Capítulo 27

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Primero Julieta abrió un ojo, y observó a su alrededor toda la habitación, escuchaba el tic tac del reloj de la mesita, acompañando su paseo visual, después, se incorporó pesadamente.

No tenía ganas de ir al colegio, era un horrible lunes nublado. Por la ventana se veían solo las ramas secas que se agitaban y el viento traía restos de humo de alguna chimenea encendida por allí. Pero ya casi no podía faltar más, era la última semana de clases antes del receso invernal. Volvió a cubrirse hasta la cabeza, unos pequeñísimos momentos más. Y volvió a sentarse minutos después, tenía que empezar el día, por más feo que estuviese.

Suspirando, se vistió de forma lenta, se acomodó el cabello cobrizo con el cepillo, en una cola de caballo, peinó con cuidado el flequillo, y tomó el bolso del colegio, bajando a continuación por la escalera. Ese día como nunca sentía unas terribles ganas de faltar.

Se calzó el sobretodo y la bufanda azul del colegio y, desganada, caminó por las callecitas frías y todavía a oscuras de esa mañana, después de tomar una chocolatada caliente.

Al final, su madre no le había dicho nada más sobre dejar de ir a la reserva. Esa indiferencia le resultó insólita, ¿no debía merecer un castigo por su comportamiento desafiando las leyes y el orden social? Esperaba algún tipo de escándalo, pero no pasó nada más, incluso, la dejó seguir hastiándose de torta, sabiendo que las cosas dulces eran su debilidad.

Nunca había dado problemas a sus padres en ningún sentido. Salvo cuando Carolina y ella salían antes y temían por su seguridad. Ahora se estaba dando cuenta de que Carolina no era mala, pero pensaba en sí misma.

En las últimas dos cuadras que separaban sus meditaciones del colegio, vio subiendo la cuesta, la cabeza de Fernando, que se acercaba bastante agitado, desaliñado como siempre, con alpargatas con medias, como siempre —el único detalle que Julieta consideraba ridículo de su persona—, en vez de los zapatos reglamentarios.

Iba en dirección contraria al colegio. ¿Se estaría saltando las clases?

No pudo evitar pensar en cómo la había visto hacía dos días, congelada, en su casa de campo, y además de pasar vergüenza, había descubierto que era un buen chico, solidario.

Fernando pareció sorprenderse de verla allí. Caminando. Se acercó de manera rápida y poco paciente.

—¡Fellon! ¿Qué hacés? ¿Cómo estás del otro día? —le preguntó con interés, observándola entera, pillando por sorpresa a Julieta.

—Hola —saludó con timidez. Hablar con Fernando era algo nuevo, porque no tenía mucha confianza con él, salvo por Carolina, cuando estaban juntos, dentro del aula—. Bien, no pasó nada. ¿A dónde ibas? —preguntó intrigada—. La escuela queda para allá —señaló con el índice el edificio que se divisaba desde lo alto de la loma.

Fernando se rascó su barbita de días mientras reía sin ton ni son, era el Fernando estúpido que ella conocía, pero esta vez le resultó simpático.

—¿Te vas a ratear de la clase?

—Nop —dijo, mientras Julieta se daba cuenta de que estaba pensando alguna excusa—. Tengo que hacer algo.

—Bueno, está bien —ella no pensaba meterse en sus asuntos—. Nos vemos, en cinco toca la campana. Y yo sí voy a clases, permiso —dio un paso hacia el costado para seguir su camino, aliviada de que ahora iba a ir en bajada.

Pero Fernando se hizo al mismo costado que ella y no la dejó pasar. Primero fue amable y ahora le impedía el paso, inicialmente se desconcertó, pero después comenzó a perder la paciencia.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora