Capítulo 53

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En medio de la oscuridad, los sonidos llegaban desde los lugares más remotos, bajos, apenas audibles, como pronunciados en otro idioma. Julieta parecía estar dentro de un sueño. Casi no recordaba lo que le había sucedido. Escuchaba a lo lejos una flauta, y una radio, transmitiendo las noticias a un volumen suave. Sentía calor que la invadía muy cerca de ella, estaba abrigada con una gruesa manta. Una mano se apoyó sobre su frente, mansa y cálida al tacto, que la hicieron sentir mejor. Se preguntó si todavía llevaría la venda sobre sus ojos. Al tocarlos, se dio cuenta de que se le había caído, o se la habrían quitado, pues ya no estaba. Había otra en su lugar, más suave, pero sobre su párpado, tapando la ceja.

Allí no había luz, en realidad.

Entonces, abriendo enormemente sus ojos con espanto, lo recordó todo.

En una milésima de segundo, recordó el bosque, la voz de Leonel, la oscuridad absoluta, la adrenalina que utilizó para escapar de él y que corrió como jamás lo hizo en toda su vida, quedando finalmente a su merced y sentirse presa de su salvajismo. Y que su integridad estuvo en juego aterradoramente. Una situación espantosa de la que no recordaba cómo haber salido.

Todo aquello lo revivió en escasos segundos. Se levantó de la cama en la que se encontraba, y volvió a gritar, cayendo otra vez en la horrorosa pesadilla. Se llevó las manos a la cabeza. Además, la oscuridad le daba terror. Lloró gritando en forma desgarrada. A su alrededor, varias sombras se movieron cerca. Algunas intentaron acercársele .

—¡Salgan de acá! ¡Déjenme! ¿Quiénes son? ¡Tengo miedo!, ¡prendan la luz...! —se aovilló contra el respaldo de la cama, tomándose las rodillas con los brazos. Se sentía desolada y perdida.

—No vamos a hacerte daño —dijo una voz femenina que parecía de una anciana—. Calmate.

Era la primera voz reconfortante que había escuchado Julieta en varios días u horas, mientras miraba a su alrededor. La voz le sonó como a la mano que se apoyó en su frente, a paz. No supo por qué, pero se sintió un poco más tranquila.

Quien quiera que fuera, tenía el poder de apaciguarla, como si ella fuera un animalito asustado. En silencio, volvió a meterse entre las frazadas, y sintió que sus músculos se relajaban.

—¿Te duele la cabeza? ¿Cómo te sentís? —pregunto la misma voz.

Inhaló profundamente varias veces. La vencía la calma. Esas sombras se habían esfumado por arte de magia. Tal vez fueran el producto de su propio temor. Muy lejos dentro de su mente, ahora, apenas recordaba a Leonel Barret, había quedado tendido en medio del bosque, y tal vez ya ni siquiera estaría allí. Tuvo miedo de que él la estuviera buscando, sobre todo porque ahora Julieta conocía sus verdaderas intenciones, y las de Sergio, que lamentó en lo más profundo de su alma.

Una figura enorme, se acercó unos pasos. Tenía apariencia de ser un hombre. Estiró su mano y le alcanzó un tazón que pudo percibir al tacto. Julieta se sentó en la cama y en silencio tomó el objeto, estaba caliente y era amargo, pero sentía que volvía a la vida. Lo sopló y lo fue bebiendo de a sorbos, se dio cuenta de que no había comido quién sabe en cuánto tiempo, porque su apetito se abrió desmesuradamente al contacto con el líquido.

Había perdido la noción de la realidad y del tiempo, sin saber si era de mañana o de noche, si era lunes o viernes, estaba perdida en un cubículo mental atemporal, donde tanto el día como la noche eran exactamente iguales. Suspiró con ganas y deseos de estar en su cama, en su casa. Sollozó.

—No llores, por favor —le pidió la voz masculina, con suma calma.

Julieta levantó la vista asustada. Su voz se parecía mucho a la de alguien que conocía. El hombre era alto, de espalda ancha, apenas visible, pero se dibujaba su silueta en el contorno de la luz que alumbraba una farola del otro lado de la puerta, visible solo tras la hendija que se colaba de forma tenue.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora