Capítulo 44

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Julieta presionó su cuerpo de espaldas contra la puerta de su cuarto, cerrándola con su propio peso. Apenas podía creer lo que había sucedido. Todavía le flaqueaban las piernas.

Algo inexplicable. Algo que no tenía que pasar. O tal vez, sí.

Dudó, mientras se palpaba el pecho agitado, que subía y bajaba por voluntad propia desesperado. Se sintió culpable, tremendamente culpable de sus nuevos sentimientos. Pero hubiera deseado que él le diera ese beso.

Sí.

Así tal vez se sentiría completa de una vez por todas.

El aire le faltaba, el sofoco la asfixiaba como si se hundiera en el medio del mar. Las lágrimas se agolparon con atropello, pero no iba a llorar.

Sus mejillas emitieron un calor desmedido a punto de explotar, ardiendo. Se mesó el cabello lentamente y rememoró todas aquellas escenas que habían sucedido en un instante.

Se sintió un poco idiota, también una cobarde, y lo que la delató era ese horrible dolor en el corazón que, al latir una y otra vez, parecía una bomba a punto de estallar. En lugar de eso, al fin, sus ojos se desquitaron en su contra, rebelándose.

¿Lo amaba?

Se acercó a la ventana lentamente, descorrió las cortinas, y abrió con desesperación la ventana, inspirando esa brisa fresca que le calmaría todos aquellos sentidos alterados, su pulso todavía temblaba. Estaba llena de miedo. De ganas de reír, y de llorar a la vez. Desde allí pudo ver a los niños de la vuelta, todavía pateando la pelota de fútbol, que arruinó aquel momento que jamás hubiera imaginado que ocurriría.

Pensó que un profundo cariño crecía cada vez más en su corazón cada vez que lo miraba. Diferente. Aunque le despertaba nuevas emociones que habían estado dormidas en su interior. Y no era solo cariño. Era mucho más que eso, también su piel tenía vida propia cuando estaba a centímetros, su corazón lo acogía con verdadero amor por todos los sentimientos que lo asociaban con la música y su bienestar.

Y sentía celos, cuando las demás chicas lo observaban en el colegio, cuando hablaban de él como si fuera un objeto de consumo masivo. Ganas, muchas ganas eufóricas, de estar con él a solas en todo momento, a pesar de esa escalofriante sensación mezcla de angustia y exaltación que hacía que el pecho se le desbocara como una bandada de mariposas en el cielo, como en ese instante.

Apretó la tela de la blanca cortina con rabia e incertidumbre. No sabía cómo actuar. Estaba desorientada y completamente confundida.

Aunque estaba segura de algo. Sí, estaba enamorada de Ariel.

Profundamente enamorada, quería estar con él, solo con él.

Su cuerpo se sintió preso de una excitante adrenalina. De un magnetismo que la acercaba de forma involuntaria. En su descubrimiento, se perdieron sus ojos, mientras observaba por la ventana de su cuarto. Tenía ganas de gritar. Se estaba volviendo loca, pero feliz. Rio. Y realmente deseó poder besarlo minutos antes. Ahora no podría pensar nada más que en eso. Besarlo de verdad.

¿Volverían a tener otra oportunidad semejante?

Pero por el momento, recordó, con pesar, que debería obligarse a dejar de soñar. Hacer un esfuerzo por borrar ese suceso de minutos antes, al menos en lo que quedaba de la tarde.

Entre la situación de Sergio, ahora de Ariel y lo demás, se acercaban los exámenes, y había bajado irremisiblemente sus notas durante lo que iba del año, además de la «mala conducta» y las inasistencias.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora