Capítulo 51

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Mailén y su amigo Santiago no dejaron a Ariel marcharse de Bariloche, por el estado de alteración de sus nervios. Nunca lo habían visto tan desesperado. Intentaba mantener la calma, pero enseguida tomaba las llaves del coche y Santiago corría tras
él para impedirle el paso.

—¡Mirá como estás! Calmate —le decía, visiblemente preocupado, tomándolo por los hombros—. ¡Así no vas a ninguna parte, Ariel!

—Es que no entienden. Estoy seguro de que le pasó algo... Ese chico... Ella no desaparece de su casa. Jamás se fue sin permiso. Es muy frágil y dependiente. ¡Ese chico debe estar con ella! —Ariel, siempre tan frío, siempre sin expresar sentimientos delante de los demás, estaba trastornado—. ¡Déjenme ir!

—¿Qué chico? —preguntó su amigo creyendo que su amigo alucinaba por los nervios.

—Ese morboso que la persiguió todo el año. Y yo sin saberlo, hasta que lo vi... Es un acosador... ¡Tengo que irme ya!, ¡déjenme ir!, ¡por favor! Tengo miedo por ella más que nada en el mundo. Tengo miedo de que le pase algo grave.

—Entonces, voy con vos —dijo Santiago, viendo que era imposible detenerlo un minuto más—. Manejo yo. Vos estás demasiado intranquilo. Vamos —tomó una pequeña mochila con cosas esenciales y partieron rumbo a Carillanca. Por los caminos agrestes del paisaje descampado, apenas intentando brotar con la llegada de la primavera.

Ariel creyó que ese había sido el viaje más largo de toda su vida. Fueron varias horas interminables. A pesar de que el paisaje cambiaba para sus ojos, así como el sol sobre el cielo hacía su recorrido habitual. Llegaron para el atardecer. Cuando ya nada podría hacerse
hasta el día siguiente. Su orgullo de hombre le impedía llorar y mantenerse fuerte. Pero en el fondo sentía que estaba viviendo una pesadilla. Consuelo le informó que de Julieta no había ningún tipo de noticias. Estaba desaparecida. Y que estaban esperando informes de que esté con vida en algún lugar. Era la primera vez que pasaba algo así en la zona. Además del caso de Sergio, que extrañamente parecía guardar algún tipo de relación con este suceso, ya que era su novia.

—Ella está en el bosque, estoy seguro Nonnina —dijo con el nudo de su garganta a punto de aflojarse.

—¡Hijo! ¿Qué decís?

—Me fui sin avisarle... —se culpó, miraba hacia la nada, dejándose caer en el sofá de terciopelo marrón de su padre, mientras Santiago lo observaba en silencio—. Ella debe haber ido al bosque, como siempre, puede ser que se haya perdido allí... —aunque sabía que Julieta no era tan tonta, y que debía tener algún sentido de la orientación. Pero, lamentablemente también era una posibilidad. Y no quería preocupar a su nana con la supuesta relación que podría guardar su caso con el de Leonel Barret.

—Mejor vayan a dormir. Y mañana intentan colaborar con la familia y la policía.

Era obvio que Ariel no podría conciliar el sueño de ninguna manera. No sin saber dónde estaba Julieta. Cuando los dos estaban acostados en sus habitaciones, él, incapaz de cerrar sus ojos, se sentó al borde de la cama, con su perro somnoliento a su lado. Los nervios le brotaban por todo el cuerpo como una descarga de electricidad. Tenso. No podía esperar que despuntara el primer atisbo de claridad para correr dentro del bosque. Decidió dar una vuelta.

Salió al jardín donde el rocío de la madrugada lo bañaba todo, hacía un poco de frío, aunque Ariel sabía que tiritaba por otras razones. Sus pies desnudos sintieron el contacto con la tierra húmeda. Su mirada advertía que afuera de su casa, las sombras se tornaban aún más siniestras y amorfas que en la hora de la tarde, volvió a sentir ese hueco vacío en el pecho que lo había estado incomodando desde que se enteró. Pensó que dónde ella estuviera tendría miedo. Tuvo impotencia al no poder hacer nada porque la oscuridad se lo impedía. Apretó sus puños, y se dio cuenta de que sus pasos lo habían llevado a la entrada del invernadero. Exhaló un suspiro y entró, empujando la pesada puerta de vidrio. Recordó el día que la había llevado allí.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora