CAPÍTULO 29

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Mi madre, intuyendo lo que estoy pensando, me hace un gesto con disimulo para que me calme y solo por ella hago el enorme esfuerzo de controlarme. Si por mí fuera les sacaba a patadas de la casa, pero no precisamente por la puerta. Sin duda, son las peores personas con las que he tenido la desdicha de cruzarme en mi vida.

—Estamos dispuestos a llegar a un acuerdo contigo —ahora quien habla es Margarita.

—¿Qué acuerdo? —Las aletas de mis fosas nasales deben de parecerse a las de un toro bravo.

—Hemos estado haciendo un recuento de las pérdidas que nos has ocasionado y...

—¿¡Qué yo les he ocasionado!? —grito. No puedo creer lo que estoy oyendo. Son unos sinvergüenzas.

—Y si nos abonas esta cantidad... —Me muestra una hoja de papel ignorando mi enfado—, retiraremos la demanda.

—¿Qué? ¡Eso es el doble de lo que vale el local! ¡No pienso pagar absolutamente nada! —Me pongo en pie—. Ustedes son quienes deben pagarme a mí. ¡Todos los ahorros que invertí en esa farmacia se han carbonizado por su culpa! ¡Miserables! ¡Ruines! ¡Tacaños! —Mi padre, al ver que estoy fuera de mí, se levanta del sillón y se acerca para sujetarme.

—Piénsalo. Te estamos ofreciendo la oportunidad de no ir a la cárcel.

—Les juro que si acabo presa por sus mentiras, en el momento en que salga de allí, porque algún día tendrán que soltarme, le daré a la policía un buen motivo para volver a encarcelarme, y esta vez será con razón.

—¡Uy! —Margarita se lleva la mano al pecho—. ¿Nos estás amenazando?

—Les estoy avisando, que no es lo mismo. —Sé que no debería de estar diciendo estas cosas pero ya no soy yo quien habla, sino mi rabia.

—Mariajo, déjalo ya —advierte mi padre. Sabe que estoy a punto de meterme en otro lío mayor y quiere evitarlo.

Un fuerte portazo, seguido de unas rápidas pisadas, me hacen reaccionar y en el momento en que veo a mi hermano aparecer en el salón, me callo.

—¿Qué está pasando aquí? —Deja caer las bolsas al suelo y viene hacia mí—. ¿Qué hacen estos en casa? —Su pecho sube y baja sofocado. Debe de haber oído las voces desde la calle—. ¡Largo! —les grita entendiendo que sea lo que sea lo que está ocurriendo no es nada bueno—. ¿Por qué coño habéis dejado entrar a estos indeseables? —riñe a mis padres.

—Ellos querían... Han dicho que querían arreglarlo todo y pensamos que era una buena oportunidad para hablar. —Los ojos de mi madre se empañan, arrepentida por haberles creído.

—Pretenden que les pague el local a un precio mucho mayor a cambio de retirar la demanda.

—¡Mi hermana no os va a pagar ni un solo céntimo!

—Pues entonces que se pudra en la cárcel. —El sobrino de Margarita agarra a su tía por el brazo para levantarla y mi hermano, nervioso, se acerca a él.

—Lograremos demostrar la verdad —gruñe en tono amenazante a la altura de sus ojos.

—Eso habrá que verlo —lanza con sorna y Kike, sin poder contenerse más, lo agarra por las ropas de su pecho y lo empotra contra la pared.

—¡Dios mío! ¡No! —Mis padres se le echan encima con intención de separarlos y cuando por fin lo logran, sin decir ni una sola palabra más y aprovechando que Kike está inmovilizado, salen de la casa.

—Esto no va a quedar así —balbucea Margarita cuando pasa por mi lado y, haciendo acopio de todas mis fuerzas, logro mantenerme en mi lugar. No pienso dejar que me arrastren, siento que es lo que están buscando y, como bien les ha dicho mi hermano, lucharemos hasta el final.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora