CAPÍTULO 11

28.3K 4.2K 548
                                    

—Sí, pero ya me voy —respondo enfadada conmigo misma. No puedo dejar que un tipo como él me desarme de esta manera—. Me temo que tendrás que volver mañana...

«Seguro que viene a por sus condones XXL después de la fiesta que se debió de pegar anoche...» Sacudo mi cabeza al notarme celosa y oigo su puerta abrirse.

—Solo venía a verte a ti. —Se baja del coche y mis muslos se contraen por instinto. Es demasiado atractivo como para obviarlo, y si a eso le sumamos mi calentón nocturno... —Anoche nos despedimos a la carrera y la verdad es que no me supo bien.

—Oh... no pasa nada. —Tengo que mirar hacia arriba para hablarle. Es tan alto que impone.

—Sí que pasa. —Levanta una ceja y aunque intento decir algo, no lo hago—. Sería injusto para mí que me juzgaras, ya que no tuve ocasión de cumplir con mi palabra. Te prometí que no te aburrirías y quiero intentarlo de nuevo.

—Yo... Bueno. —No sé qué decir.

Pensé que acompañándolo al concierto ya había cumplido con mi supuesto castigo y que después de eso no mostraría ningún tipo de interés más en mí.

—¿Te parece si el sábado, que estoy libre, vengo a por ti y visitamos los Jardines de Murillo? Tengo ganas de conocerlos.

Eleva la comisura de su boca con sensualidad y aunque estoy segura de que me arrepentiré después, no puedo negarme.

—Si no tardamos demasiado... —Lucho contra mí misma para que no note mi entusiasmo. ¿Por qué cada vez que él habla mi sensatez desaparece?

—¿Estarás libre a las seis? —Clava sus ojos en los míos esperando la respuesta y mi cabeza se mueve sola para confirmárselo—. ¡Genial! —Sus ojos brillan de un modo extraño y, al igual que la primera vez, tengo la impresión de que le sorprende que acepte.

¿Acaso con ese cuerpo y esa cara le preocupa que sea precisamente yo quien le diga que no? Solo necesita cruzar los dedos como Thanos y estoy segura de que le aparecen veinte chicas más alrededor.

Nos despedimos y al girarme para ir hasta mi coche recuerdo algo.

—¡Mierda! —digo en alto.

—¿Qué pasa? —Vuelve a acercarse.

—Extravié las llaves del coche hace unas horas y aún no las he encontrado.

—¿Las llevabas antes de salir?

—No. —Prefiero no contar que una de las razones por las que salí antes fue casualmente por eso—. Sé que las dejé dentro, pero no logro saber dónde.

—Si quieres puedo ayudarte a buscarlas, soy bueno con eso.

—No... no hace falta. —Comienzo a ponerme nerviosa y temo que lo note. Imaginarme sola con él en un sitio cerrado hace que mis manos comiencen a sudar y sé por qué—. Ya las buscaré mañana. Solo tengo que llamar a mi padre para que venga a por mí y ya está.

Busco el teléfono en el bolso y cuando noto su enorme mano sobre la mía evito levantar la cabeza para que no note el latido de mi corazón saltándome en la garganta.

—Déjalo. Te llevo yo. No tengo nada que hacer ahora mismo.

—No hace falta. No tienes por qué molestarte...

—No es molestia.

En un par de pasos llega hasta la puerta del acompañante y la abre haciéndome un gesto para que suba.

—Bueno, está bien. —Se muestra tan emocionado que me sabe mal negarme—. ¿Recuerdas dónde vivo? —le pregunto mientras aseguro mi cinturón.

—Sí, tengo buena memoria y ya me voy quedando con las calles. —Su mano roza la mía cuando encaja la clavija en el suyo y la sensación hace que contenga la respiración. Me mira como si a él le hubiese pasado lo mismo y, tras tomarse unos segundos mirando al vacío, carraspea antes de que nos pongamos en marcha. Durante varios minutos conduce en silencio y cuando creo que no va a decir ni una sola palabra más hasta que lleguemos, hace un gesto con su mano, llamando mi atención—. Mira —señala el arcén—, justo ahí estropeaste mis mejores zapatos e hiciste que echara a perder mi cena.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora