Capítulo 18

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 En cuanto tuvo un ratito libre, Julieta escapó a la reserva. Le costaba mucho encontrar excusas para salir sin decir a dónde iba ya que su familia a veces, aunque trabajaran, no la dejaba ni a sol ni a sombra. Cada vez que lograba un permiso para irse por la tarde, corría ansiosa por llegar, recorrer los caminos de llenos de pina, respirar el aroma de otoño que a su parecer, allí dentro se percibía con más intensidad.

Hoy sí fue un día en el que encontró a Ariel, sentado en un banco de hierro que la muchacha jamás había visto antes. En cuanto lo vio, se puso contenta. Con el brazo extendido, parecía estar jugando con su instrumento musical, lo tenía apoyado sobre el dorso de la mano, balanceándose.

Al acercarse, notó que su mirada, siempre tan severa y reprochable, estaba vacía. Se encontraba en su propio mundo y ni siquiera pareció darse por aludido ante su llegada. Lo saludó con una sonrisa, aunque Ariel no le contestó.

«¿Estará otra vez de malhumor?, ¿qué le pasa?», pensó y recordó la última vez que habían estado juntos. Hacía unos días que no lo veía por allí.

El silencio que emanaba creó una atmósfera densa a su alrededor, cargada de un frío oscuro, a pesar del natural que ya se hacía sentir en el sur. Algo le avisó a Julieta que ese no era un buen día para él.

Indecisa, por un lado, quería marcharse porque no soportaría que le hablara mal, pero por el otro, deseó levantarle el ánimo de alguna manera. Más allá de la expresión sombría, podía sentir una profunda tristeza oculta. Todavía eran solo un par de desconocidos, pero Julieta ya creía que eran amigos. Deseaba que en cualquier momento empezara a tocar música, y la llenara de ganas de vivir, de esa fuerza que la recargaba para salir al mundo de a poco, y recordar a Sergio de una forma más amena.

Pero no hacía, ni decía nada. Estaba bastante extraño.

—Si querés, me voy —vaciló la adolescente.

—Quedáte, no me molestás —respondió, y aunque sonaba sincero, no pareció cierto.

Julieta se sentó a su lado, alejada, mientras lo observó de reojo. Él seguía pensativo, haciendo equilibrio con su flauta. Su mirada se cerraba de vez en cuando, cuando fruncía el entrecejo, cada vez que un pensamiento parecía atravesarle la cabeza.

—¿No vas a tocar la flauta hoy, Ariel? —quiso averiguar Julieta, con inocencia.

Esa pregunta, fue la que inesperadamente rebalsó la gota de un vaso a punto de colapsar. En un instante, Julieta fue testigo de cómo Ariel se levantó del asiento casi de un salto mientras sostuvo su flauta con una rabia descomunal y la arrojó con violencia lo más lejos posible que pudo.

Julieta se tapó la boca. ¿Qué había hecho? ¿Lo había afectado con su pregunta? No pudo contenerse, el ver que se despojaba de su instrumento, de lo que a ella de le devolvía la vida, la hizo reaccionar de una manera que ni ella misma se conoció.

—¿¡Qué hiciste!? —gritó, al tiempo que saltó del asiento—. ¿¡Por qué tiraste tu flauta así!?

—¡Dejáme tranquilo, vos qué sabés! —ordenó con rabia, ahora completamente palpable.

—Por eso mismo te lo pregunto, no lo sé. ¿Qué? ¿estás loco? Si te gusta tocar la flauta, ¿por qué hiciste eso? —le hizo frente con los puños apretados. A ella, le debía una explicación. Su corazón comenzó a saltar con la adrenalina.

—¿¡Qué entendés vos de todo esto!? —vociferó entonces, con ganas de descargarse. La voz salió como de una caverna profunda que por fin veía la luz—. ¡Nunca lo entenderías! No sabés nada de música, ¿o sí?, no sabés lo que se siente estudiar seis meses sin descanso, pasar nervios por un examen de acceso de admisión y ¡que te reprueben! Que me digan que me faltan condiciones, que se burlen en mi cara, como si nunca hubiera leído una partitura. No entendés nada de todo esto, nena—. «Y, sobre todo, nada de lo que significa darle la razón a él, de que valdría más mi vida como un contador o abogado, que como un músico», agregó, pero solo para su cabeza.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora