Capítulo 58

11.2K 674 123
                                    

Ya Julieta se las rebuscaría de alguna manera. Por el momento, seguiría adelante con el plan. Ir el sábado al concierto. Contra viento y marea, iría.

Camila tenía que saberlo todo con lujo de detalles. Entonces, la llamó por teléfono. A escondidas, por supuesto, en su lugar secreto. Algo le tenía que decir ella, que era la mayor, y la que tenía más vida.

Y su hermana mayor le presentó la única solución posible.

—Mentí.

—¡No puedo hacer eso! —se espantó Julieta—. Ya mentí varias veces, esto es en otra ciudad. ¿Mirá si me pasa algo?

—Ya te parecés a mamá —resopló Camila desde su lugar—. Tenés dos recursos, uno es decir la verdad, y rogar que te dejen, a pesar de todo, asistir. El otro es mentir. Decir que aprobaste.
Y que la suerte te acompañe.

—Me parece que voy a decir la verdad...

—Como quieras. Espero que te dejen ir..., Juli, y... decime algo —cambió su tono de voz a otro apenas audible y pícaro—: ¿ya pasó entre los dos?

—¿Ya pasó qué? —preguntó su hermana extrañada.

—Tonta. Si ya lo besaste. ¿O avanzaron a algo más? —preguntó con travesura.

—¡Camila! ¿Qué decís? ¡Qué vergüenza! No pasó nada...

—De aquí siento cómo te ponés colorada —rio Camila—. No pasa nada malo... tampoco sos una santa, ¡qué ya tuviste novio!

—Sí, pero recordá que con él tampoco pasó nada —hizo un silencio con melancolía, recordando algunas cosas—. No llegué a..., ya sabés.

—Okey, entendí —hizo un corto silencio—. No gastes más, andá a comprarte algo lindo, mirá que a un concierto de ese tipo las mujeres van vestidas de fiesta.

—¡Ay, no me digas! No sé arreglarme y estás lejos —suspiró tristemente, recordando que era Camila la que la ayudaba a veces para las fiestas de quince años.

—Julieta, es hora de que a Lestelle Piacenzi lo dejes sin aliento, una vez en tu vida. Y así acelerás las cosas —agregó con tono maliciosamente sagaz—. Si te morís por besarlo, nena.

Julieta rio de su comentario. Su hermana era de terror, quería incitarla a tomar la iniciativa o provocarlo. Sabiéndola tan religiosa. Camila había cambiado, la recordaba en los viejos tiempos casi tan puritana como ella. La despidió rápidamente, para no encarecer más la factura del teléfono, y para que no siguiera diciéndole cosas como esas, que la avergonzaban. Solamente ella se permitía soñar, desear, anhelar que pasara algo entre ambos. No podía compartirlo con nadie porque su única amiga de confianza no estaba más con ella. Salió de abajo del escritorio y, bueno, necesitaba un vestido.

n n n

Una a una las prendas iban corriendo a través de las perchas, Julieta las pasaba casi sin mirarlas, en una boutique del centro. Nada la convencía. Además, no tenía ni idea cómo elegir un vestido para esa ocasión. Parecía tonta. Pero se había arreglado muy pocas veces en la vida. Había pasado por el local de ropa de Carmen también, aunque no le dijo para qué quería un vestido de fiesta. Le costaba reconocer que estaba enamorada de otra persona a su cuñada.

Sacó de la percha un vestido color negro. Clásico. Largo casi hasta los tobillos y muy brillante. Lo miró desconfiada. Tal vez la convencía un poco el color. Pero no el largo ni el diseño. Aunque la vendedora la apremiaba diciéndole lo hermoso que le quedaría puesto, sobre todo teniendo ese color de cabello tan cobrizo, y la piel tan pálida. A Julieta no le persuadía nada de lo que le dijera. Lo giraba una y otra vez para analizarlo, imaginándoselo puesto.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora