Capítulo 63: Nieve de verano.

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Conforme fueron pasando los días, Julieta, o más bien sus padres, notaron que su plato quedaba hasta la mitad de comida, siempre un poco más o un poco menos.

No era su intención hacerlo, más no podía lidiar con la partida de Ariel sin sobrellevarlo de alguna manera. Esa manera, era así. El estómago se le había cerrado, y aunque hacía un visible esfuerzo por terminar sus alimentos, casi nunca lo lograba.

Además, quedaba tan poco tiempo para disfrutar junto con él, cualquier tipo de actividad. Cada vez que Julieta lo recordaba, un nudo horrible le oprimía el pecho. Y, antes que ponerse a llorar, lo llamaba por teléfono, a cualquier hora, con tal de escucharlo, hablaban de cosas sin sentido, que para ellos tenían una filosofía absoluta y profunda.

-¿Qué hacías?

-Nada, Juli. Intentaba dormir. Pienso en vos...

-Yo también estaba pensando en vos, te quiero -sollozaba.

-Yo también te quiero.

-Quiero verte.

-Nos vemos mañana.

-Casi no pasan las horas.

-No pienses... Andá a dormir... Te van a matar.

-No me importa. Te extraño, Ariel.

-Yo también... -suspiraba-. Pero son las tres de la mañana,
y no quiero que te reten.

-Siempre me cuidás -sonreía Julieta.

-Por supuesto, aunque esté lejos, siempre te voy a cuidar.

Cuando transcurría la tarde, Julieta corría por las calles de Carillanca, como hacía tiempo, para adentrarse a la reserva ecológica, tenía el permiso asegurado, y sin detenerse, llegaba al banco de hierro, donde solía estar sentado, y lo abrazaba con toda su fuerza. Impidiéndole escapar. Más que nada, se estaban abrazados en la Reserva. O Ariel le dedicaba infinitas melodías en su flauta traversa. Otras veces se corrían entre los árboles, persiguiéndose el uno al otro, jugando, mientras Romeo ladraba y saltaba alrededor de ellos, y también se habían besado en cada uno de los árboles del bosque, sin darse cuenta, dejándose llevar hasta casi perder la razón del tiempo y la realidad, pero nunca nada más lejos que eso, aunque en ambos se hacía sentir la angustia del hambre de la piel.

La tarde pasaba ante ellos, a medida que el sol hacía su eterno recorrido sobre el cielo, tomando los colores de la naturaleza y transformándolos en una paleta que pintaban un cuadro con el paisaje.

-¿Es lindo Bariloche? Nunca fui -le dijo una tarde de esas, echados sobre la hierba, mientras el arroyo corría a la par, llenando de armónicos sonidos el ambiente, junto con el canto de los pájaros, allá arriba, sobre las ramas de los árboles.

-Sí, es demasiado turístico, está lleno de extranjeros -comentó Ariel, recordando algunos lugares específicos-. Pero tiene movimiento, eso la hace alegre.

-¿Te gustaba estar allá? -preguntó con temor en la voz.

-No lo voy a negar, me gustaba vivir allá. Con la que yo considero una familia.

-¿La familia de Santiago? -Julieta se incorporó sobre su brazo.

-Sí. Son muy cálidos. Siempre me sentí completamente a gusto con ellos. Antes vivía en el colegio, de pupilo. Hasta que inicié el conservatorio y cuando lo conocí a él, se acabó mi reclusión.

-Pareciera que odiás estar encerrado.

Ariel rio. Nunca se le había ocurrido. La abrazó un poco más cerca de su pecho.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora