Capítulo 62: Pájaros de colores.

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Cuando la oscuridad caía sobre las montañas, como un manto negro, y la humedad fría avanzaba entre los árboles, casas y calles, cuando la luna parecía un disco blanco sobre el cielo, y la calle principal se disponía con luces y banderines de todos los colores, la música alegre sonaba por los altoparlantes colgados en los postes de la luz, era porque en medio del verano, a mitad de enero, comenzaba el carnaval. Y Carillanca se preparaba para vivirlo. Todos los años era igual.

A duras penas, Julieta había conseguido aprobar la última materia que le había quedado pendiente. Había sufrido mucho intentando estudiar los últimos días, porque comparar música y Ariel, era lo mismo, la misma tortura que se le hacía herida en la carne. Se detestaba por su falta de concentración. Más lo único que tenía en su cabeza era que, superando los obstáculos que se le ponían en el camino, ya faltaba tan poco para febrero, y él se iría. Tal vez para siempre. Si no cumplía con su promesa. Una promesa que Julieta se negó a aceptar. Era algo que reconocía: regresar, estaba muy lejos de ella, y de sus mundos fuera de Carillanca.

Gracias a Caro y a Fernando, había conseguido superar sus momentos de angustia junto a Ariel, porque intentaban pasar tiempo juntos, haciendo actividades grupales, integrando a Ariel al curso y a las reuniones de la plaza. Se fueron de campamento, y comieron asado en la chacra de Fernando algún domingo. Aunque su piel se derretía cuando estaba cerca, y la de él quemaba cuando la sentía próxima, evitaron, pocas veces, evadirse del grupo. Y eso que Fernando y Caro intentaban dejarlos solos en más de una ocasión.

Eran dos cobardes. Ninguno se estaba animando a vivir. Querían dejar las cosas tal y como estaban en ese momento. Para cumplir con lo que Julieta le había pedido.

Fernando y Caro ya estaban rindiéndose, porque notaban que ambos desistían de ellos mismos, en una lenta caída. A veces notaban que se peleaban por cualquier cosa, bastante seguido. Disgustados el uno con el otro. Y más de una vez esa era la razón por la que preferían estar acompañados, y no en soledad. Por peleas estúpidas que no tenían sentido y que los hacían perder su precioso tiempo de a dos.

La primera noche de carnaval, se acostumbraba a hacer en Carillanca un pomposo desfile de disfraces, flores, carrozas y comparsas. Como desde los inicios, la gente se mezclaba entre ella, vestidos con máscaras y otras ropas elaboradas, entre la espuma, la harina, las serpentinas y el papel picado; las comparsas se vestían de plumajes coloridos y vistosos; y las carrozas llevaban el trabajo de varios meses solo para esos días. La calle era fiesta por donde la vista llegara a abarcar, eran noches donde se olvidaban de todos los prejuicios y diferencias religiosas. Todos eran iguales cuando la oscuridad los transformaba en sus anhelos más ocultos. Caras sin rostros, ropajes etéreos, de gasas y tules, color, música y descontrol permitido.

También, la noche del carnaval, era la noche en que el diablo salía a cometer fechorías divertidas, a cumplir deseos imposibles, y unir amantes desesperados. Danzaba dando vueltas alrededor de la gente del pueblo vestido de rojo, y nadie nunca lo podría reconocer con tu ataviaje indiscreto, porque todos llevaban ropas iguales de llamativas. Criaturas fantásticas, espíritus de leyendas, y espíritus de almas en pena, junto con las personas, todos convivían entre sí esas dos semanas de fiesta. Todos bailaban la danza primitiva. Era una fiesta prohibida pero aceptada, solo en esa época del año. Después de esas noches de festival, el mundo volvía a ser como era: normal y pacato.

Julieta contemplaba por su ventana cómo iba cambiando el paisaje de su barrio adornándolo con flores y guirnaldas de colores. Piñatas repletas de harina con sorpresa para los niños más pequeños en el centro de la calle. En la esquina, todos los vecinos, incluso sus propios padres, armaban la carroza con flores y papel maché, y en cada barrio del pueblo se preparaba una para el desfile nocturno, y el redoblar de tambores podía oírse desde el centro mismo de la ciudad, llenando el ambiente tranquilo de ruidos, olores de comidas exóticas que las colectividades preparaban y risas.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora