Capítulo 37

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Una noticia impactante tiene el poder de dejarnos en un estado ausente. Ariel había detestado a Alessandro con toda su alma incontables veces. Ahora sabía que en lo más profundo de su ser no lo odiaba. Porque era su padre. Era tan simple como eso.

Lo desafiaba porque era adolescente, porque era un inmaduro. Porque no tenía razones profundas en sí, ni justificaciones. Y Alessandro tampoco las tenía. No se hablaban porque no se daban la oportunidad.

Miles de veces se había ido de viaje sin aviso, a hacer negocios, pero no esta vez. Su viaje, era un viaje de salud.

Su padre que aparentaba ser más fuerte que un roble. También era humano, defectuoso e imperfecto, como cualquier hombre. No podía concebirlo en su mente. Era demasiado fuerte. Demasiado drástico perderlo.

Su padre que le daba todo y podría marcharse de un momento para otro y para siempre. Nunca lo había pensado así. Había perdido a su madre, y también podría perderlo a él. Debería haber entablado una simple charla aunque sea una vez en la vida. Y ni siquiera se habían despedido.

Se sintió solo por primera vez en la vida. Sin familia.

Necesitaba olvidar.

n n n

Caminó hacia la Reserva. Para su sorpresa, estaba ella, esperándolo. Aunque no lo reconocían, los dos sabían que era así. Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más en su presencia, pero apretó sus párpados con fuerza para que no se escaparan ni fueran evidentes.

A Julieta le brillaron los ojos al verlo y sonrió abiertamente. Dentro del bosque todo era como siempre, excepto por algo, Ariel llevaba una mirada de tristeza indisimulable, al contrario de aquella mañana y todas las veces que sus ojos se encontraron, estaba abatido. Y ni siquiera traía su estuche de música. Juli percibió una desolación que solamente dos personas que compartieron momentos íntimos al conocerse podrían notar, y se apenó por él. Algo le ocurría.

—¿Estás hace mucho? —preguntó Ariel, sacándola de contexto.

—Hola, no. Estaba esperando..., para..., no sé... —balbuceó, nerviosa. ¿Por qué la ponía nerviosa ahora? Estaba esperando verlo—. ¿Cómo estás?

Ariel alzó los hombros, entre indiferente y apagado, sonrió con una mueca desganada que no combinaba con sus ojos tristes.

—Sobreviví a tus compañeras, supongo que estoy bien —repuso.

Dicho de esa forma, a Julieta le sonó gracioso, la tensión de las horas escolares se borraba con solo volver a su lugar especial. Junto con él.

—¿Por qué hoy en la escuela hicimos como que... —comenzó a preguntar, refiriéndose a la mañana en el colegio.

—Creo que porque no hizo falta, Julieta —la interrumpió.

—Dijiste mi nombre... —susurró sorprendida, pues desde que lo conoció nunca había escuchado salir un «Julieta» de sus labios, fue impactante.

Ariel se estremeció al decirlo, porque solamente la nombraba en sus pensamientos, y esbozó una sonrisa silenciosa, al reconocerlo. Su pecho se alivió del molesto vacío que lo llenaba.

—Nos comprendimos perfectamente. Nuestras miradas hablan —respondió, y la miró con deseos de que Julieta lo abrazara.

Eso fue mucho más de lo que la joven hubiese esperado escuchar de Ariel en su vida. Sus oídos no dieron crédito y se adelantó su corazón, saltando con impaciencia, porque siempre reacciona más rápido que el cerebro. Descubrió que cada vez que estaba cerca de él, ocurría. Necesitaba cambiar de tema con urgencia, porque los dos supieron hacia dónde iba dirigida aquella conversación, si le daban una oportunidad a la sinceridad.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora