CAPÍTULO 43

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Dos días después por fin deciden dejarme marchar y aunque tengo que regresar para hacerme algunas revisiones debido a la pequeña secuela que le ha quedado a mi memoria, todo lo demás parece estar bien y no puedo sentirme más feliz.

Al salir a la calle, me doy cuenta de que el coche de Gorka está frente al hospital, esperándonos, y al ver que Rebeca es quien está al volante no me hace falta preguntar. Deben de haberlo hablado cuando estaba vistiéndome en el baño. Al vernos llegar se baja del asiento del conductor para que sea Gorka quien tome el mando y nos ponemos en marcha. Desde que se rompió la rodilla no había vuelto a conducir y su cara de satisfacción me hace saber lo bien que se siente por ello. En varias ocasiones me comentó lo mucho que echaba de menos su coche.

Lo primero que hago nada más subir es pedirles que me lleven a la casa de mis padres para evitar que sospechen y, cubriendo los hematomas de mi cuello con un fular que me ha prestado Rebeca, entramos a mi habitación para coger algo más de ropa. Quiero terminar de reponerme en casa de Gorka. La piel en mi garganta está completamente violeta y me sería imposible ocultarla hasta que desaparezca.

—¿No os quedáis a comer? —nos pregunta mi madre al ver que nos marchamos de nuevo—. Pensé que...

—Uff... Hoy es imposible. —Rebeca sale al paso a la vez que coloca su mano en mi hombro y, con disimulo, alza la tela del fular que se me está bajando—. Estamos preparando un montón de cosas para continuar con la investigación y vamos con el tiempo justo.

—Oh, claro. Si es por eso no hay problema —responde convencida—. Nunca tendré palabras suficientes para agradeceros lo que estáis haciendo por mi hija. —Les sonríe—. Y por nosotros, claro. Nos estáis ayudando mucho a todos.

—Créame que es un placer —responde Gorka poniendo la mano en mi cintura mientras tira de mí.

—Le prometo que otro día nos quedamos —indica de nuevo Rebeca—. Su hija y Gorka me han hablado muy bien de sus maravillosos guisos y no quiero marcharme sin probarlos.

—¡Claro que sí! Cuando queráis.

Nos despedimos y mientras nos alejamos veo como mi madre mueve su mano en nuestra dirección hasta que nos pierde de vista. Está encantada con ellos, no me cabe duda.

—¿Dónde vamos ahora? —me pregunta Gorka y, con algo de reparo, se lo digo.

—Necesito... Me gustaría ir a ver a la bruja que visitamos junto a Lucrecia.

—¿Ahora? —Levanta las cejas—. Si lo llego a saber le pido a tu madre la comida que nos ha ofrecido en un táper.

—¿Eh? —Rebeca no entiende nuestra conversación.

—Prepárate, hermanita, vas a conocer a Doña Canutos —carcajea.

—¿A doña quién? —Arruga su frente.

—A la Bob Marley de las brujas.

—Vaya..., no sé si eso es bueno o malo.

—No le hagas caso, Rebeca. Es una vidente a la que visito, pero si quieres puedes quedarte en el coche —le indico para que no se sienta en la obligación de entrar.

—¡Ah, no! Algo así no pienso perdérmelo. He oído hablar de las brujas de Sevilla y tengo curiosidad.

—Esta más que sevillana parece recién salida de una comuna hippie californiana. Ha inhalado tanto humo que se le ha borrado hasta el acento.

Las bromas continúan hasta que llegamos y nada más aparcar me doy cuenta de que la puerta de su consulta, a diferencia de otras veces, está cerrada.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora