CAPÍTULO 25

21.2K 4K 662
                                    

Llamo a Lucrecia con las manos temblorosas y el poco tiempo que tarda en regresar se me hace eterno. Marco el número de mi madre mientras nos ponemos en marcha para saber cómo sigue todo por allí y al confirmarme que la policía me está esperando en la calle me pongo todavía más nerviosa. Gorka no dice nada pero el bailoteo de su pierna sana no para de confirmarme que está igual que yo.

—No puedo creerlo —me lamento mientras trato de controlar el movimiento involuntario de mis manos—. ¿Cómo pueden creer que yo he hecho algo así?

—Tranquila. —Lucrecia intenta calmarme—. Seguro que se trata de algún interrogatorio sin más. No pueden detener a nadie sin pruebas.

—Mi padre me dijo ayer que los del seguro están pensando en denunciarme.

—¿Los del seguro? —pregunta Gorka al vuelo.

—Sí.

Cuando termino de explicarle todo lo que mi padre me contó el día anterior se muestra bastante preocupado y tras hacerme algunas preguntas más, se baja del coche conmigo al llegar.

Como bien me había anunciado mi madre, hay una patrulla aparcada en la puerta y en cuanto nos ven llegar los agentes se acercan.

—Buenos días. ¿Es usted la señorita María José Caro? —Asiento con un nudo en la garganta para confirmárselo y prosigue—. Queda usted detenida por un presunto delito de incendio en bienes propios con tentativa de estafa —responde uno de ellos mientras tira de la puerta trasera del vehículo oficial para que suba y mis ojos se abren como platos. ¿Me están arrestando?

—¿Qué? —Escucharle decirlo así todavía suena mucho peor. Miro a Gorka aterrada, esperando que me eche una mano, pero cuando nuestros ojos se encuentran hay algo en ellos que no me gusta. ¿Acaso les está creyendo?

—Vamos, suba —señala el interior de nuevo y el llanto de mi madre, aunque no he tenido oportunidad de verla, me hace saber que está ahí y que lo está viendo todo.

—¡Ella no ha hecho nada! ¡Dejadla!

El agente, tras asegurarse de que ya estoy acomodada, cierra la puerta e inmediatamente después dejo de oírla.

Mientras nos dirigimos a la comisaría voy temblando como un flan y al llegar me trasladan a una sala donde me quitan todas las pertenencias, incluido el móvil. De nuevo, me informan de mis derechos, añadiendo una vez más el motivo de mi detención. Cuando me preguntan si quiero designar a un abogado de confianza no recuerdo el nombre completo de ninguno, así que me asignan uno de oficio.

Las horas pasan mientras espero encerrada y cuando por fin escucho mi nombre, convencida de que me van a dejar marchar ya, los acompaño hasta un frío cuarto donde toman mis huellas. En el momento en que comienzan a hacerme las típicas fotografías junto a una regleta en la pared empiezo a llorar. No puedo creer que esté aquí y menos que me estén tratando como si fuera una delincuente. Soy incapaz de hacerle daño a nadie y por más que se lo repito sin parar, parecen no creerme.

Antes de trasladarme a otro lugar una agente se apiada de mí y me ofrece varios pañuelos de papel para que pueda secar mi cara. Acompañada por dos policías más, tomamos el camino de vuelta y cuando parece que me van a llevar a la sala donde estaba antes, giramos a la derecha y nos adentramos en la zona de los calabozos.

—Por favor —les suplico al ver las celdas—, yo no he hecho nada. —Me ignoran y, tras obligarme a entrar dentro de una de ellas, cierran la puerta, haciéndome sentir la mayor impotencia que he vivido hasta ahora—. Por favor, ¡dejadme salir! —Golpeo con los puños las rejas mientras veo como se marchan y no tardo en venirme abajo. Esto está siendo demasiado para mí.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora