi hermano con la nieve que caería en el jardín como todos los años... Una Navidad normal para una familia normal, o eso pensé.
El único momento de paz fue Nochebuena, Navidad y Año Nuevo, donde mi padre me regaló una capa de invisibilidad cubierta de un suave pelaje de demiguise. Los demás días mis padres estaban ocupados trabajando en cosas del ministerio y/o asistiendo a reuniones sociales.
El último día de las vacaciones, mi padre me llamó a su estudio. Fui con miedo al no saber de lo que querría hablar conmigo, quizás el grasiento de Snape habría dicho algo sobre mis múltiples incidentes.
- Padre, - llamé a la puerta con delicadeza - ¿puedo pasar?
- Por supuesto – lo escuché hablar desde el interior.
Abrí la puerta y me encontré al gran Lucius sentado en su majestuoso asiento detrás de su enorme y cargado escritorio. Una sonrisa surcaba su rostro.
- ¿Querías verme?
- Sí, ya sé que tus notas son excelentes, pero aun así me preocupaba que te estuviera pasando algo y le he preguntado a Severus.
- ¿Sev... quién? - al segundo se me iluminó el cerebro - Ah, sí, el profesor Snape. Perdona por la interrupción, continúa.
- Me ha dicho que aparte de tus buenas notas tienes un comportamiento ejemplar digno de tu apellido. Así que, como no hemos podido pasar mucho tiempo estas navidades juntos, ¿qué te parece que este verano vayamos a donde tú quieras?
- ¡Genial! Vámonos a Amsterdam, o a Grecia, o a Italia.
- Tienes hasta mañana para pensarlo - dijo acompañado de una risilla -, aprovecha. Eso era todo, ahora ve a prepararte que esta tarde saldremos.
- Está bien papá.
- Por cierto, una duda existencial - dijo cuando estaba a punto de salir por la puerta -. ¿Cuál es tu asignatura favorita?
- ¿Favorita? No sé, déjame pensar... Puede que... No, definitivamente... pociones - sonreí y salí del despacho.
Pasamos la tarde en no-se-qué celebración del Ministerio de Magia, pero al menos pude pasar un rato con mis progenitores. Incluso, mi padre se atrevió a bailar conmigo después de hacerlo con mi madre. Aquel fue un día que no se me olvidaría en mucho tiempo.
Al día siguiente, me encontré a mí misma haciendo mi maleta a última hora para volver al colegio. Tardé poco tiempo ya que Dobby me ayudó a hacerla.
Antes de cruzar el muro de la estación miré a mi padre.
- Al final me he decidido por Sicilia.
- Pues entonces iremos allí este verano - me guiñó el ojo derecho mi padre y me giré con la intención de irme.
- Que buen gusto tiene mi niña - escuché decir a mi madre antes de que atravesara el muro.
Caminé hasta el andén y saqué el billete de mi bolsillo antes de subir al tren.
- ¡Lyra! - una voz familiar sonó en mi oído.