CAPÍTULO 8

29.5K 4.3K 1.1K
                                    

—Vaya, contigo quería hablar yo —digo ignorando su asombro.

—Era él, ¿verdad? ¡Dime que era él! —Asoma su cabeza por la puerta y mira hacia la calle. Espero a que regrese y cuando lo hace sigue igual que antes—. ¡Es él! —Saca el teléfono y escribe. Cuatro segundos después oigo la notificación en el mío y por la melodía sé que ha enviado un comentario al grupo en el que estamos todas—. ¡No se lo van a creer! ¿Qué quería? ¿A por qué ha venido? —pregunta agitada y no respondo. Lo intenta de nuevo y al ver que hago lo mismo se preocupa—. Oye, ¿se puede saber qué diablos te pasa? Te escribí al menos cinco veces ayer y otras tantas esta mañana y todavía no me has respondido.

—¿Y crees que me quedan ganas después de lo del sábado?

Sabía que vendría para comprobar si estoy enfadada.

—¿El qué? —Arruga sus cejas en mi dirección como si no entendiera nada.

—¿Os parece normal lo que hicisteis? ¿Cómo se os ocurre subirme al coche de un tío al que no conocéis?

—¡Eh! No te rayes que yo también iba con vosotros, pero estabas tan perjudicada que no te diste ni cuenta. Solo estuviste sola con él unos minutos. Lo que tardase de mi casa a la tuya.

—Tiempo suficiente si hubiera querido hacerme algo, ¿no crees? —replico. Quiero que entienda que eso estuvo muy mal—. Siempre hemos acordado que si una de nosotras se pasa con las copas, las demás no la dejan tirada y cuidan de ella. ¿Dónde quedó esa parte el sábado?

—Y eso es precisamente lo que hicimos. —Cruza sus brazos ofendida—. ¿Acaso crees que no sabíamos lo que hacíamos? —Sigo esperando una respuesta convincente—. El tipo ese que acaba de irse se ofreció a llevarte a casa cuando te desmayaste en el sofá del pub. Además, dijo que te conocía. Hasta nos habló de la farmacia.

—¿Que se ofreció él? —Ese loco manipulador no deja de sorprenderme.

—Así es. Y le dijimos que no precisamente por eso, pero después llegó Anabel, la hermana de la novia, y cuando vio que estabas casi en estado de catalepsia nos comentó que podíamos confiar en él, que lo conocía y que trabajaba con su hermano. Así que, para que no fueras sola, me fui contigo.

—Dios... —Golpeo mi frente con la mano. Me alegra saber que no fueron tan imprudentes como parecía, pero, aun así, sigo creyendo que se fiaron demasiado.

—Y ahora dime, ¿qué se ha llevado? —Levanta las cejas.

—No pienso hablar contigo sobre eso. Tengo un compromiso de confidencialidad con mis clientes.

—¿Es tu cliente? —Asiento—. ¡Joder! Al menos dime cuántas veces ha venido. —Niego con la cabeza—. ¿Sabías que era él en la despedida cuando lo...?

—¡Cállate! No quiero oír ni una sola palabra más de ese día. No existió para mí.

—Oh, vamos, pero si te lo pasaste genial —ríe—. Mira esto.

Busca algo en su teléfono y me niego.

—¡No! ¡No me muestres nada! Solo servirá para que me hagas sentir peor.

—Solo un segundo, mira. —Me lo enseña y retiro la cara—. Venga, que no tiene nada que ver contigo.

—Lucrecia... —digo con tono amenazante—. ¡Déjalo ya! —No desiste. Sabiendo que hasta que no haga lo que me pide no se detendrá, miro con esfuerzo por el rabillo del ojo, fiada de su palabra. Al segundo, los abro de par en par. La muy cabrona me ha mentido. Es una imagen en la que aparezco de frente, en una especie selfie, con el pene del estríper en el hombro a modo de loro. —¡Te odio! —grito antes de cubrir mi cara—. ¿Por qué me haces esto? —Lo único que escucho son sus carcajadas y cuando estoy a punto de reprocharle varias cosas más, habla de nuevo.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora