CAPÍTULO 32

20.8K 3.7K 869
                                    

A la mañana siguiente me despierto bastante cansada y tengo que luchar contra la pereza para levantarme. He tenido varias pesadillas y ahora estoy que no puedo con mi cuerpo.

Llamo a Gorka para quedar con él, ya que hoy tiene visita con su médico, y cuando termino de arreglarme me dirijo a su apartamento. Al llegar noto que todos los músculos de mi cuerpo están contraídos y mientras trato de relajarlos con un par de estiramientos, Gorka sale del edificio y me levanta su mano.

—Buenos días, preciosa. —Deja un suave beso en mi boca al subir y ese simple gesto hace que me sienta mejor—. ¿Qué tal has dormido?

—No preguntes. —Resoplo y sonríe.

—¿Has soñado conmigo?

—En cierto modo sí —confieso. Soñé que volvía a romperse la pierna, pero evito decírselo.

—¿Y qué has soñado? —Alza las cejas repetidas veces y no tardo en arrepentirme de habérselo comentado.

—Seguro que nada de eso que estás pensando. —Miro al frente para que no vea el rubor en mis mejillas pero su fuerte risa me confirma que ya es tarde.

Mientras nos dirigimos al hospital me pregunta si estoy bien al notarme más callada que otras veces y viene a mi memoria el suceso que tuve en casa de mis padres con Margarita y su sobrino. Se lo cuento con intención de que me lo recuerde después, no se me vaya a olvidar cuando hable con la abogada. Al avisarle que tengo cita con ella a la tarde se presta para acompañarme. Le explico también lo que ocurre con la única testigo que podría defenderme y, de igual modo, se muestra dispuesto a ayudarme. Nunca me había sentido tan arropada. Mis padres, mi hermano, Lucrecia y sobre todo él... Posiblemente esté pasando por el proceso más difícil de toda mi vida, pero gracias a ellos se me está haciendo un poco más llevadero. No quiero imaginar cómo hubiese sido tener que atravesar esto sola.

—Gorka —le riño al salir de la consulta y ver lo que está haciendo—, el médico te ha dicho que apoyes el pie sin cargarlo.

—Pero si no me duele.

—Da igual, así solo sobrecargarás tu rodilla.

—Bobadas. —Vuelve a plantarlo y al segundo diviso una mueca de dolor en su cara.

—¿Lo ves? —espeto cabreada.

—Tenía que probarme —protesta ahora teniendo más cuidado y resoplo. Es tan cabezón que seguro que no tardará en intentarlo de nuevo.

Cuando sube al coche lo miro con más detenimiento y me doy cuenta de que está observando su rodilla con tristeza. No había pensado en ello pero, en el fondo, aunque quiere aparentar otra cosa como hace siempre para ocultar sus debilidades, esa lesión se lo debe de estar haciendo pasar mal. Es demasiado activo y tiene que ser muy duro estar postrado todo el día en un sofá.

—¿Te duele? —pregunto para llamar su atención.

—No, no. No me duele. —Mira al frente y después a mí—. Vamos a buscar a esa chica.

Asiento y, sin decir nada más, conduzco hasta la zona en la que creo que vive.

Empleamos al menos dos horas en dar vueltas por todas las calles que rodean a la farmacia a la vez que preguntamos a los vecinos. Parece que nadie sabe quién es. Llamamos a varias puertas con la misma intención y al obtener solo respuestas negativas comienzo a dudar. Hasta ahora siempre había creído que esta era su área pero estoy perdiendo la esperanza por momentos.

—Ya no sé dónde preguntar.

Me siento en uno de los bancos de madera que hay al lado de un parque y expulso el aire con fuerza. Estoy tan cansada como frustrada. Esa chica es mi única esperanza y no puedo permitirme perderla.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora