Capítulo 17

16.6K 677 52
                                    

 A veces los jóvenes inventan juegos de lo más imprudentes, una de las características de la adolescencia es que tienen que llegar al límite, correr riesgos, saltarse las barreras de lo adecuado. Y cuando se habla de riesgos, muchas veces son a costa de su vida.

Algo que Carolina sabía, no de manera consciente, claro.

Le gustaban los chicos que sabían ser arriesgados. Le llamaban la atención los rebeldes, los osados, los que no tenían nada que perder, porque ya habían errado el camino, como decían los padres de Julieta. Tal vez sin vuelta atrás. Esas «lacras» de la sociedad, que estaban mal vistas por toda la clase conservadora del pueblo, y que nadie se dignaba a ayudar.

Así parecía ser el pelirrojo, Leonel.

Desde aquella vez que lo habían cruzado, Carolina llamó su atención, y él la de ella, montado en su moto, bebiendo, con su campera de cuero negra que brillaba de forma extraña al sol. El olor a cuero le impregnaba los sentidos más elementales, directo al cerebro, el hogar de sus fantasías.

Los ojazos azules clavados sobre su cuerpo.

Más no le agradó nada que él gritara el nombre de Julieta. Y que la conocieran, por haber sido la novia de Sergio.

Estaba segura de que no había sido su amiga la que le había gustado, tenía que ser ella, porque estaba acostumbrada a que los chicos más lindos del pueblo se le acercaran, le pidieran salir, estar, ir a bailar.

No Julieta.

Julieta era la novia de un solo hombre, y no sería jamás como era ella. Cuando se volviera a enamorar, sería la novia de alguien más. Y punto. No era un obstáculo de competición. Era demasiado seria. Simplemente, eran distintas, la rutina siempre le había jugado a favor a ella. Y no, a Julieta, que tampoco sería como ella.

No pasó mucho tiempo hasta que Caro se volvió a cruzar con Leonel. Seguramente en Punta Amarilla o Villa Dominga no había nada interesante para que lo volviera a traer a Carillanca.

El corazón se le aceleró de la emoción.

Justo cuando salía del colegio.

No había hecho más que dar la vuelta a la esquina, cuando lo vio montado en su motocicleta, contra el poste de luz, mirándola a ella. Como llevaba el uniforme del colegio, consideró que quizá tuviera alguna fantasía, porque sonreía para sí mismo.

—¿Cómo estás, rubia? —saludó inclinándole la cabeza de forma seductora.

—Muy bien. ¿Vos?

—También. ¿Te llevo a tu casa? —ofreció.

—Me encantaría —aceptó Caro con la sonrisa más brillante que hubiese hecho en su vida. Y sin pedir permiso se montó sobre la moto agarrándolo de la cintura con fuerza, sintiendo su cuerpo de veinteañero, fornido y trabajado.

Leonel puso en marcha su motocicleta y arremetió las calles con rapidez, Carolina estaba sumamente excitada con la situación, le encantaba la velocidad, ese chico audaz que parecía no tener límites, la manera en que se la comía con la mirada.

Era mucho mejor que Fernando, que a su lado, parecía un gaucho ingenuo del campo. Enseguida lo invitó a comer a su casa. Sin tapujos, los padres de Caro no decían nada, todos los días estaban conociendo gente nueva que traía de vaya a saber dónde. Todos eran los amigos de Caro. Todos se juntaban en su casa.

Estaba demasiado acostumbrada a que no le impusieran límites, ella les ponía límites a sus propios padres. Siempre había hecho lo que había querido. Sin necesidad alguna de permisos ni restricciones. Otra gran diferencia con Julieta.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora