Capítulo 16

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Julieta se recostó en su cama. En su cabeza daban vueltas las palabras de Caro: «Solo nos damos de vez en cuando» porque tenían sexo sin ser una pareja, es decir, como amigos. Para ellos, lo más normal del mundo.

Y ella en cambio, seguía siendo virgen. No es que le pesara, estaba segura de que lo hubiera hecho con Sergio, porque, a diferencia de su amiga, creía que uno debía hacer el amor con la persona amada. No cualquiera.

Recordó al pelirrojo, y la forma en la que su amiga buscó llamar su atención a toda costa. Como la conocía, sabía que era capaz de todo hasta que pudiera tener relación con él. Caro salía con el hombre al que ella pusiera los ojos, los usaba como si fueran muñecos. Al igual que lo hacía con Fernando, su compañero de curso. Esa actitud era completamente diferente a la de ella, porque era recatada y más conservadora, como su familia la había criado.

Se cubrió la cabeza con la almohada, para que ni siquiera los peluches de la repisa contemplaran lo que pasaba por su cabeza. Estaba dividida en pensar si había obrado bien o mal en hacer esperar a Sergio o debería haberse acostado con él. Ahora era tarde para arrepentirse.

Aunque la única vez que pasó algo entre ellos, la única oportunidad que tuvo para vencer sus barreras morales, estaba tan pero tan asustada que terminaron sin hacer nada.

Giró la cabeza hacia la ventana, observando cómo se movían las ramas del árbol con la ventisca, el día había pasado de estar soleado a un tono gris frío, como si estuviese por llover de un momento a otro.

Un día tan gris como el recuerdo de Sergio, cuando saltaron clases por una vez en la vida para ir a su casa, porque su madre y su hermana no estaban.

Todavía recordaba aquel día como si fuera ayer.

Había sido como un remolino de sensaciones. Por todo, desde el faltazo a la escuela mientras esperaban que se hicieran las diez de la mañana, hasta que se encontraron en una esquina un par de cuadras atrás del colegio. Y corrieron hasta la plaza de la iglesia, escondiéndose entre los árboles, divertidos, como fugitivos de la justicia, cuando se hizo la hora en que seguramente la madre de Sergio ya estaría en el banco donde trabajaba.

Él la tomó de la mano con una sonrisa en los labios, mientras sacaba su llave del bolsillo de la mochila, Julieta se mordía las uñas con impaciencia, ¿y si alguien los descubría?, entonces Sergio dijo «mejor vamos por la puerta de atrás», y se apresuraron como niños pequeños embargados de emoción, bordeando la casa hasta la puerta de la cocina del fondo. Giró la llave dentro de la cerradura y volvió a echarla nuevamente, con precipitación.

Cuando se dio vuelta, la abrazó por la cintura y le dio un beso profundo, con lengua, demostrándole las ganas, terribles e inaguantables ganas, que tenía de estar con ella.

Nunca habían tenido oportunidad de estar así, tan juntos, tan íntimos, tan espontáneos. En esa casa a esas horas eran libres de hacer lo que quisieran. La felicidad volaba por los rincones aleteando febril.

«Vamos despacio, tengo miedo...», le había dicho Juli separándose un poco, pero podía percibir en su cuerpo las sensaciones poco inocentes que estaban despertando de manera carnal, él estaba tan cerca y olía tan bien, a jabón y a colonia.

En su memoria aún perduraba el recuerdo. El gusto de sus besos, a dentífrico de menta. Dulce y sediento, todo a la vez.

No estaba totalmente preparada para tener relaciones, iba a ser su primera vez, y a pesar de los nervios, era inevitable esa sensación nueva que la debilitaba de manera dulce.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora