CAPITULO 38

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—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío... —repito en shock—. Se supone que mientras yo les tuviera el local contratado solo podían entrar en horario laboral y únicamente en calidad de clientes... ¿Qué narices hace el sobrino de Margarita a esas horas en la farmacia? Por ley, el establecimiento me pertenecía hasta que finalizase el contrato. Además, guardaba datos confidenciales de mis clientes, a los que ellos no deberían ni acercarse —expreso nerviosa. Espero que no se les haya ocurrido jamás tocar mis archivos.

—Pues, por lo que veo, se han pasado esa cláusula por donde termina la espalda —lanza Celia con sarcasmo.

—Maldito cabrón... —Gorka ya no puede callarse más y veo como aprieta los puños hasta que las puntas de sus dedos quedan blancas—. Ese tipo entró a la farmacia la noche del incendio y apostaría cualquier cosa a que él fue quien cambió la posición de los cables. Mariajo conectaba todos los días los automáticos al llegar y él lo sabía.

—Yo también estoy convencida de que fue eso lo que hizo, hermanito. —Rebeca le guiña un ojo—. Y, además... mira esto. —Detiene la imagen—. ¿Sabéis quién es esa mujer que está en la esquina?

—¡Margarita! —grito al darme cuenta.

—Fijaos lo que está haciendo. —Vuelve a iniciar el vídeo y miramos atentos.

—Está... ¿está vigilando para avisar a su sobrino por si se acerca alguien? —Si no es porque lo estoy viendo, me costaría creerlo ¿Cómo es posible que una mujer de su edad todavía tenga ganas de hacer eso? No quiero ni imaginar qué clase de persona tuvo que ser en el pasado.

—Así es, claramente han trabajado en equipo.

—De verdad que no lo entiendo. —Cuanto más lo pienso más confundida me siento—. ¿Quién en su sano juicio quema de esa forma su propiedad? —No me entra en la cabeza.

—Alguien que solo busca dinero.

—¿Qué dinero pueden obtener? El seguro solo les pagará lo que cuesta, nada más.

—Ahí lo tienes —vuelve a hablar Rebeca y la miro con atención. Necesito saber más—. He investigado un poco y me consta que han intentado vender varias veces el edificio, pero al ser tan antiguo y estar tan mal construido no han encontrado comprador.

—Jodidos ruines —balbuceo y vuelve a mi mente la facilidad con la que se cayeron el techo y las paredes interiores el día del incendio.

—Y si a eso le sumamos que estuve hablando con un operario del ayuntamiento el otro día, súper agradable por cierto, y que me comentó que los del departamento de urbanismo les habían dado ya varios toques de atención para que reformasen el edificio, podemos seguir hilando. Hasta donde sé, estaban ocasionando problemas de humedades a los vecinos y se negaban a repararlo. —Empiezo a comprender muchas cosas—. Algo me dice que Margarita está tratando a toda costa de facilitarle la herencia a su sobrino. El dinero en metálico siempre será mejor que un edificio que se cae a pedazos y por el que les van a sancionar en breve. ¿No crees?

—¡Qué hija de su madre! —espeta Celia tan sorprendida como nosotros—. Y qué astuta.

—Sabe más el diablo por viejo que por diablo —contesta Rebeca.

—Debemos presentarle cuanto antes todas estas pruebas al juez —interviene Gorka con impaciencia.

—Y eso haremos, no lo dudes —le responde su hermana—. Si todo sale bien, querida Mariajo, podrás respirar muy pronto —se dirige ahora a mí.

—Muchísimas gracias —expreso visiblemente emocionada—, a los tres.

—Formamos un buen equipo, ¿verdad? —Rebeca se acerca a Celia y pasa un brazo por encima de su hombro.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora