CAPÍTULO 39

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GORKA

—Mañana, si queréis, nos vemos de nuevo, pero debo irme ya.

Celia y mi hermana se quedaron en el restaurante para tomar otra copa y al verme entrar de nuevo me han entretenido más de lo que me hubiera gustado. No quiero que Mariajo tenga que esperarme tanto tiempo y menos frente a las cenizas de lo que antes era su mayor ilusión. Dice que no le afecta pero en el fondo yo sé que sí. Es muy duro ver el estado en el que ha quedado el trabajo de toda una vida. Según me contó, ahorró mucho para poder trabajar por su cuenta y en solo unos minutos lo perdió todo. Fue una suerte que no perdiese la vida también. Cuando la encontré, estaba ya en las últimas y creí que no lo contaría. Si hubiésemos tardado solo unos segundos más todo habría acabado para ella.

Las imágenes del incendio en la casa de mis abuelos vuelven a mi mente y tengo que luchar contra ellas para sacarlas de mi cabeza. Es agotador vivir así. A Mariajo le dije que solo me ocurre cuando tengo que realizar algún rescate, pero la verdad es que es algo con lo que convivo casi a diario, solo que si todo va bien y yo estoy tranquilo logro controlarlo. Definitivamente, debo ir a terapia en cuanto pueda. Siempre creí que podría con ello, pero el tiempo me ha hecho ver lo equivocado que estaba, y desde que estoy con Mariajo solo quiero darle lo mejor de mí. De ningún modo me gustaría que se repitiese lo de hoy y solo podré evitarlo si busco ayuda. No quiero volver a hacerle sentir mal. No se lo merece.

En el estado en el que me encontraba después del rescate, ni siquiera fui capaz de pensar en ella cuando la arrastré hasta ese pequeño cuarto. En mi necesidad de buscar alivio no pensaba en otra cosa y si no es porque al final me di cuenta de lo que estábamos haciendo, me hubiera sentido mucho peor después. Por supuesto que quiero tenerla, pero no de ese modo.

Al salir del edificio miro en su dirección para buscarla y solo veo a una persona de mediana edad cruzar la calle corriendo. «Debe de estar sentada por ahí», pienso mientras camino hacia los escombros del edificio y una forma extraña en el suelo llama mi atención, pero mi teléfono comienza a sonar y decido atenderlo a la vez que camino.

—¿Qué ocurre, Beatriz?

Lleva días llamándome para que vaya a actuar con ella, pero algo me dice que a Mariajo no le hace demasiada gracia y solo le pongo excusas. Hasta que no hable con Mariajo sobre esto no quiero darle una respuesta. La verdad es que el dinero me vendría de maravilla, pero si me va a costar un disgusto prefiero dejarlo pasar.

—Hola, campeón, ¿cómo te encuentras?

—Pues... bien, creo —Oigo como ríe y sé que cualquier cosa que le diga después de eso solo sonará como un pretexto.

—A ver, Gorka..., ya sé que soy una pesada, pero necesitamos una respuesta ya —dice sin rodeos—. Ahora mismo tenemos programadas más de cien despedidas y nos falta personal. Así que necesito saber si te guardamos el puesto o tenemos que ponernos a buscar a alguien más.

—No lo sé, de verdad. —Exhalo por la nariz. Al no haberme atrevido todavía a hablar con Mariajo, lo estoy alargando demasiado y Beatriz y mi jefe no tardarán en enfadarse conmigo. Están teniendo demasiada paciencia ya y yo no paro de complicarles todo—. Dame un día más para que pueda hablarlo con ella.

—¿Todavía no lo has hecho? —le prometí en varias ocasiones que lo haría pero sigo sin mover un dedo. Sé que seguramente discutiremos y eso es algo que no quiero.

—No, pero de mañana no pasa, te lo prometo.

—¿Estás con ella? Hazlo hoy, por favor —insiste.

—Estaré en un minuto, pero ahora mismo no es buen momento. La dejé antes frente a las cenizas de su farmacia y no creo que se encuentre con muchas ganas de conversar sobre esto.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora