CAPÍTULO 35

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En el momento en que logro reaccionar le sigo llevada por el instinto y unos metros más adelante veo como trata de abrirse paso entre la gente. Corro todo lo rápido que puedo para llegar hasta él, pero cuando estoy a punto de alcanzarlo le pierdo de vista.

—¡Gorka! —grito su nombre. —¡Gorka! —Lo intento de nuevo sin éxito. Las personas que están allí vocean tan fuerte que es imposible que me oiga.

Me aparto aturdida, todavía sin saber qué está ocurriendo, y en cuanto logro centrarme observo que una mujer señala al cielo.

—¡Detenedle! ¡No permitáis que lo haga!

Miro hacia arriba buscando una explicación y al descubrir en uno de los grandes ventanales a un chico de unos veinte años a punto de precipitarse, mi corazón da un vuelco.

—¡Dios mío! —Cubro mi boca con las manos y entiendo todo. Gorka lo ha visto antes que yo y seguro que está intentando ayudarle.

Vuelvo a buscarlo entre las personas que están allí, pero es imposible. Cada vez se acumulan más y obstaculizan cualquier posibilidad de que pueda encontrarlo.

—¡Llamad a emergencias! —dice un señor que tengo a mi lado y otro le responde.

—Ya han llamado pero el acceso es complicado y han dicho que tardarán en llegar.

—Como no se den prisa... Parece muy convencido de querer saltar.

—Es una pena que alguien tan joven quiera acabar con su vida así. ¿Qué le habrá pasado?

Entre ellos buscan una explicación y, por supuesto, no la encuentran. Es imposible saber qué ha llevado a una persona a actuar de esa manera. Lo único claro es que está desesperado.

Mientras continúan con la conversación, veo como el chico inclina su cuerpo, suelta una de sus manos de los barrotes a los que está agarrado y mira hacia abajo.

—¡No! —grito a la vez que los demás y una fuerte sensación de impotencia me embarga. No podemos dejar que se lance. Debe de haber alguna forma de detenerlo. Esto no puede terminar así—. Colchones... ¡Necesitamos colchones! —exclamo a la vez que corro hasta una de las puertas y comienzo a presionar todos los timbres que encuentro en el cuadro de metal. Tengo que hacer algo. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras la vida de alguien pende de un hilo.

A medida que van respondiendo les explico como puedo lo que está ocurriendo y consigo que varias personas acepten a ayudarme. Unos minutos después, y con los nervios a flor de piel, dos mujeres salen por la puerta cargando unos grandes colchones y, a empujones, consigo abrirles paso. Las ayudo a colocarlos donde creo que puedan amortiguar el golpe pero, calculando la altura, dudo que sirvan de algo y por los comentarios que hacen las mujeres parecen pensar igual.

Con la misma impotencia que antes y sabiendo que no podremos hacer nada más hasta que llegue la ayuda, me aparto de nuevo y al levantar la mirada veo algo moverse en el tejado.

—¡No puede ser! —pronuncio en el mismo momento en que descubro que es Gorka.

Está tan alto que solo puedo distinguirlo por la ropa. Camina con dificultad por el caballete y al ver que está teniendo problemas para moverse temo que le falle la pierna y se caiga. Aún no está recuperado y caminar entre las tejas le debe de estar suponiendo un gran esfuerzo.

Se mueve ahora hacia la derecha y, agarrándose al saliente de una buhardilla, busca al chico, pero al darse cuenta de que está todavía demasiado lejos del borde y que desde esa zona no logrará localizarlo, se desliza por el faldón hasta detenerse muy cerca del alero. Vuelve a asomarse mientras mi corazón late con fuerza por el miedo y, por sus movimientos, esta vez parece verlo.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora