CAPÍTULO 4

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Si te hice apretar la vagina en el capítulo anterior, enhorabuena, sientes completamente lo que lees, jajajajaja.

Sábado por la mañana

Han pasado varios días desde que hice el ridículo más grande de toda mi vida y aunque no he logrado pasar página, ni creo que lo haga mientras viva, por suerte, el tipo no ha vuelto a la farmacia. Eso no quita que cada vez que veo entrar a un cliente me tense creyendo que puede ser él, pero imagino que, de algún modo, él también sintió vergüenza al pensar en lo que hizo. No debió actuar así. ¿A quién, en su sano juicio, se le ocurre coger eso del suelo, y más sabiendo de dónde ha salido? ¿Y si en vez de en la vagina lo tuviese metido en el...? ¡Qué asco! Sacudo mi cabeza tratando de borrar esa imagen e intento volver a centrarme en lo que estaba haciendo, pero antes de conseguirlo mi teléfono comienza a sonar y al ver que se trata de Lucrecia, con desgana, atiendo su llamada. Lleva días insoportable.

Aunque insistió bastante para saber qué me pasaba el día que vino a visitarme a la farmacia, decidí buscar una excusa. Sé que si le hubiera contado la verdad habría servido de burla durante años y no estoy dispuesta a pasar por algo así. Ya tengo bastante soportando que mi querido grupo de amigos se dirija a mí como "la mojigata". Y todo porque en varias ocasiones me escandalicé con sus conquistas o revolcones. Cosa que ahora también hago, solo que ya no lo digo. Nunca entenderé tanta promiscuidad.

Durante toda la semana Lucrecia ha estado llamándome para recordarme que hoy es la despedida de soltera de nuestra amiga y, aparte de eso, me ha enviado mil fotografías con diferentes modelitos para que le eche una mano con su atuendo. Si para algo así me necesita tanto, qué será de mí cuando llegue el día de la boda. La que me espera...

—Nena, ¿has pensado ya qué te vas a hacer en el pelo? —me pregunta por enésima vez. Esta mañana también lo hizo.

—Ya te dije ayer, antes de ayer y el día anterior, que solo me haré unas ondas. —Realmente ni eso me haría, pero después se queja de que desentonamos porque no voy tan arreglada como ella.

—¡Joder! —espeta nerviosa—. En nada llegará la hora y todavía no sé qué hacerme yo.

Miro el reloj y veo que casi son las siete de la tarde. En una hora cerraré la botica y si me doy prisa quizás llegue puntual, aunque ya avisé de que tardaría un poco más para que me esperen y así poder ir todas juntas.

—Hazte una coleta. A ti el pelo recogido siempre te ha quedado muy bien. —Ya no sé qué más decirle. Nada le viene bien.

—¿Una coleta? ¿Estás loca o qué? De ninguna manera. Quizás... —Se queda unos segundos callada y aprovecho para exhalar—. Quizás si me lo aliso... —Llevo días proponiéndole precisamente eso—. Sí, eso haré. Creo que me irá bien. Te llamo luego. —Cuelga y me quedo mirando al vacío mientras imagino varias formas de matarla.

Cuando llega el momento, apago las luces y, al igual que hago últimamente, desconecto los fusibles. Coloco el palo de madera que utilizo para evitar descargas en una de las esquinas y recuerdo que tengo que hablar con Margarita. He estado tan ocupada que todavía no he podido y solo recuerdo que debo hacerlo cada vez que tengo que usarlos. Lo anoto en un post-it para que no se me olvide y lo pego en el mostrador. Seguro que así podré recordarlo el lunes sin problema.

Nada más llegar a casa corro a la ducha y cuando me doy cuenta de lo tarde que es, mi idea de arreglarme el cabello se esfuma. Lo peino con rapidez y cuando me enfundo en el vestido noto que algo no va bien. Me acerco al espejo y al ver mi reflejo en él siento ganas de golpear el cristal. De nuevo he vuelto a engordar y ya no me queda tan bien como recordaba. Trato de subir la cremallera, pero cuando voy por la mitad comienza a faltarme el aire y la tengo que volver a bajar.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora