CAPÍTULO 36

19.9K 3.7K 483
                                    

Sin dejar de besarme ni un solo instante, recorre mi figura con ansia y el vello de mi cuerpo se eriza. Levanta mi ropa con cuidado hasta que mis pechos quedan libres y, en el calor de su boca, llega hasta ellos.

—Me encantas —dice al verlos y sin piedad los estruja con ambas manos. Se inclina para lamer cada una de sus curvas y mi espalda, debido al placer, se separa de la pared.

—¡Gorka!... —exclamo sofocada. Si sigue así no tendrá que esforzarse demasiado para que logre alcanzar el orgasmo. Hasta hoy, siempre había creído que era un cuento el que algunas mujeres llegasen a culminar solo con la estimulación de sus pechos. Ahora tengo la certeza de que es verdad.

Una de sus manos se desliza por mi cintura y, posándose en mi muslo, lo masajea con codicia antes de tirar de la cara interna de mi rodilla para levantarla.

—Mariajo. —Bufa cerca de mi hombro y cuando presiona sus caderas contra mí puedo notar su enorme y dura erección—, estoy perdiendo el control y no quiero hacerte daño.

Ignorando sus palabras, busco su boca mojada para besarla y me adueño de ella mientras sus dedos se pierden debajo de mi falda. Gimo al notar como retira mi ropa interior, y aunque mi primer instinto es apartarme por la eléctrica sensación, logro controlarme. Por suerte, desde que estoy con él, me depilo con frecuencia. Muy despacio, acaricia con sus yemas lubricadas mis pliegues y lanzo una especie de sollozo entrecortado. Esto es demasiado.

Mi cuerpo, consumido por el placer, se arquea una y otra vez mientras sus dedos invaden sin clemencia mi interior. A medida que acelera el ritmo, mis jadeos se vuelven cada vez más incontrolados y tiene que tapar mi boca con la suya para silenciarme. Soy consciente de que pueden oírnos pero me está catapultando a un lugar en el que me siento tan bien que no me puedo contener.

Sin dejar de tocarme, se aparta lo suficiente para poder abrir su pantalón y cuando lo escucho caer al suelo, le miro fijamente a los ojos. La imagen de su rostro acalorado por la excitación le hace parecer un ser salvaje dominado por el deseo y me resulta tan erótica la escena que, por un segundo, creo morir entre sus brazos. Al darse cuenta de que estoy a punto de alcanzar el clímax se detiene y tras pasar la lengua por mi boca relajada, me habla:

—No vas a correrte todavía. —Muerde mi cuello a la vez que toma mi mano y me guía hasta su inmenso pene—. Necesito llevarte al límite para que pueda enterrar esto en ti. —Entonces lo coloca erguido en mi palma y, sabiendo lo que quiere, la deslizo muy despacio por toda su longitud para acariciarlo.

Sus parpados caen llevados por el placer mientras le observo y ciño con más fuerza mi mano alrededor de su grosor para aumentar la fricción. Al ver que su frente se arruga, mis muslos se contraen haciendo que me humedezca cada vez más. Ahora que mi miedo casi ha desaparecido no estoy dispuesta a perderme ni un solo detalle. Quiero experimentarlo todo con él.

Su boca entreabierta me hace saber que está gozando y cuando sus ojos vuelven a abrirse todo desaparece a mi alrededor.

—Déjame sentirte. —Le pido sabiendo que he perdido la razón. La necesidad que tengo de que me haga suya está aplastando, sin que pueda hacer nada, mi sentido común.

—No... Así no. —Respira acelerado.

—Estoy lista —insisto y, tras soltar un bufido, hunde sus dedos en mis glúteos.

—¿Estás segura? —Aprieta su miembro contra mí con intención de intimidarme, pero consigue todo con contrario. Ese gesto me hace desearle aún más.

—Sí —repito con dificultad. Apenas puedo hablar ya, mi cerebro hace rato que está en modo animal.

—¡Joder! —gruñe y podría apostar lo que fuera a que no esperaba esa respuesta—. Me hubiese gustado que nuestra primera vez fuese en otro lugar.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora