- ¿No tendrías que haber salido el fin de semana anterior a ver a Cissy?
- Debería haber ido – me limité a responder.
- Lyra, sabes que lo está pasando mal – me recordó.
- Quiero ir a verla, pero luego recuerdo lo que te hizo y... Se me quitan todas las ganas.
- ¿Entonces por qué ibas tan seguido antes de que nos encerráramos en el castillo?
- Porque frente a mí se comporta como una madre y no como la mujer rota y desesperada que te ligó a la muerte.
- Debes superarlo, Lyra – Severus cerró su libro y lo dejó sobre la mesa –. No me esperes despierta – se despidió con un gesto con el brazo y se marchó al Gran Comedor para la cena.
Tan pronto salió de la habitación apareció en la mesa una bandeja con un sándwich acompañado de ensalada, un trozo de tiramisú, una jarra pequeña con agua y un vaso vacío.
Me incorporé en el sofá y me incliné para coger la bandeja y colocarla sobre mi regazo. Agarré el bocadillo de pan de molde y le di un bocado de mala gana.
Al menos estaba bueno.
Mi cabeza estaba en la excursión del día siguiente a Hogsmeade, prácticamente todos los alumnos de tercero hacia arriba asistirían. Sonreí con añoranza al recordar que Fred y George se tuvieron que quedar un par de salidas a causa de sus castigos.
Como todos los aurores y algunos profesores escoltarían al amplio grupo me tocaría pringar y hacer rondas alrededor del colegio. En situaciones así el castillo era realmente vulnerable.
Los aurores estaban destinados en Hogsmeade, allí dormían, pero al menos un par siempre se encontraba dentro, uno en los terrenos y otro en los pasillos.
Cuando terminé eché todo a un lado y alcancé un papel para escribir a mi madre. Apenas la había visitado en tres ocasiones desde el comienzo del curso, pero le escribía con regularidad. Con su marido en la cárcel y su hijo en una misión suicida estaba bastante preocupada por cómo lo estaba sobrellevando.
Cuando la preocupación superaba el enfado era cuando me acercaba a pasar el día con ella.
Precisamente, pensando en aquello dejé la carta a medias, le escribí una nota Sev a través de los pergaminos conectados y pasé por red Flu hasta la casa bajo el nombre Prince. Desde allí pude aparecerme en el portón de mi anterior hogar.
Abrí la verja y entré en el jardín. Una sensación de desasosiego me invadió al ver el césped crecido y los matorrales y árboles descuidados. Llegué a pensar que le había pasado algo a mi madre y me dirigí nerviosa, con paso rápido, a la casa.
Al entrarme me topé con mi tía Bella
- ¿Dónde está mi madre? – pregunté atropelladamente.
Su sonrisa desapareció de su rostro.
- ¿Qué haces aquí? – cuestionó con un claro disgusto.
- ¿Dónde está mi madre? – repetí, esta vez con tranquilidad.
- ¡Cissy! – gritó la mujer – ¡Hay un bicho en la puerta que pide verte!
- ¿De que estás hablando, Bella? – la voz de la mujer, a parte de confundida, sonaba sin vida – ¡Hija! – su rostro se iluminó al torcer el recibidor y vernos a ambas – Cariño, no te esperaba – se acercó casi corriendo y me envolvió entre sus brazos –. ¿Cómo has estado, mi vida?
- Mejor que tú seguro – comenté al notar lo delgada que se sentía entre mis brazos. Cuando me separé de ella pude notar sus grandes e hinchadas ojeras.
- Anda pasa – me animó –. ¿Ya has cenado?
- Sí, mamá.
- Bueno, igualmente acompáñanos. Seguro que te entra algo – vi la mala cara que se le puso a mi tía a espaldas de mi madre.
- No creo que pueda comer ni un bocado más – me excusé.
- ¿Ni siquiera los bollos de leche que tanto te gustan?
- Bueno – cambié de idea –, quizás un par sí me entren.
- Pensaba enviarte unos cuantos esta noche, pero ya que estás te los podrás llevar. Acompañadme.
Las dos seguimos a la mujer rubia sin decir palabra. Se notaba a leguas que a Bellatrix no le agradaba mi presencia allí.
Nos sentamos alrededor de la enorme mesa y las tres comenzaron a comer cuando la comida apareció en frente nuestra.
- Quédate aquí esta noche – pidió mi madre. A penas estaba tocando su comida.
- Lo siento, mañana tengo cosas que hacer. Pero prometo venir la semana que viene si tú te terminas la comida – le propuse, como si los papeles se invirtieran y yo fuese la madre intentando chantajear a su hija para que comiese algo más.
- ¿Estás ayudando al muchacho? – Bella preguntó directa por mi hermano.
- Él ni siquiera sabe que yo estoy enterada. El Señor Oscuro me pidió personalmente no intervenir. No soy tan tonta como para contrariar su palabra.
- Ya veremos – murmuró con resentimiento. Estaba claro que estaba esperando a la mínima posibilidad que le diera para deshacerse de mí.
De un momento a otro escuché a mi madre coger aire como si le faltara por unos segundos. Ambas volvimos rápidamente la cabeza.
- ¿Estás bien? – pregunté preocupada.
- Sí – murmuró –. Sí, sí, simplemente me he acordado de que mañana es el cumpleaños de la mujer de los Pickford y aún no he enviado su regalo. Lo haré en cuánto os marchéis.
Bella se marchó tras la comida. No había que ser muy inteligente para saber que me evitaba como si fuera la peste. Quizás fuera porque mientras más estuviera frente a mí más se disparaban sus celos y con ellos sus ganas de matar.
- No hay ningún regalo – declaro la mujer rubia, mirando aún la puerta por la que se marchó su hermana, la loca.
- ¿Qué regalo? – pregunté sin acordarme.
- El que me había inventado. ¿Por qué no me dijiste nada? – me agarró la mano izquierda. Tardé un momento en caer sobre qué estaba hablando.
- Lleva meses ahí. Pensé que te darías cuenta antes.
- Pensaba que ya no se hacían cosas así – acarició la superficie de la joya –. Tu abuelo Abraxas siempre llevo los suyos al cuello.
- ¿Qué pasó con ellos?
- Pidió que se quemaran junto a él. Apenas quedarán unos cientos en todo el mundo. ¿De dónde lo has sacado?
- No creo que te agrade saberlo.
- Me hubiera gustado verlo.
- Es tarde – cambié de tema. Mi interior gritaba por recriminarle que aquello no hubiera ocurrido si no le hubiese colocado la soga al cuello a Severus –, mañana vendré a almorzar.
Cuando volví aún no había nadie en el dormitorio, aunque no tardó mucho en llegar.
- ¿Qué haces aún vestida? – preguntó confundido.
- He salido de visita.
- ¿Algo relevante? – se limitó a preguntar mientras se quitaba los zapatos.
- Nada importante.
Se dejó caer en el sofá y me abalancé a besarlo.
La maldición que azotó a Katie Bell hizo temblar la institución. Entre el profesorado, cuando se encontraban en los pasillos o la biblioteca, no se dejaba de cuchichear sobre el tema, sus compañeros de año y sobre todo las de dormitorio tenían permisos especiales para visitarla una vez que estuvo estable y algo más recuperada.
Después de pasar toda la mañana en el laboratorio, intentando avanzar con el proyecto de la maestría decidí salir a dar un paseo para despejarme. El bullicio de aquel sábado por el desastroso, o glorioso bajo otras miras, partido de Gryffindor-Slytherin se notaba tanto en los pasillos inferiores como superiores.
Me encontraba sentada en uno de los pocos balcones soleados del Cuarto piso, disfrutando de lo que seguramente serían uno de los últimos días soleados de aquel año, cuando un sollozo me hizo voltear la cabeza. No había nadie allí, quien quiera que fuese había pasado corriendo.
Tras unos segundos intentando volver a mi tranquilidad me incorporé, movida tanto por la preocupación como por la morbosa curiosidad. Caminé por donde creí que se había marchado aquella persona. Llamó mi atención que solo una de las puertas de todo el pasillo estuviera cerrada.
Me acerqué sigilosamente y pegué el oído a la puerta. Me sentía una chismosa (que realmente lo era). Se escuchaba un débil sollozo y, sin lugar a duda, era la voz de una joven bruja.
Me alejé de la puerta, inspiré hondo y llamé. Podía estar llorando por cualquier cosa y no me quería ni imaginar la bronca de Dumbledore si no hubiera ido en ayuda de un alumno si este estaba herido o en riesgo.
El llanto pareció calmarse, pero un fuerte sorbido de mocos la volvió a delatar.
- Voy a pasar – anuncié.
Puse la mano sobre el pomo y giré. Cerrado.
Cómo si un encantamiento cerradura fuera a detenerme. Toqué la cerradura y la puerta se abrió sola debido a las corrientes de aire.
Asomé la cabeza al interior del aula, había una chica de espaldas con abultado cabello castaño. A su alrededor chispas producían pequeñas explosiones luminosas en el aire.
Aquella era magia accidental, pero a su alrededor había claras evidencias de que había estado practicando algunos encantamientos.
- Solo quiero comprobar que estás bien – le hablé.
Transfiguró unas monedas en aves y se dio la vuelta para lanzármelas, quizás pensaba que así huiría o la dejaría en paz. Aquello solo hizo que entrara completamente al aula y los deshechizara a medio camino.
Ambas nos quedamos viendo como lo knuts caían a favor de la gravedad y replicaban contra el suelo.
- Eso ha sido muy maleducado – la reprendí. En aquel momento me di cuenta de que era la amiga del hermano de los gemelos –. Pensaba que los Gryffindor eran valientes.
- Eso es muy tópico – respondió limpiándose la cara con sus mangas.
- Sí, tienes razón, mea culpa – me llevé la mano al pecho – ¿Estás bien? – le volví a preguntar.
- Sí – respondió ya algo más serena.
- ¿Quieres que me vaya?
- ¿Manejas bien el embrujo de repugnancia? Nunca lo consigo del todo.
- Sí, apenas lo he usado, pero nunca he tenido problemas con él.
- ¿Podrías ayudarme? – preguntó con timidez.
- Claro – invoqué una silla detrás de mí y caminé hacia ella.
Me senté frente a ella, al otro lado de la mesa.
- Dame el brazo – ella me miró con sus grandes ojos café – Que fuera una Slytherin no significa que te vaya a comer.
- Lo siento – me ofreció el brazo.
Agarré su delgada muñeca firmemente.
- ¿Aprieto demasiado? ¿Te hago daño? – pregunté preocupada.
- No, para nada.
- Venga inténtalo. Veamos a ver en qué fallas.
Comenzó a trazar el conjuro.
- ¡Ahí! – le grité. A ella se le calló la varita del susto – Haces el segundo giro cómo el primero – le solté y saqué mi varita – y debes hacer un pequeño salto. Mira: Re-lash-i-o – dibujé el patrón –. ¿Te has fijado?
- Sí. Como enderezar la muñeca antes del giro.
- Exacto.
- ¿Probamos? – sugirió la castaña.
Le sonreí y volví a agarrar su mañeca. Fue muy rápido, mi mano fue repelida en cuestión de un par de segundos.
- Veo que ya dominas la magia no verbal – comenté –. Por lo que he visto tus compañeros están aún muy verdes.
- ¿Cuándo aprendiste tú?
- ¿Yo? No sé. Finales de Cuarto Año, en el verano de Quinto quizás – no pude evitar sonreír al recordar mis primeras vacaciones con Severus, las mismas dónde conocí a Helen –. Al contrario que tú, tardé bastante en dominarlo – guardé la varita de vuelta en mi pulsera en la muñeca derecha.
- Es muy bonita – alcé la cabeza hacia ella sin comprender a que se había referido –. La pulsera, jamás había visto una así.
- Fue un regalo muy especial – la acaricié con delicadeza – ¿Quieres hablar de lo que te tenía llorando o pasarás palabra?
- Es Ron... Es un imbécil.
- ¿Ron?
- Ron Weasley.
- Ah sí, es el único de la familia que siempre se me olvida. ¡No se lo digas a Fred! – añadí rápidamente.
- No – conseguí sacarle una risa –, no se lo diré.
- Gracias por salvarme la vida.
- Os lleváis muy bien, ¿no?
- Siempre ha sido mi mejor amigo. Copeland y yo coincidimos con ellos en el Expreso a Hogwarts durante nuestro primer año, todos nos volvimos inseparables, aunque cómo es lógico unos más que otros. Tantos años echados por la borda... - suspiré.
- Yo tampoco entiendo por qué abandonaron solo unos meses antes de graduarse.
- Porque son unos avariciosos, no pudieron esperar más para abrir su negocio.
- No te pareces en nada a tu hermano.
- Gracias, supongo – me reí –. Tengo que irme, Dora me matará si llego tarde – me puse en pie.
- ¿Tonks suele frecuentar el castillo?
- Sí, suelo reunirme con mi prima para merendar o desayunar juntas. A veces duerme en el castillo. Para la próxima vez te recomiendo las aulas cuyos ventanales dan al Gran Comedor, las vistas son increíbles y más aún cuando cae el sol.
- Gracias – la escuché decir antes de cerrar la puerta del aula.