Algo similar a un gemido vibró en mi garganta, para cuando quise cortarlo ya era demasiado tarde.
- ¿Te gusta? – comentó con burla el pelinegro, mientras seguía masajeando con delicadeza la zona externa del peritoneo.
Cuando iba a contestar su burla sentí un moderado cosquilleo en el interior de mi vagina.
- Un poco menos, por favor – le supliqué algo apresurada por la ardiente y desagradable sensación de hormigueo – Mucho mejor
- Lo siento – besó mi montículo cariñosamente.
Pasó un tiempo antes de contraer las paredes contra sus pulgares. Poco a poco fue retirándolos de su lugar rítmicamente a mi compás.
Sus calientes y lubricadas manos se retiraron un segundo antes de volver a masajear el perineo en círculos. Sentí una lluvia de estrellas fugaces cuando pasó con delicadeza su áspero pulgar por el extremo contrario del área.
- Severus – le susurré apresurándolo a volver a su trabajo.
- ¿Estás segura de no querer jugar? – repitió la jugada, esta vez bajando
Me agarré a las sabanas con fuerza, solo Merlin sabía lo mucho que mi cuerpo gritaba ansioso por aquello.
Snape entró en la alcoba y abrió las ventanas de par en par, dejando entrar la deslumbrante luz del extrañamente despejado cielo invernal.
- Se te va a juntar el desayuno con el almuerzo – informó de mala gana a la mujer que seguía en la cama, pese a ser las diez de la mañana. No obtuvo respuesta alguna –. ¿Lyra? – preguntó él ya extrañado.
- No tengo hambre – respondió la rubia con aplaque.
El hombre se acercó extrañado a su esposa, ella estaba acurrucada en postura fetal bajo las mantas.
- ¿Te encuentras bien? – se inclinó sobre la rubia, acariciando gentilmente su mejilla con el dorso de su mano.
- Solo tengo algunas molestias.
- Está bien – Severus se incorporó –. Nos vamos a San Mungo.
- ¡¿Qué?! – ella se incorporó de la cama cual resorte – Pero si no es nada – intentó hacerle cambiar de idea.
- Llevas unas semanas de retraso. Lyra, se que eres razonable, así que ahórrate la rabieta y ve moviendo el culo de la cama.
- Eres despreciable – la rubia apartó los cobertores y se incorporó con dificultad sin dejar de dirigirle una mirada asesina a su marido.
- Lo que tu digas. Si no resulta nada yo mismo te traeré de vuelta a la cama.
- Dudo mucho que puedas volver a cargarme todavía, menos aún con 8 kilos más – se cubrió con un vestido abrigado verdoso –. Además, no me dejarán salir así, antes lo provocarán.
- Más razón para mí – el peligro le tendió el brazo, en el que la rubia se apoyó de buena gana.
Snape, quien ya no necesitaba su bastón para apoyarse, aunque su paso aún no fuera del todo firme, guio a la ojigris con destino al salón.
- ¿Estás bien? – preguntó él cuando tardaba una eternidad en bajar cada escalón.
- Estoy bien – se agarraba con fuerza a su antebrazo a cada descenso.
- ¿Quieres que...?
- He dicho que estoy bien – lo interrumpió decidida.
- Como no – ironizó fastidiado.
San Mungo estaba repleto aquella mañana y fueron muchos los que se quedaron mirando a la pareja. A su paso hacia el recibidor Severus escuchaba toda clase de cuchicheos sin sentido.
- Buenos días – el pelinegro saludó cordialmente a la mujer de mediana edad de recepción, que parecía demasiado enfrascada en su revista de Corazón de Bruja – venía a... - echó un vistazo atrás para visualizar a Lyra, pero esta había desaparecido.
- Rellene esto y siéntese – le tendió una hoja de consulta sin apartar la cabeza de su artículo sobre los héroes de guerra más sexys.
El pocionista recogió el papel de mala gana y se fue a buscar a su acompañante. No fue difícil identificarla a unos cuantos pasillos de allí hablando con alguien.
- ¿Qué demonios se supone que estás haciendo descerebrada? – la agarró del brazo de mala manera.
- Ser más efectiva – le contestó burlesca.
- Buenos días, profesor – pronunció la ayudante a medimago, él pronto la reconoció como una de sus antiguas alumnas
- ¿Cuántas veces he de decirle que ya no soy más profesor suyo, Haywood? ¿Y no debería estar en otro área?
- Vamos rotando cada pocos meses, ahora me toca aquí en el área de la mujer – sacó un par de papeles de su tablilla de madera –. Rellenen esto mientras aviso al Doctor Trembley, luego yo misma me haré cargo de la gestión del alta. La cuarta habitación del tercer pasillo izquierdo está libre, allí nadie les molestará, ¿les parece bien?
- Gracias Haywood – comentó en seco Snape.
La joven casi se cae de espaldas de la impresión al escuchar a su al que fue su docente agradecer sinceramente. La rubia asintió energéticamente y salió pitando de allí.
La pareja se dirigió a la mencionada habitación a paso lento. A penas unos minutos después de que ella se sentara en la cama, entró el doctor Trembley seguido de cerca por Haywood.
- Bueno – el especialista sacó un par de guantes de su bata, abrió el paquete que los contenía – espero que perderme mi día libre sea al menos por algo bueno – se colocó uno de los guantes.
- ¿Cada cuanto tienes las contracciones?
- Cada pocos minutos creo.
- Vale, túmbate, estarás mucho más cómoda... ¿Y cuándo empezaron?
- No lo sé, ayer en la tarde quizás – Lyra no se atrevió a mirar a Severus, sentía su mirada irascible sobre ella.
- Eres la peor paciente que he tenido y eso es decir mucho – cogió su asiento con ruedas y se acercó a la vera de la cama –. ¿Vemos como va eso? – sacó su varita del bolsillo superior y lanzó un hechizo de diagnóstico – Vaya... En unas horas habrá un Snape más pululando por el mundo.
- Prince – le corrigió Snape.
- Lo vuestro es de locos – se separó – cada uno con apellido distinto. A mi me gusta que llamen a mi niña como a mí.
- Snape no es un apellido con buenas connotaciones.
- De eso te has encargado tu solito – comentó Lyra, lo que le arrancó una escueta carcajada a la asistente.
- Bueno, basta de peleas, no te conviene estresarte de más ahora. ¿Cómo lo llevas?
- Lo llevo.
- ¿Quieres algo para el dolor?
- No.
- Está bien, si ves que lo necesitas solo tienes que pedirlo, pero debes de saber que podría suponer una leve pérdida de fuerza.
- No voy a cambiar de opinión.
- ¿Segura? – comentó preocupado por su acelerada respiración – No tienes por qué sufrir el dolor.
- He dicho que estoy bien – murmuró irritada entre dientes.
- Mira – se puso de pie – cuando te cambies te revisaré como vas exactamente, aunque si quieres ser práctica, cúbrete solamente con la sábana y la colcha. Por tu cara creo que debes haber pasado a siete pulgadas.
La mañana pasó muy despacio para Lyra, mientras que para Severus todo pasó demasiado rápido, para cuando se quiso dar cuenta, tenía los nudillos blancos de lo que Lyra le estaba apretando la mano.
El peligro no escuchaba nada, solo veía a cámara lenta cómo la cara de su esposa se contraía en esfuerzo. No podía parar de pensar en cómo a pesar del momento, Lyra le seguía pareciendo la mujer más hermosa que había conocido jamás. Su sonrisa satisfecha fue lo que le hizo al hombre volver a la realidad.
Un llanto llenó la sala del hospital y dirigió por un momento la mirada al pequeño bulto entre las manos de Trembley. Era una masa cubierta por sangre y una especie de cera gris.
El doctor se acercó con el bebé hacia Lyra, quien se medio incorporó instintivamente para mirar.
- Tranquila, túmbate de nuevo – ella siguió sus indicaciones –. Snape, ¿puedes...? – hizo un gesto hacia la sábana que cubría su pecho, él sin embargo no se movió hasta que ella le asintió.
Una vez que el pelinegro dejó al descubierto un único seno de su esposa, el doctor colocó al bebé entre aquel y su brazo. La pequeña se acomodó por sí sola hasta quedar enganchada al pecho de su madre.
- Severus... - murmuró Lyra emocionada, pasando durante segundos la mirada de su hija a su pareja.
- Lo has hecho muy bien – comentó con sinceridad, sin saber que el doctor se lo había repetido incesantemente en esos últimos diez minutos.
- Gracias – sonrío mientras miraba embelesada los enormes ojos grises de la pequeña -. Bienvenida, Lilit - susurró cariñosamente.
Él se sentó a su lado admirando la escena, mientras que al otro lado de la sábana el doctor se encargaba de terminar la faena, comprobando que los tejidos adyacentes expulsaran. Una mujer bastante mayor fue la encargada de pinzar y cortar el cordón umbilical.
Cerca de una hora después las enfermeras se llevaron a la niña para limpiarla, mientras que el doctor supervisaba, y Lyra volvió a cubrirse con la manta.
- Te amo – susurró Lyra mirando al pocionista.
En aquel momento el pocionista se dio cuenta de que algo no iba del todo bien.
- Trembley – apeló apresuradamente el pelinegro.
- Puedes venir a ver si quieres, Lyra está estable.
- ¡Estúpido bastardo! – gritó asustado, estaba comenzando a sentir algo tremendamente desagradable en su interior. La bebé que ya se había quedado dormida, comenzó a llorar con fuerza – No está bien.
El Doctor se volvió preocupado y levantó la sábana del lado de los pies para echar un vistazo.
- Mierda, esto no me gusta – se acercó a ella con preocupación al ver la cantidad de sangre que había expulsado en cuestión de minutos –. Eh, preciosa – la tomó de la mano -, ¿cómo estás? – ella abrió la boca, pero no salió palabra alguna de ella, estaba como atontada.
Severus rápidamente buscó entre las pertenecías de ella el colgante que una vez le regaló y extrajo de este, milagrosamente, el último vial con esencia mágica de Dumbledore que había fabricado antes de la guerra. Mientras, el hombre mandó a una de las auxiliares inyectar una poción reabastecedora de sangre a la par que realizaba.
- ¿Qué es eso? – preguntó el especialista.
- Esencia mágica. El problema es que no se puede administrar en sangre.
- Podemos pedir una al área de pociones – sugirió Trembley.
- No, Lyra tiene magia recesiva y en una enorme cantidad, solo la fabricada a partir de Albus Dumbledore puede espabilarla en estos caos.
- Ya están hechas las pruebas – comentó la asistente de medimago rubia.
- Haywood – apeló el doctor –, te necesito aquí administrando pociones a estómago a punta de varita. Rodes – nombró a la otra mujer – mantenla hidratada y apuraremos al máximo la ventana de poción reabastecedora, no puede bajar el volumen de sangre – el doctor lanzaba hechizos de diagnóstico todo lo rápido que podía – Vale, tenemos un colapso mágico por traspaso y una atonía uterina, Johnson, ya sabes que hacer.
El doctor comenzó a hacer una extraña maniobra. El rostro de Lyra era de un profundo malestar.
- ¿Extracto de cornezuelo? – preguntó una de las enfermeras.
- Mejor oxi, 125 mililitros a sangre – contestó el hombre apurado.
De un momento a otro Severus sintió un profundo vacío en su interior, similar a lo experimentado cuando un dementor se acercaba demasiado. El alma de Lyra se apagaba.
- Lyra, no me hagas esto – las palabras se le escapaban a modo de suspiro sentía como sus emociones comenzaban a desbordarse, casi no podía contener las lágrimas en sus ojos.
De casualidad, vio una pequeña cicatriz en su meñique y se le ocurrió una completa locura, que tenía muchas papeletas de salir tremendamente mal. Cerró el dedo anular y meñique sobre la palma, y los dedos índices y medio apoyados sobre el pulgar recitó mentalmente "Inlaqueāre widan ergā subiectum" tres veces, torciendo en el último rápidamente la mano hacia arriba.
Sintió como si lo absorbieran vivo y, después de eso, cayó inconsciente.
Las complicaciones físicas habían sido lo de menos, mucho menos graves de lo que parecieron en un principio. Sin embargo, parece que su vástago, por su magia dominante, se había llevado consigo toda su magia al salir de su cuerpo, casi dejándola en un coma mágico.
Giró la cabeza en dirección opuesta al ventanal con vistas al distrito comercial de Londres, hacia a la mujer dormida que por poco se lo lleva a él también. Tremendamente cansado, suspiró con pesar y se acercó a la cama de hospital.
Lyra se despertó cuando él acarició con ternura su brazo descubierto. Tardó unos segundos en darse cuenta de donde estaba.
- ¿Dónde está Lilit? – preguntó con cierto temor en su voz.
- Está bien – la tranquilizó –, le están realizando todas las pruebas pertinentes. Tú por el contrario no lo estás.
- No me siento del todo mal – refutó la rubia con su característica altanería.
- Estás demasiado drogada como para notarlo – le acercó un vaso con agua.
- ¿Qué es lo que ha pasado? – preguntó alzando la mano hacia el vaso, pero esta le temblaba levemente. Severus le ayudó a que tomara un pequeño buche.
- Tu hija te ha robado hasta el último ápice de magia, casi te mata por una hemorragia y casi me arrastráis a mi al hoyo por volver a activar esto.
- ¡¿Qué has hecho qué?!
Un llanto les hizo volver a ambos la cabeza hasta la puerta de la habitación.
- Vaya, con lo tranquilita que venía – comentó la asistente de medimago entrando en la sala arrastrando un carro con una pequeña cesta. Tras ella venía el Doctor Trembley revisando sus papeles.
- Bueno, dentro de lo que cabe, todo ha salido muy bien.
- ¿Me estás jodiendo? – preguntó Severus.
- Estáis los tres vivos, ¿no? – el doctor dejó los papeles sobre la mesilla auxiliar a la cama–. Oh, mira que preciosidad – sacó a un pequeño humano con el pelo castaño y todo sonrojado por el llanto –. Sin duda tiene buenos pulmones – se la ofreció Severus, quien se quedó rígido en su sitio – Vaya, al fin un reto para lo que el mejor pocionista de Gran Bretaña no se siente confiado – se mofó acomodando con sumo cuidado a la infante sobre su madre.