Capítulo 28

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Sonó una, sonó dos e insistía incansable el teléfono. ¿Qué hora sería?, una joven miró las agujas verdes fosforescentes del reloj, en medio de la abrumadora oscuridad, como si flotasen en el aire, todavía dormida. ¡Las tres de la mañana!, solo podía ser una emergencia, enseguida, terminó de despertarse, y saltó de la cama de la habitación al living, iluminada por una hendija de luz que se colaba por la línea de la puerta entornada. Donde estaba el aparato ruidoso que la despertó del mejor sueño. Alargó la mano para tomar el tubo, y dejó de sonar. «Será jodido, una vez que me levanto a atender», esperó dos segundos más, de un momento a otro debía volver a sonar si era importante.

Y de hecho, sonó. Con precipitación tomó el teléfono y lo colocó en su oreja.

—Hola, ¿quién es? —preguntó un poco atemorizada.

—Tu hermana...

—¡Julieta! ¿Qué pasó? —se sobresaltó Camila—, ¿por qué me llamás a esta hora? —en su cabeza se revolucionaron diez mil pensamientos macabros, nunca había recibido una llamada de Julieta a esa hora de la madrugada.

—Es que..., Camila... no confío en nadie... —su voz era apenas un susurro. A Camila le costaba oírla. Seguramente estaba debajo de la mesa del escritorio de su padre, con el inalámbrico en la mano, para que no la descubrieran haciendo llamadas a largas distancias, como cuando eran más chicas.

—Vuelvo mañana Juli, ¿Qué no podías esperar para que charlemos?

—No. No confío en nadie, y lo que siento me está matando —su voz sonaba apagada, como si de verdad estuviera pasando por algo muy grave. Camila tembló de pensar en su hermana tan lastimada. Negó varias veces con la cabeza, y suspiró, sentándose en un pequeño sillón de mimbre que tenía en el departamento, junto a la ventana del piso 12. Ante ella, la ciudad resplandecía con todas las luces diminutas salpicando el espacio hasta el puerto. Siempre le gustó ese departamento porque la vista era preciosa, aún de noche.

—Contame —dijo rápidamente para que desahogara ese peso terrible que le oprimía el pecho para hablar.

—A Sergio lo mataron —susurró más bajo aún.

—¿Qué? —creyó haber oído mal.

—A Sergio lo mataron... —repitió sollozando. Y se quedó en silencio. Habría alejado el tubo de su boca para tratar de serenarse.

—¿De dónde sacaste eso? ¿Cómo lo sabés? —dijo Camila incorporándose del asiento.

—No sé si creerlo o no..., pero con Carmen estuvimos hablando el otro día..., hilando cosas, y ayer me pasó algo..., la mamá de Sergio estaba tirada y borracha en la calle, y me confesó que lo matar... —estaba por reanudar las lágrimas nuevamente.

—Bueno, bueno, calmate —contestó rápidamente su hermana—. Julieta, yo creo que la madre de Sergio está pasando por un muy mal momento. Imaginate el dolor que debe sobrellevar sola. ¡Es su mamá! Y puede ser lógico que piense que su hijo era incapaz de suicidarse. Pensálo así: mamá llorando por alguna de nosotras... No llores, si hay algo atrás de todo esto, dejá que se encargue la policía. Vos no te metas, porque solamente vas a conseguir revolver más cosas que te pueden hacer mal, ¿okey?

—Sí... —musitó comprendiendo.

Hablar con su hermana mayor era la única esperanza que le quedaba de confiar en alguien. Ariel era frío y desinteresado, Carolina estaba pasando por otro momento de su vida en el cual su amistad no contaba para nada, a sus padres no deseaba preocuparlos más ni tampoco exagerar su protección hacia ella. Y Fernando, no tenía confianza absoluta en él para poder contarle algo. Aunque le estaba demostrando ser una persona de valores y caritativa.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Where stories live. Discover now