CAPÍTULO 40

19K 3.5K 447
                                    

Celia se presta a llevarnos y veinte minutos después ya estamos en la sala de espera del hospital. La persona que nos atendió al llegar nos pidió que permaneciéramos en ella hasta que alguien saliera a buscarnos, y es lo que estamos haciendo, aunque cada segundo que paso en este frío cuarto se me hace eterno.

Media hora después apenas me quedan uñas y protesto en alto porque nadie parece tener intención de venir a decirnos nada. Rebeca, sabiendo cómo me siento, coloca su mano sobre mi muslo y me habla.

—Calma..., tómalo como que es una buena señal —dice mirando hacia la puerta y después a mí—. Si hubiese pasado algo peor ya lo sabríamos.

Asiento agradeciendo sus palabras y me pongo de pie. No puedo estar más tiempo sentado o me comerán los nervios. Camino sin rumbo por la zona central y aunque noto la mirada de la gente sobre mí, me da igual. Es la única forma que tengo de calmarme.

La puerta se abre y una mujer de unos cuarenta años viene hacia nosotros. Me preparo al ver que se acerca y al oír que llama a los familiares de otra persona en vez de a nosotros, me descompongo. Sé que estoy siendo egoísta y que ellos deben de estar igual de angustiados que yo, pero necesito que me digan cómo está Mariajo o juro que atravesaré ese maldito pasillo e iré yo mismo a buscarla.

—Disculpe. —Busco su atención y levantando sus cejas se vuelve hacia mí—. ¿Puede decirme como está mi pareja? Vinieron con ella en una ambulancia hace rato y nadie nos ha dicho nada.

—Ummm. ¿No nos hemos visto antes? —Baja sus gafas y me mira de arriba abajo con una mirada que distingo a la perfección. La he visto cientos de veces y, aunque sé que provoco ese tipo de efecto en las mujeres, es la primera vez que me molesta—. ¿Cómo se llama?

—María José Caro.

—No te muevas de aquí, guapo, voy a hablar con el médico, pero que sepas que me debes un espectáculo —dice con una sonrisa que logra erizarme el vello.

—Vaya, pues sí que te conoce... —comenta Rebeca al darse cuenta y evito decir algo Todo lo que pueda salir de mi boca ahora mismo podría resultar ofensivo.

Por suerte no forma parte del equipo médico, sino del de recepción. No me gustaría añadirle a mi estado una buena dosis de desconfianza por su poca profesionalidad.

Miro a través de los cristales para pensar en otra cosa con qué evadirme y la suerte quiere que en ese momento cruce el pasillo el médico que atendió a Mariajo junto al técnico conductor. Sin pensarlo ni un segundo, salgo de la sala y voy tras ellos.

—¡Doctor! —le llamo al ver que se aleja—. ¡Doctor! —Ni siquiera sé cómo se llama, pero al oírme se gira—. Disculpe. —Hace un gesto al técnico para que continúe sin él y me espera—. ¿Cómo está Mariajo? ¿Qué tal llegó? ¿Puede decirme algo? —Aprieta sus labios de un modo extraño y mi corazón se contrae tanto que creo desmayarme. Seguro que algo no va bien y no sabe cómo decírmelo. Vuelve a hacerlo y al descubrir que es porque un pelo de su bigote le está molestando expulso todo el aire de mis pulmones. Esta tortura va a acabar conmigo.

—Acabo de verla y, bueno...

—Bueno, ¿qué? —Si supiera lo desesperado que estoy no se lo tomaría con tanta calma.

—Sigue inconsciente pero su pulso es más fuerte. Van a hacerle algunas pruebas para ver cómo de afectado está su cerebro y después imagino que os dirán algo. Paciencia, no puedes hacer otra cosa, chaval. Esto es así.

—Mierda. —Miro al suelo todavía más preocupado y cuando se despide no levanto la mirada.

—¿Qué te ha dicho? —Rebeca habla a mi espalda y le cuento lo poco que he logrado sonsacarle al doctor mientras volvemos a la sala.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora