CAPÍTULO 6

30.2K 4.4K 1.4K
                                    

¡Amoresss! No sé con qué estoy disfrutando más: si escribiendo esta historia o leyendo vuestros comentarios. Millones de gracias, no imagináis cuánto me río con ellos y sobre todo lo que me animan. ¡SOIS INCREÍBLES!

¡Vamos a por el capítulo de hoy! :D

***

El sonido de un motor me despierta y, aunque la música está muy baja, puedo percibir la melodía de una de mis canciones favoritas: Crazy de Gnarls Barkley.

—Uff, ¡madre mía! Me duelen hasta las pestañas —mascullo mientras me estiro.

La cabeza comienza a martillearme como si alguien estuviese machacando almendras sobre mis sienes y me quejo—: Joder... Se me ha ido mucho la mano hoy, ¿qué hora es? —pregunto a Lucrecia, pero no responde. Miro hacia delante y noto algo raro en los asientos. Estoy tan desorientada que ni siquiera sé en qué parte del coche voy. ¿Cómo llegué hasta aquí? Lo último que recuerdo es haber estado bailando con el bombero en la pista y... —¡Mierda! —Mi cerebro comienza a enviarme imágenes en forma de fogonazos y el bochorno que siento es tan insoportable que tengo que cubrirme la cara con las manos—. ¡Lucrecia! —Me incorporo con rapidez. ¡Hija de puta! ¿Cómo pudiste? En todos esos flases aparece ella animándome y empujándome a pecar y solo por eso comienzo a odiarla. ¿Qué clase de amiga es capaz de hacer algo así?

—Me temo que tu ira tendrá que esperar. Acabo de dejarla en su casa. —La voz de un hombre me sobresalta.

—¿Qué? ¿Quién eres tú? —Froto mis ojos, nerviosa. Sin embargo, lo hago tan fuerte que lo único que consigo es el efecto contrario y me cuesta enfocar todavía más—. ¿Dónde están mis amigas? ¿Por qué no está conduciendo Marina? —Ni siquiera miré en su dirección dando por hecho que era ella quien lo hacía—. ¡Dios mío, me estás raptando! —chillo traicionada por el subconsciente y, tras pestañear varias veces, observo que el coche en el que voy nada tiene que ver con el de mi amiga.

—¿Raptando? —Suelta una risotada—. De eso casi podría acusarte yo.

Se gira en ese momento y cuando descubro quién es la persona que está al volante, mi corazón se paraliza.

—No, no, no, no... ¿Tú? No... no, no. ¡De ninguna manera puede ser cierto! —Comienzo a hiperventilar—. ¡Lucreciaaa! —grito—. ¿Quién me ha echado droga en la bebida? —vuelve a reír y a mí no me hace ninguna gracia—. ¡Lucreciaaa! —Empiezo a notarme histérica y, antes de perder el control, miro por la ventanilla y respiro varias veces—. Un, dos, tres... yo me calmaré. Un, dos, tres... no alucinaré. —Incapaz de serenarme, y aprovechando que no hay nadie más en la parte trasera, me hago un ovillo. Dos segundos después me lo pienso mejor y, apoyando mi cabeza en el reposabrazos, me tumbo como puedo—. Voy a dormirme ahora mismo y cuando me despierte ya no estarás aquí. ¡Habrás desaparecido! Eres solo un producto de mi imaginación —gimoteo—. Esto es por culpa del alcohol. ¡No vuelvo a beber más! —Al cerrar los ojos todo me da vueltas y me tranquiliza creer que estoy en lo cierto. Definitivamente, la borrachera me está haciendo ver cosas que no quiero.

—Me temo que eso no ocurrirá, señorita Mariajo —ríe.

—¡Solo estoy delirando...! —me hablo en alto para calmarme—. Si de verdad fuese él, de ninguna manera sabría mi nombre.

—Las alucinaciones lo sabemos todo —vuelve a carcajearse—. Aunque, si no recuerdo mal, tú misma me lo dijiste mientras me hacías una pedorreta muy..., pero que muy cerca del pubis.

—¿¡Qué!? —Me siento de nuevo para encararlo, convencida de que está mintiendo, y de la nada aparece en mi cerebro la imagen de lo que está diciendo. Yo agarrada a sus nalgas. Yo tomando aire. Yo apoyando mi boca en su pubis y yo soplando con ímpetu hasta que mis labios rebotan en su cuerpo—. ¡Me quiero morir! —Mis ojos quedan fijos en el asiento del conductor mientras reproduzco una y otra vez esa escena en mi cabeza, junto a otras, si cabe, aún más vergonzosas. En un momento de lucidez recuerdo algo que, de ser cierto, hará que todavía me traume más—. ¡Espera...! —Detengo mis pensamientos y me centro en ello—. ¿Tú eres...? ¿Tú también eres... el... estríper... y además eres... el maldito... recogepelotas...? —No sé por qué lo he llamado así, pero es lo primero que ha salido de mi boca.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora