CAPÍTULO 7

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Al entrar veo que me está esperando con los brazos cruzados en el pasillo y, aunque me cae la gran bronca, sobre todo porque le preocupa lo que hayan podido ver los vecinos, no me afecta. Estoy todavía tan ebria que mi cerebro anula cualquier cosa que no tenga que ver con mi necesidad de dormir. Me sigue hasta la habitación sabiendo que no le estoy haciendo ningún caso y solo se calla cuando cierro la puerta. Sé que se preocupa por mí y si estaba despierta aún es porque me estaba esperando, pero ahora mismo no estoy en condiciones de hablar y temo que si lo nota llegue a enfadarse más.

Dejo los zapatos donde puedo, me quito la ropa y en cuanto mi cabeza toca la almohada estoy tan cansada que no tardo en quedarme dormida.

Horas después me despierta un terrible dolor de cabeza seguido de náuseas y tengo que correr al baño.

—¡Qué día me espera! —digo al entender que la resaca me durará hasta mañana. Cuando estoy terminando de lavarme los dientes, viene a mi mente el beso que el estríper y yo nos dimos. Por la impresión, levanto la cabeza, asustada, y cuando veo mi reflejo en el espejo doy un salto hacia atrás—. ¡Jesús, parezco un zombi epiléptico! —Aclaro la espuma de mi boca mientras trato de digerir lo que ocurrió la noche anterior y llego a un momento en el que me planteo no volver a salir de casa. Las copas de más, el baile erótico, el tamaño de su... —¡No! —Me niego a seguir acordándome de eso pero, como siempre, mi cerebro va por libre y se empeña en torturarme.

»El viaje en coche hasta casa, nuestra conversación absurda, mi enfado... —¡La aceituna! —lloriqueo. No puede ser verdad... Sabía que cuando me bebí el cóctel de un trago hubo algo que me raspó la garganta, pero estaba tan perdida y entregada a la fiesta que ni siquiera noté que la copa las llevaba—. ¡Mierda...! ¡Lo besé! ¡Me besó! ¡Nos besamos! ¡Después de vomitar! ¡Uhg! ¡Uhg! —Mi estómago, una vez más, se da la vuelta y tengo que sentarme en el suelo hasta que se me pasa. Ese tipo debe de tener el suyo de hierro. No dudó en recoger la bola que salió proyectada de mi vagina y ahora esto... ¡Uhg! ¡Uhg! —Aquí viene otra vez... Definitivamente, hoy será un día de mierda y lo que ocurrió anoche demasiado bochornoso como para enfrentarlo.

***

A la mañana siguiente mi cuerpo parece estar algo mejor y me preparo para ir a trabajar. Lucrecia y Marina me escribieron varias veces para saber cómo estaba a lo largo del día de ayer, pero las dejé en visto con intención de que entendieran que estoy molesta. Ni siquiera me digné a leer los comentarios que iban acumulando en el grupo. ¿Y si el tipo llega a ser un violador? Eso no se hace. Yo jamás hubiese permitido algo así con ellas.

Cuando llego a la farmacia, veo que Margarita está esperándome en la puerta y, agotada, me cubro el rostro con las manos. Vaya semanita de mierda que llevo.

—Buenos días —saludo de forma escueta al pasar por su lado y espera a que abra para entrar detrás de mí—. ¿En qué puedo ayudarla? —No me molesto en ocultar la hiel que me sale por los labios. ¿Qué coño querrá tan temprano?

—He notado que apagas los automáticos cuando te marchas, ¿por qué lo haces? ¿No sabes que esto es una farmacia y debes tenerlos siempre conectados?

«Así que mis sospechas son ciertas...» me digo. Debe de quedarse sin luz en la casa cada vez que hago eso.

—Claro que lo sé. —Sonrío con sarcasmo—. Y es lo que hago cuando estoy aquí o me toca hacer las guardias, pero después ya no hace falta.

—Pamplinas. Es necesario que los tengas siempre prendidos. ¡Nunca se sabe lo que puede pasar!

—Por cierto. —Recuerdo la nota que dejé en el mostrador sin necesidad de llegar hasta ella—. Ahora que me saca el tema, tiene que llamar al técnico para que los repare con urgencia. Hay una especie de cortocircuito y cada vez que los toco saltan.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora