EPÍLOGO (parte 1)

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Ocho meses después.

—¿Estás lista? —Lucrecia vuelve a preguntarme y le respondo lo mismo que antes.

—Todavía no. ¡Deja de presionarme o no acabaré nunca!

Hace una semana que Lucrecia, sin consultarme antes, decidió proponer en el grupo en el que estamos todas las amigas celebrar mi cumpleaños juntas este fin de semana y aunque me negué en rotundo porque Gorka casualmente estos días no libraba, entre unas y otras me acabaron convenciendo. Que si por los viejos tiempos..., que si hace mucho que no nos vemos..., que si desde que estoy con Gorka ya no quiero nada con ellas... En definitiva, que me resultó imposible negarme. Me hubiese gustado festejarlo también con mi familia y, de ese modo, pasar todos el día juntos, pero viendo que era imposible reunirlos en la misma fecha, he tenido que aceptar de esta forma.

—Madre mía, Mariajo, ¡estás preciosa!

—¿De verdad te gusta? —No acaba de convencerme demasiado el vestido que he elegido para la ocasión. Lo compré hace tiempo y, de casualidad, lo encontré en el fondo del armario hace unos días.

—¡Ya te digo! Se adapta genial a tu figura y hasta pareces más alta. —Sonríe complacida y, tomando esa respuesta por buena, me echo un último vistazo antes de coger el bolso y salimos de la casa.

—¿A dónde vamos? —Sé que hemos quedado pero no recuerdo haber leído dónde. Antes de responderme, mi teléfono vibra y, al ver que es mi madre, respondo—. Hola, ¿has conseguido al final la blusa que querías? —Antes de que Lucrecia llegase mi madre salió de compras y, seguramente, acaba de regresar a la casa.

—¡Sí! Y es preciosa. Estoy deseando estrenarla, pero a ver cuándo... si ya nunca salgo.

Su voz suena tan apenada que no puedo evitar sentir lástima. Desde que se casó dejó aparcada su vida social para criarnos y cuando quiso retomarla se dio cuenta de que, al haber perdido el contacto con todas sus amistades, si no es con mi padre ya no sale con nadie.

—¿Está papá por ahí?

—Sí, ¿por qué?

—Para que te pongas la blusa y vengáis a tomar algo con nosotras.

—No, no. Es vuestra noche. Nosotros podemos esperar.

—¿No le molestará a las chicas? ¿Verdad? —susurro a Lucrecia cubriendo el micrófono para que mi madre no me escuche—. Solo será una copa. Ellos se acuestan pronto. Después nosotras seguiremos con la fiesta. —insisto al ver que no contesta.

—No sé... No creo que... no creo que se molesten por eso. —Noto la duda en su voz y, por un momento, temo haber metido la pata.

—Tranquila, mamá, por una copa no pasa nada. —Salgo del paso como puedo. Ya no puedo echarme atrás o haré que se sienta mal o, lo que es peor, que de verdad piense que nos van a molestar.

—De acuerdo, pero una rápida. La verdad es que me apetece. Deja que hable con tu padre, ¿dónde vais a estar?

Vuelvo a preguntarle a Lucrecia y cuando me indica el lugar sonrío. Las muy cabronas lo han hecho a propósito. Allí fue donde comenzó todo y seguro que quieren rememorarlo.

Al final quedo con mi madre y, nada más llegar al aparcamiento del local, nos encontramos con las demás. Tras saludarnos de manera efusiva, entramos al club y tenemos la gran suerte de poder elegir mesa. Al ser pronto todavía, la sala está casi vacía.

—Me gusta esta —dice Marina y Lucrecia se sienta. Las demás nos acomodamos alrededor de la mesa y no tardamos en pedir la primera ronda.

La segunda y la tercera no tardan en llegar mientras reímos narrando anécdotas y, como imaginaba, salen a relucir todas las vividas la vergonzosa noche de la despedida, arrancándome varias carcajadas con ellas. ¿Quién me iba a decir a mí que un día me iba a divertir recordándolas? Con lo mal que lo pasé. Intercambiamos fotografías, charlamos sobre cómo han sido estos últimos meses y me sorprende saber que Roxana, la chica que tanto se metía conmigo, se ha operado la nariz y se la han dejado peor de lo que ya la tenía. Si antes su voz ya sonaba como la de un cerdo asmático, no quiero imaginármela ahora. A veces creo que el karma existe.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora