—Mariajo... —Escucho cómo me llama, pero lo ignoro. Me niego a hablar con él, al menos hasta que se me pase el enfado—. Ma-ri-a-jo...—insiste y, resoplando, hago lo mismo—. ¡Mariajo!

—¡Agárrate el colgajo y déjame en paz! —suelto sin más y comienza a reírse.

—Qué rápido aprendes...

—Ahora más que nunca entiendo por qué aprendió también el anciano. Eres insoportable.

—Oye... ¿no te habrás enfadado?

—¿Tú qué crees? —contraataco sin mirarle.

—Pero ¡si has sido tú quien casi me decapita al ganso!

—Si lo llego a saber te dejo caer.

No puedo creer que encima me lo esté reprochando.

—Pues después de cómo me lo has estrangulado no sé yo qué hubiese sido mejor, eh... —Frunzo el ceño, aunque no puede verme—. Se me ha quedado tan estirado que cuando me ponga de pie voy a tener que meterlo en la boquilla del calcetín para no pisármelo. —Muerdo mi lengua—. Quizás si le haces el "Sana, sana... culito de rana" te perdona.

—Mejor el "Nino, nino, a la próxima te la guillotino" y acabamos con esto.

—Jo, con lo bien que os llevabais antes... ¿Qué os ha pasado?

—Cállate ya, anda. No estoy de humor. —Ya no sé es mi percepción o nuestras conversaciones se han vuelto cada vez más infantiles.

—No te habrás enfadado ¿verdad? —No respondo y, un minuto después, noto que algo se mueve a mi lado. Me giro y, para mi sorpresa, lo encuentro pegado a mi cama.

—¿Qué haces? ¿Por qué te levantas?

—Déjame sitio, anda —dice con la pierna elevada para no apoyarla.

—¿Qué? No. Tú tienes tu cama.

—Vete para allá. —Me empuja y, como puede, se acomoda a mi lado—. ¿Qué puedo hacer para que me perdones? —me pregunta a la vez que se apodera del mando a distancia.

—Dejar de invadir mi espacio, por ejemplo —expongo con sarcasmo. Parece que es lo único que sabe hacer.

—Aquí estoy más a gusto y calentito. —Presiona uno de los botones y el televisor se enciende—. ¿Vemos una peli?

—Yo no quiero ver nada —continúo dándole la espalda para que entienda que estoy cabreada y tras pasar varios minutos más en esa posición, oigo que su respiración se vuelve mucho más pausada. Al notar que tampoco se mueve, lo miro de reojo y descubro que se ha quedado dormido.

Con cuidado de no despertarlo, me giro muy despacio para cambiar de postura y aprovecho para observarlo. Es tan grande que sus pies casi se salen por debajo de las sábanas. Apenas cabemos los dos en la cama. Su cabello, castaño oscuro, siempre está perfectamente peinado y sus sienes rapadas le dan un aspecto bastante atractivo y varonil. Su frente comienza a moverse como si estuviera soñando y al fijarme en sus ojos me doy cuenta de que sus pestañas son mucho más largas y negras de lo que en principio me parecían. Con sus demás facciones me pasa lo mismo. Su nariz y boca se hallan en perfecta armonía; y sus labios, marcados y gruesos, están llenos de vida. Ojalá algún día consiga que los míos tengan ese aspecto tan fresco.

Vuelve a moverse y veo como aprieta su mandíbula cuadrada. Al momento, su respiración cambia, acelerándose; y el sueño, que tan relajado lo tenía, comienza a parecerse más a una pesadilla. Lo observo con detalle y cuando sus párpados se mueven con rapidez valoro despertarlo, pero al final decido que es mejor no molestarlo por si la cosa cambia. Varios segundos después su cuerpo comienza a experimentar pequeños espasmos involuntarios y en uno de ellos se despierta inhalando de manera agitada.

LA MANGUERA QUE NOS UNIÓ - (GRATIS)Where stories live. Discover now