Capítulo 54

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Ariel meditaba, aislado del mundo.

Caminó solo, a dónde sus lentos pasos quisieron llevarlo. No tenía un rumbo definido. En medio de la oscuridad, el alboroto había pasado y los pobladores regresaron a sus hogares. Lo dominaba la impotencia, ya que no había podido ni siquiera despedirse de Julieta, y para peor, sus padres no la habían dejado despedirse de él. Estaba seguro de que lo detestaban. La madre de Julieta lo había mirado mal, como responsabilizándolo de todo aquello. ¿Porque eran sus propiedades?

El viento era cálido y arrastraba hojas en su camino escalando como él una loma empedrada. Le estaba faltando el aire con la cuesta hacia arriba, sus pasos se volvieron más pesados y lentos. Levantó la cabeza hacia el cielo y comprobó que llovería en cualquier momento. El cielo se tornaba gris, las nubes parecían pesadas, y no pudo observar ni una estrella cuando se detuvo para prestar atención.

Suspiró profundamente, necesitaba un poco de soledad.

Al bajar la vista, sus ojos se chocaron de lleno con la pequeña iglesia. Sonrió con melancolía, de forma consciente jamás se le habría ocurrido pasar justamente por ese lugar que no representaba nada para él. Hasta ese preciso instante.

Pero allí estaba, frente a la iglesia católica de Julieta. Frente a sus creencias religiosas, las de ella y las de él también, sentía que le debía algo a Dios, a ése o al que fuera.

Una tenue luz rosada la iluminaba desde abajo, dándole un aspecto acogedor y bastante lírico. Metió sus manos dentro de los bolsillos de los pantalones y se decidió para entrar.

Empujó la puerta vaivén y se estremeció de frío al acceder. Aquella pacífica oscuridad lo envolvió, sin dejar de admirar las viejas figuras de vírgenes y santos que se mantenían iluminados un poco fantasmagóricamente por sus derretidas velas encendidas. Titilaban débilmente, alargando o acortando las llamas. El aspecto era por momentos siniestro pero por otro apacible, estaba dejando allí parte de su alma, reconciliándose con algo que había perdido desde hacía mucho tiempo.

Se sentó en el último asiento, observándolo todo, y reparó en una señora muy anciana que rezaba arrodillada, en la primera fila. Sintió unas repentinas ganas de llorar. Tragó saliva en silencio. No evitó que estas salieran, primero de forma lenta, pero en un instante formaron una especie de río sobre sus rojizas y sucias mejillas. Su llanto se ahogaba y se iba haciendo cada vez más intenso. Tanto, que podía oírse a sí mismo en el profundo eco que provocaban las paredes. Estaba dándose realmente cuenta de todo lo que había pasado esos días.

Su tristeza creció acumulando sus pesares. Su papá en Cuba tratándose la enfermedad, lejos de él, a pesar de que siempre lo había detestado, pero lo necesitaba cerca. Julieta secuestrada, golpeada física y psicológicamente, sola e indefensa en medio de un bosque oscuro que escondía peligros que él jamás hubiera imaginado, y su familia, una familia que creyó no tener, una comunidad entera en los confines de sus propiedades, llevando una vida sencilla y tranquila, esa parte desconocida que lo obligaba a reconstruirse, incorporando aquellos nuevos elementos que no eran solamente un recuerdo. Siendo que la única que había
conocido era a su propia madre. Ellos habían ayudado a Julieta.

Le dolía el alma al descubrir tantas verdades juntas.

Entonces, lo que la gente hablaba era cierto, pero de otra forma. Nonnina se lo había dicho en alguna ocasión: Alessandro compró las tierras para cedérselas a aquellos hombres y mujeres. Sus pensamientos iban mucho más veloces de que lo que era capaz de razonar, estaba en deuda con su padre, al que siempre creyó olvidarse de Llanquiray, con aquella familia que socorrió a Julieta, y con Julieta. Bajó la mirada hacia el suelo y comprendió que era un ser humano con sentimientos en un mundo con múltiples formas. Se aferró con fuerza al respaldar barnizado del asiento delantero y a ese pequeño tejido de su mamá y dejó que sus sentimientos brotaran solos sin necesidad de esconderlos ni reprimirlos. Toda su angustia se derramaba por fin.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora