CAPÍTULO 24

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Cuando salimos apenas puede caminar y tenemos que pararnos dos veces para que vuelva a vomitar. El humo le ha sentado fatal y no para de repetir que no se encuentra bien. Lo subimos al coche como podemos y, con cuidado de no hacerle daño en la pierna, me siento a su lado.

—Ay, qué malito estoy. —Pone la mano sobre su frente y preparo una bolsa por si vuelve a vomitar—. Yo solo quería saber cómo era una consulta de esas. Tenía curiosidad..., pero os aseguro que después de esto no vuelvo más.

—No seas quejica —río y cuando me quiero dar cuenta está roncando.

—¿Qué hacemos? —susurra Lucrecia al observarlo por el espejo retrovisor.

—¿Te parece si vamos a un parque a tomar un poco de aire fresco? Casi estoy como él.

—Yo igual —admite—. Te aseguro que si llegamos a estar solo unos minutos más, Gorka y yo habríamos tenido que compartir la papelera —reímos a la vez y se desvía hacia el parque Vega de Triana.

Al llegar aparcamos cerca del césped y dejamos a Gorka en el coche para no despertarlo.

—Qué bien se está aquí. —Inspiro profundamente al bajarnos y Lucrecia hace lo mismo. Al notar que el sol directo nos molesta decidimos sentarnos bajo la sombra de un árbol.

—¿Cómo sigue todo con...? —señala el coche sin rodeos. Todos los días intercambiamos algún mensaje pero siempre la dejo con ganas de saber más.

—No busques donde no hay —la aviso al saber a dónde quiere llegar.

—Oh, vamos, estuve presente en uno de vuestros besos y ¡madre mía que pasión le poníais!

—Eso no quiere decir nada, ni tampoco nos compromete a nada como llevas tiempo insinuando. —Necesito quitarle esa idea de la cabeza como sea—. ¿O es que cada vez que tú te lías con un tío ya sois pareja?

—Yo soy yo —ríe.

—Y yo, yo...

—Pues por eso, porque tú eres tú —vuelve a reír—. Nunca te has liado con un tío por el simple hecho de pasar un buen rato. Bueno, en realidad solo conozco que te liaras con uno y estuviste varios años con él.

—No me lo recuerdes. —Resoplo—. No quiero volver a saber nada de ese idiota.

—Era solo un ejemplo. Tú no te besarías con alguien solo por eso y las dos los sabemos.

—Pues ahora sí lo hago.

—No te creo —insiste.

—Algún día eso tenía que cambiar, ¿no?

—¿Tú? —se carcajea—. Venga, Mariajo. Ambas sabemos que eso no está en ti. Ese chico te gusta de verdad.

—No voy a negarlo. —Me está acorralando y necesito salir del paso—. Es evidente, pero de ahí a querer tener algo con él... está muy lejos. Entre otras cosas porque ninguno buscamos nada y... seamos realistas, con todas las chicas impresionantes que hay por ahí no se va a fijar en mí.

—Ah, ¿no? Y entonces ¿qué se supone que está haciendo? Una persona no le come los morros a otra de esa forma si no está interesado.

—Es solo un juego. No lo entenderías.

—¿Un juego?

—Sí.

—¿De qué habláis? —Al escucharlo nos levantamos. Estábamos tan entregadas a la conversación que no nos habíamos dado cuenta de que Gorka ya se había despertado.

—Cosas nuestras —dice Lucrecia mientras sacude su pantalón manchado de tierra y me mira de reojo.

—Este lugar es precioso. —Mira el parque con atención.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora