Capítulo 15

16.7K 709 76
                                    

Al igual que las tardes anteriores, Julieta se desvió del camino a su casa hacia la Reserva, entusiasmada por encontrar a Ariel y oírlo tocar. Pero qué grande fue su decepción cuando después de adentrarse al bosque, pasaron un par de horas y el chico no apareció. No estaba allí ni en ninguna parte.

Lo buscó con la mirada, prestó atención con el oído en busca del sonido de su flauta, pero el rumor de las hojas le confirmaron que ese día no vendría. A pesar de todo, esperó.

El paisaje pareció desolado.

Desalentada, emprendió el camino de regreso a casa.

—¡Ey! —le gritó Caro, desde la vereda de enfrente, en su casa—. ¿De dónde venís?

Julieta había caminado tan distraída que había ignorado las calles por las que regresaba. Ni siquiera las señas que su amiga le hacía hasta que gritó. Estaba vestida de shorts aunque hacía frío, y descalza.

—Bancame, que vamos a dar una vuelta juntas, ¿dale? —dijo y se metió en su casa corriendo a cambiarse.

En menos de cinco minutos salió lista, vestida con ropa bien ajustada que le marcaban con sutileza las piernas esbeltas y el torso prominente. Sus rulos dorados, aunque desprolijos, le daban ese estilo de rebeldía que la caracterizaba. Se pusiera lo que se pusiera, Carolina Pasos nunca pasaba desapercibida.

—¡Guau!, ¿tanta producción para un día en el pueblo? Mirá que hoy no viene nadie famoso —advirtió Julieta en tono de burla.

—Es que nunca se sabe, Ju'. En cualquier momento se puede cruzar el amor de tu vida. Bueno, de la mía —Se encogió de hombros—. ¿ Aún vos no tenés intenciones de empezar nada nuevo con alguien?

—No —negó Julieta espantada.

—Está bien, creo que es pronto todavía para una relación, ¿no?

Juli no contestó nada, y el silencio a veces tiene más significado que las palabras. Carolina lo notó enseguida. Además, era como si se hubiera puesto tensa.

—¡Julieta, mirame! ¿Es que ya te olvidaste de Sergio? ¿¡Te gusta otro chico!? —chilló emocionada.

—¿¡Cómo me voy a olvidar de Sergio!? —contestó un poco a los gritos—. Yo todavía sigo enamorada de él.

Lo que decía era la pura verdad, aunque su mirada al frente que evitaban los inquisidores ojos de su amiga delataron que tenía cosas que ocultar. Ariel era su propio secreto personal que se escondía entre los árboles.

—No sé en qué momento conoceré algún chico, de esa forma digo —reconoció con sincera nostalgia.

—Mientras no abandones la escuela para terminarla en Villa Dominga —se burló Caro—. ¡Mirá! —señaló con la barbilla—, chicos nuevos. Nunca los vi por acá.

Si había alguien en Carillanca que conocía a todos los jóvenes de edad adolescente y prospecto de touch and go, era Carolina. Y cuando llegaba alguien nuevo, era reconocido enseguida como un foráneo. Julieta apenas si conocía a los del colegio.

Eran tres muchachos de entre 15 y 20 años que bebían de una botella de cerveza sobre la vereda donde estaba el quiosco. Había tres motocicletas enormes mal estacionadas, de esas que solo se veían en las películas y videos de motoqueros.

El del medio era pelirrojo, de ojos azules, y parecía el más grande de los tres. Su cabello era llamativo y su mirada penetrante. Iba vestido como si hubiese escapado de una película de James Dean. Campera y pantalones de cuero negro, excepto por la camiseta blanca y la actitud de seguridad en sí mismo, autoritaria e inevitablemente seductora.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora