CAPÍTULO 1

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¡Bienvenidas/dos a una nueva historia!

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LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ

CAPÍTULO 1

Son más de las doce y el encargo que hice a la distribuidora sigue sin llegar. Llevo más de dos semanas esperando a que me envíen un paquete con medicamentos importantes y aquí no aparece nadie con ellos, y lo peor de todo es que cada vez que entra un cliente y se marcha con las manos vacías, sé que no volverá. Los he llamado infinidad de veces y me dan largas continuamente. Como a ellos esta situación no les está generando pérdidas... Si ya de por sí el negocio me va mal, esto sin duda lo empeorará.

Salgo del mostrador aprovechando que no hay nadie y repongo los productos de higiene que se ha llevado la última persona que entró. Alzo la mirada y vuelvo a fijar mis ojos en caja de las bolas chinas. Llevo vendiéndolas en la tienda más de seis meses y cada vez llaman más mi atención. Las ofrezco como ejercitadores de suelo pélvico, para mujeres que acaban de dar a luz o que tienen algún problema de incontinencia, pero mi mente no deja de llevarlas a otro lugar. Mi amiga Lucrecia se las compró en un Sex-Shop hace como tres años y dice que es de lo mejorcito que ha probado, y eso que de esto tiene un buen arsenal. Yo, en cambio, en el tema sexo siempre he sido muy tradicional. Quizás mucho más de lo que debería, y nunca he llegado a probar nada fuera de lugar. Mi expareja quiso experimentar conmigo en la cama, y siempre me negué, así que nunca he ido más allá de las cuatro puñaladas de carne, y así me fue. En cuanto tuvo la oportunidad, me dejó por otra. Por mi vecina para ser exactos. Por lo visto y según llegó a mis oídos después, va contando por ahí que esa sí que se la chupa bien. Como si yo le hubiese hecho eso alguna vez... ¡Qué asco!

Imagino que esta especie de frigidez que me atormenta viene de atrás y sospecho que se debe a que me he criado en un hogar un tanto puritano. Mi madre siempre criticaba a quienes lo hacían y mi padre, si era necesario, nos metía los dedos en los ojos a mi hermano y a mí para evitar que viésemos una escena subida de tono en la televisión. Eso sí... él no le quitaba el ojo de encima, hasta que mi madre se daba cuenta y se armaba la guerra. Qué tiempos aquellos... ojalá no vuelvan.

-Buenos días- Margarina, la estirada e insoportable dueña del local donde tengo instalada la botica, entra como cada día a revisar que todo esté en orden.

-Hola... -respondo carente de entusiasmo. Esta mujer saca lo peor de mí.

Si llego a saber esto el día que firmé el alquiler, me busco otro lugar. Es la persona más pesada y agobiante que he conocido en mi vida. Por su edad quiero creer que ya chochea y no logro hacerle entender que sí estoy pagando por un espacio, es mío hasta que deje de hacerlo y puedo colocar el mobiliario como me de la gana.

-¿Qué es eso? –Se inclina y rasca con una de sus uñas recién pintadas el yeso de la pared

«Hay que joderse» protesto para mis adentros. Ayer por la tarde el señor Tomás casi se cae al entrar por mirarme los pechos y con la garrota golpeó una de las paredes, haciendo que un trocito insignificante de la pintura se desconchara. La imperfección apenas medirá un par de centímetros, ¿cómo coño ha podido verlo? Ojalá mi abuela, que debe tener sus años, tuviera también su vista. Dios se la bendiga mucho tiempo...

-No lo sé -trato de ignorarla para que se marche. Como se me ocurra darle alguna explicación, la cosa se pondrá mucho peor.

-Tendrás que pedir que lo arreglen o te lo descontaré de la fianza.

Todos los días es la misma historia. Me tiene hasta los ovarios. En cuanto ve algo, por pequeño que sea, que pueda estar mal, comienza con las amenazas. Me duele la lengua de mordérmela y si me callo es por respeto a sus canas. Como tuviera unos años menos, se iba a enterar.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora