—Ya eres mía —indica, pero me tiene tan cautivada que lo único que hago es mirarlo sin decir nada.

Interpretando que todo está bien, vuelve a hacer suyo cada centímetro de mi cuerpo y, trazando una vereda de besos en mis costados, acaricia la cara interna de mis piernas antes de tirar de mi pantalón para quitármelo.

—¿Gorka? ¿Has llegado ya?

—¡Mierda! —decimos a la vez y, lanzándose sobre el cabecero, se apresura a soltarme.

Sabíamos que tarde o temprano Rebeca llegaría, pero estábamos tan entregados al juego que ninguno de los dos había vuelto a acordarse de ello.

—¿Gorka? —repite y escucho sus tacones resonar al acercarse por el pasillo.

—Joder, viene hacia aquí —susurro mientras me coloco la ropa a la velocidad de la luz.

Él hace lo mismo con la suya y justo cuando toca la puerta nos sentamos como si no ocurriese nada.

—Pasa —le indica Gorka y al abrir nos mira.

—Ups... —Arruga su frente y mi rostro se colorea—. Siento si he interrumpido algo.

—No has interrumpido nada, tranquila —responde él para salir del paso.

—Estoy segura de que sí. —Levanta una ceja de manera cómica, es un gesto idéntico al que suele hacer él.

—No, no. Solo estábamos hablando —inventa.

—Pues... el cinturón que hay colocado de manera estratégica en los barrotes de la cama me indica lo contrario. —Lo miro con rapidez y después a ella «Mierda...»—, y el sujetador sin abrochar que asoma por el cuello de la camiseta de Mariajo... —Aprieto mi boca, avergonzada, y con disimulo cruzo los brazos—. Y, si ya entramos en materia, tu pierna cruzada...

—¡Vale ya, Rebeca! —le grita al ver que me está abochornando y esta se echa a reír.

—Sabes a qué me dedico, hermanito. Es inútil que trates de engañarme. —Cierra la puerta y escucho sus carcajadas mientras se aleja.

—Dios, qué vergüenza. —Dejo salir el aire de mi pecho mientras me recupero.

Ha sido todo demasiado intenso ¿Cómo he podido desinhibirme así? ¿De verdad iba a dejar que me perforara con eso? Ha sido increíble, lo admito, pero ahora que la sangre está volviendo de nuevo al cerebro, me preocupa la idea de que, llegado el momento, me deje la vagina tan ensanchada que pueda usarla de trastero. Casi que debería de agradecer que su hermana nos hubiera sorprendido.

Termino de colocarme la ropa torcida y cuando acabo noto que Gorka me está mirando con una sonrisa ladeada.

—¿Qué? —le pregunto al ver que no deja de hacerlo.

—Nada. —Vuelve a sonreír y, agarrándome por la nuca, me besa rápidamente en los labios—. Has tenido suerte esta vez, pero a la próxima no te me escapas —asegura al apartarse y mis mejillas se colorean.

Viendo la forma en la que ha logrado que me olvide de todo, no lo dudo. Este hombre es puro fuego y sabe muy bien cómo hacerme sentir mujer.

***

Tres semanas después

Durante los siguientes días todo transcurre tranquilo. Mi abogada continúa entregada a la investigación del caso, Rebeca le está ayudando y aunque todavía no hemos tenido mucho tiempo para nosotros, Gorka y yo seguimos avanzando en nuestra relación. Además, parece que por fin estoy consiguiendo bajar de esa extraña nube en la que todo parecía irreal y mis pies vuelven a tocar el suelo. El incendio, la demanda y mi posible ingreso en la cárcel me provocaron tantos estados de shock que en algún momento llegué a creer que estaba perdiendo mi conexión con la tierra, y si a eso le sumamos mi nueva situación sentimental con un estríper bombero que bien podría pasar por un dios griego... La verdad es que han sido demasiadas cosas las que he vivido a la vez y todas me vinieron grandes. Debo admitir que todavía me quita el sueño la sentencia, pero de algún modo me estoy acostumbrando a vivir con ello.

Hace días que decidí dejar de sufrir por el futuro incierto que me espera para centrarme en el presente y parece que funciona. Poco a poco estoy notando como la Mariajo de antes desaparece, pero no me importa en absoluto. Me gusta mi nuevo yo y la fortaleza que estoy adquiriendo con él.

Hace unos meses me hubiese encerrado en mi cuarto para llorar como una idiota y ahora, en cambio, lo único que quiero es disfrutar y experimentar todo lo que no he podido vivir por tener la mala costumbre de frenarme, aunque supongo que el miedo a perder parte de mi vida en una prisión también esté influyendo. Me ha costado mucho entender que lo único que estaba consiguiendo con ello era maltratarme y ahora que por fin lo he comprendido no pienso volver a hacerme algo así nunca más. Ni por vergüenza propia ni por avergonzar. No hago nada malo con ello y solo se vive una vez, así que no pienso dejar que el qué dirán o el miedo a las miradas malintencionadas de otros me condicionen la vida. Tengo el mismo derecho que los demás.

—¿En qué piensas? —me pregunta Gorka desde el asiento del copiloto.

Estaba tan centrada en mi refuerzo mental que apenas me había dado cuenta de que ya estaba sentado a mi lado.

—En muchas cosas, la verdad. —Sonrío.

Acabamos de salir del consultorio médico y está bastante emocionado. Todavía tiene una pequeña cojera al caminar pero ya apenas se le nota y, si todo sigue como hasta ahora, en un par de semanas podrá volver a trabajar. Es increíble lo rápido que se ha recuperado. Hasta su doctor se ha mostrado sorprendido con la evolución.

—¿En mí? —Levanta las cejas y niego con la cabeza.

—Muchas veces pienso en ti, sí, pero hoy precisamente no —río.

—Um... Creo que eso no me gusta. —Frunce el ceño como si estuviese enfadado y carcajeo.

—¿Quieres que vayamos a algún lugar para celebrar la buena noticia? Es pronto y no tengo nada que hacer.

Si el escenario fuera otro debería de estar trabajando para levantar de nuevo mi negocio, pero como todavía no sé qué va a ocurrir con la sentencia no me atrevo. Si al final tengo que cumplir la condena perdería de nuevo todo lo invertido, así que, de momento, mejor me quedo quieta.

—¡Claro que quiero! Llevo días pidiéndote una ruta turística —protesta escondiendo una sonrisa.

—Y yo llevo días diciéndote que cuando estés más recuperado. —Arranco el motor y me mira—. Hay un lugar que... —pienso por un momento—. Sí. Definitivamente te gustará. Hoy vas a conocer La Judería.

—Eso suena genial. —Abrocha su cinturón y nos ponemos en marcha.

Nada más llegar mira con asombro los edificios y a medida que nos adentramos en las calles no para de hacerme preguntas que no dudo en contestar. Mi abuelo era un enamorado de Sevilla y siempre me empapó de su cultura e historia.

—¿Cuándo fue conquistada?

—Umm. Creo recordar que en 1248 por el rey Fernando III de Castilla. Fue ahí cuando los judíos empezaron a poblar esta ciudad. ¿Ves eso? —señalo al frente—. Eso de ahí es la iglesia de Santa María la Blanca. Antes era una sinagoga.

En ese momento unos fuertes gritos nos sobresaltan y al girarnos para ver qué ocurre vemos a un grupo de personas agolpadas alrededor de uno de los edificios.

—Algo debe de estar pasando ahí —digo preocupada al escuchar el jaleo.

—¡Mierda! —exclama a la vez que tensa su cuerpo y, sin que lo espere, echa a correr.

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¡Nos leemos mañana!

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Where stories live. Discover now